CINE JAPONÉS DE SAMURÁIS

SOBRE ALGUNAS PELÍCULAS

NDVD_417El samurái protagonista de la película Ame agaru (Después de la lluvia) afirma en cierto momento: “La espada es para eliminar la estupidez que habita en nuestro corazón”. En estas palabras se encuentra perfectamente definido el camino actual que sigue buena parte de la cinematografía japonesa que tiene como protagonistas a los samuráis.

            El presente artículo va a centrarse en el comentario de tres hitos que me parecen muy importantes a la hora de analizar la trayectoria que el cine japonés comenzó a principios del presente siglo. En el desarrollo de las películas japonesas de samuráis -el jidai-geki (películas de corte histórico) o ken-geki (películas de espadas)-, Después de la lluvia (Ame agaru, Takashi Koizumi, 2000) marca un momento central en la nueva mirada hacia el tema de lo samurái. Después de la lluvia utiliza como base el guión escrito por Akira Kurosawa, basado, a su vez, en una novela de Shugoro Yamamoto; los textos de este novelista también inspiraron para otras películas de Kurosawa como Sanjuro (1962), Barbarroja (1965) y Dodeskaden (1970). En realidad habría que calificar esta obra como la película póstuma de Akira Kurosawa, pues a lo largo del relato fílmico son muchas las pinceladas que recuerdan su modo de realización. El segundo título en el cual nos vamos a detener es Hana (Hana yori mo naho, Kore-Eda Hirokazu, 2006) y Amor y honor (Bushi no ichibun, Yôji Yamada, 2006). Sirva esta última como ejemplo de la trilogía samurái de Yamada, formada, además por El samurái del ocaso (Tasogare Seibei, 2002) y La espada oculta (Kakushi ken oni no tsume, 2004). Analizar el mundo reflejado en esta trilogía perfectamente podría dar lugar a otro artículo.

Blog_la_mansion_del_gaviero            El samurái es el arquetipo heroico de la narrativa japonesa y como tal estará presente desde los comienzos de la cinematografía japonesa. En 1908, Shozo Makino, que había sido director de teatro kabuki, produce el primer cortometraje en el cual aparece el primer samurái de película (Honnoji gassen, El combate de Honnoji). A partir de ese momento el cine samurái será un reflejo de las circunstancias políticas, sociales y culturales que vive la nación japonesa. No es ahora el momento de hacer un recorrido exhaustivo por este género, pero sí puede ser conveniente mencionar, al menos, algunos de los títulos más significativos.

            Ya se ha nombrado a Akira Kurosawa, algo prácticamente inexcusable cuando se habla de cine japonés. A lo largo de su producción, este director se acercó en diversas ocasiones al tema samurái desde dos miradas radicalmente distintas, por un lado como expresión de la corrupción del poder y de los males internos que causan la pesadilla humana (es el caso de Trono de sangre, Kagemusha y Ran) y por otro, más cercano al tema de las ken-geki, con películas como Los siete samuráis, Yojimbo y Sanjuro. El planteamiento de Akira Kurosawa en estas películas se aleja de lo que era habitual en el chambara. Nos encontramos con héroes apartados, más o menos voluntariamente, de una sociedad cuyos principios no comparten, a la cual, sin embargo, ayudan haciendo suyos los problemas de las gentes que necesitan de la defensa de una espada. Contemporánea a estas películas es la trilogía Samurái de Hiroshi Inagaki (protagonizada por Toshiro Mifune) en la cual se narran las aventuras de Miyamoto Musashi tal y como son imaginadas en las novelas de Eiji Yoshikawa.

La_mansiondelgavieroEsta trilogía, muy bien, podría verse como un análisis del mismo trayecto realizado por el chambara, pues Miyamoto Musashi comienza siendo una personalidad violenta, sin ningún tipo de contención a sus instintos y poco a poco consigue controlar su naturaleza agresiva, lo cual, en ningún momento va a significar el abandono de las armas. Otro caso del cine protagonizado por samuráis es Harakiri de Masaki Kobayashi (1962). En este filme se desarrolla un comentario sumamente crítico del código del Bushido, entendido como un servicio continuo, sin ningún tipo de planteamiento sobre la justicia de esa especie de esclavitud. Ese repensar el Bushido había comenzado a principios del siglo XX con obras como la de Inazo Nitobe, Bushido, el alma de Japón, reflejo del nuevo pensamiento que se desarrolla a partir de la era Meiji.

harakiri3            Pasando unas cuantas décadas para llegar al siglo XXI, hay que recordar películas como Ashura o Zatoichi. En Ashura (Yojiro Takita, 2005), asistimos a una guerra que más que al género del chambara se aproxima al de fantasía, pues narra la guerra entre seres humanos y demonios. De alguna forma, esta película está más cerca del género tal y como es tratado en películas chinas del estilo Tigre y Dragón, Hero o La casa de las dagas voladoras, en las cuales, la fantasía prima sobre cualquier tipo de realismo, aunque hay un elemento que la diferencia, sin lugar a dudas; es el simbolismo que nace de ese enfrentamiento entre la luz y la oscuridad; la guerra metafórica entre humanos y demonios que muy bien podría ser comparada a la lucha interna que manifiestan los protagonistas del actual cine de samuráis, trascendiendo, de esta forma, la mera secuencialización de efectos especiales y continuas luchas en las que prima la exageración fantástica.

            Con Zatoichi (2003) Takeshi Kitano recupera uno de los personajes que han caracterizado el cine de espadas japonés casi desde sus principios, se trata del masajista ciego Zatoichi, cuyo recorrido vital está teñido de violencia y sangre. Kitano, como era habitual en su cinematografía, se aleja de todo tipo de patetismo mediante una serie de recursos como pueden ser la música, el baile y, primordialmente, el humor que convierte la estética de la sangre en algo muy distinto a lo que encontramos en otras épocas del chambara.

            El género del ken-geki salta las fronteras japonesas para llegar al cine norteamericano. En una película como Kill Bill (Quentin Tarantino, 2004) prima la exaltación de la violencia, la sangre y la venganza como temas centrales en la cinematografía de Tarantino. En este caso, tales tramas están ambientadas en un mundo oriental sincrético en el que se mezcla sin ningún tipo de criterio, lo coreano, chino y japonés. Otro caso sería El último samurái (The last samurai, Edward Zwick, 2003) que se centra en la búsqueda de la inocencia perdida y de la paz interior, aunque sea en el campo de batalla, mediante la relación con una cultura primitiva y tradicional que se demuestra mucho más eficaz a la hora de sanar las heridas internas del hombre (tal concepción sería perfectamente comparable a lo defendido en películas como Bailando con lobos).

Ame Agaru3            Después de la lluvia muy bien podría considerarse como un hito central en el cambio que se produce en el actual cine protagonizado por samuráis. Hay un momento en esta película en el cual, la esposa del protagonista afirma conocer los motivos por los que se rige la vida de su marido, el ronin Misawa Ihei: “Lo importante no es lo que se hace, sino el motivo por el cual se hace”. Esta frase rompe totalmente con la concepción básica que había movido la existencia del samurái. Este cambio ya estaba presente tanto en las películas anteriormente mencionadas de Akira Kurosawa como en Harakiri. Según el Bushido tradicional, cualquier gesto o comportamiento, sin importar el motivo, podría llevar a la muerte o al suicidio. En Después de la lluvia prima una visión diferente del samurái, una visión que hace prevalecer la humanidad ante un código que buscaba exclusivamente el mantenimiento del poder. El cuestionamiento de ese poder es uno de los temas centrales del actual cine de samuráis. Frente a la figura soberbia del señor feudal que quería contratar a Misawa Ihei como maestro de armas del clan, se alza la figura digna de éste, su comportamiento es mucho más humano, aunque sea un ronin, un vagabundo y alguien que ha participado en duelos por dinero. La existencia de Misawa Ihei, como corresponde a alguien que practica su peculiar estilo de espada (posiblemente el Mutekatsu), se basa en la no violencia y en la reconciliación. Es interesante recordar al respecto, el principio de la película. Mientras cae la sempiterna lluvia que caracteriza la cinematografía de Akira Kurosawa, los ánimos de los huéspedes de la posada se van volviendo agrios, el malhumor por la falta de alimento lleva a una discusión entre un anciano y una prostituta. Misawa Ihei saldrá a la lluvia y volverá con víveres suficientes como para organizar un festín; ha tenido que participar en un duelo por dinero, pero ha conseguido que la fiesta y la risa lleguen a los tristes habitantes de la posada y también a su esposa, que acabará comprendiendo los ideales que orientan la vida de Misawa Ihei. Como efecto del sacrificio realizado por el samurái y la alegría de los viajeros, el cielo descampa y poco a poco las aguas turbias del río se van volviendo cristalinas. El cauce del río perfectamente se puede entender como una metáfora del ser del samurái protagonista que no puede alienar su libertad a cambio de un beneficio económico y la tranquilidad social; es, quizá, por eso por lo que el final de la película culmina en un extraordinario paisaje cuya contemplación ha alejado del camino al samurái y a su esposa. Mirar el agua que cae salvaje, o el mar, es sentir la iluminación de la libertad.

KONICA MINOLTA DIGITAL CAMERA             El tema en torno al cual gira la película Hana de Kore-Eda Hizokaru es el de la venganza. Este motivo narrativo está presente en la cultura japonesa desde sus comienzos, ya en el Genji Monogatari o en el Heike Monogatari. Pero hay un argumento que cobra especial interés en el pensamiento colectivo japonés, se trata de la historia de los cuarenta y siete samuráis que orientaron su vida en pos de la venganza por la injusticia cometida contra su señor. Este argumento ha originado numerosas muestras desde el teatro kabuki hasta el cine.

            En la revisión del Bushido que se produce a lo largo del siglo XX y en la cinematografía de principios del XXI, Hana se convierte en un interesante texto de análisis pues se reinterpreta el tema de la venganza. Esta adquiere una triple presencia. En primer lugar por la historia central, la de Sozaemon, un joven samurái cuyo padre ha sido asesinado. Sozaemon está buscando al hombre que ha dado muerte a su padre para, así, cumplir uno de los preceptos del código samurái. Cuando lo encuentre, acabará descubriendo que la vida vale más que la muerte. A la vivencia de Sozaemon se une la preparación, por parte de los cuarenta y siete samuráis, de la venganza que les conduciría a una muerte honrosa. Y, a la vez, la gente del suburbio que habita Sozaemon está preparando una obra de teatro que también trata el tema de la venganza. Este último aspecto es sumamente interesante puesto que mediante la teatralización se produce un alejamiento del patetismo en el que podría haber caído la película, patetismo presente en la historia de los cuarenta y siete.

Hana             El personaje de Sozaemon es un tanto peculiar, pues tratándose de un samurái de clase acomodada, vive en un barrio de chabolas en el más puro estilo de los retratados por Akira Kurosawa en películas como Bajos fondos o Dodeskaden. El extremo de esperpentización llega cuando se nos dice que con el beneficio de la venta de los excrementos de los habitantes de las chabolas se organiza una fiesta anual. Por otra parte, Sozaemon se plantea abandonar su estatus de samurái para dedicarse a la enseñanza, tema que se repite en Amor y honor. Esta preocupación por la enseñanza es un tema mucho más importante de lo que parece. Tanto Hana como Amor y honor se desarrollan en una época en la que el papel del samurái está cambiando, cuando, de guerreros experimentados, pasaron a ser funcionarios.

            Los arquetipos culturales tienen un cometido fundamental que es el servir como elementos educadores para los miembros de una determinada sociedad. Uno de los ejemplos más claros de cómo un samurái se transforma en educador es el de Inazo Nitobe con su obra, ya mencionada, Bushido, el alma del Japón. Casos como el de Nitobe explican que más allá de la revolución experimentada en la cultura japonesa durante la era Meiji, se hayan mantenido vivos una serie de valores feudales, pero también de superación personal que caracterizaron la cultura japonesa a lo largo del siglo XX. En esta relectura del arquetipo del samurái es en la que se integran perfectamente tanto Después de la lluvia como Hana o Amor y honor.

Blog_lamansiondelgaviero            En las películas tradicionales de aventuras, y las ken-geki lo son, el papel de la mujer es secundario, básicamente, y no es poco, actúa como ayudante, acompañante o receptora de las hazañas del héroe. Así sucede también en las películas que integran el género del chambara donde lo que predomina es un mundo de hombres. Es muy interesante considerar la presencia de la mujer en las tres películas en las que se está centrando el presente artículo. En las tres, la mujer se convierte en un motivo central. En el caso de Después de la lluvia porque la esposa del samurái es la que explicará realmente los motivos que originan el comportamiento de su marido; en Hana porque ese rostro casi transparente de la actriz Rye Miyazawa es el que hace que Sozaemon comience a valorar su existencia de otro modo: más allá de la sangre existe la dulzura que él observa en algunas sonrisas de la viuda; y por último, el amor que el samurái siente hacia su esposa, aunque no sea expresado según los cánones del cine occidental (no tenemos que olvidar que nos encontramos ante películas profundamente japonesas, aunque sean muy críticas con el mundo que las origina); ese amor es el que provocará buena parte de los cambios que se producen en la vida del samurái. Para descubrir lo importante que tiene, el samurái ha de sufrir el accidente que le deja ciego. Esta paradoja está perfectamente expresada en una frase dicha por el personaje: “Es siempre al despertar cuando el mundo se vuelve oscuro”. Y esa oscuridad se hace totalmente necesaria como una bajada a los infiernos tras la cual el mundo vuelve a ser luminoso.

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            A diferencia de lo que ocurre en las películas ken-geki anteriores a las producidas desde el año 2000, el samurái deja de ser un individuo solitario que vive exclusivamente del ejercicio de la violencia, para el cual la única forma de ser libre es recorrer los caminos como un vagabundo que odia al género humano, pero que se compromete en su amparo cuando las circunstancias así lo exigen. La actualización del arquetipo del samurái pasa por un defensa de los valores individuales que producen un cambio radical en un mundo en el que prima la libertad por encima de las ataduras de los valores tradicionales en que enajenaban la libertad del héroe en beneficio de un señor soberbio o de una familia que no contempla el valor personal de sus miembros.

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GABRIEL VELÁZQUEZ DE CASTILLO

AUTOR DE UN LIBRO DE CABALLERÍAS

(Clarián de Landanís, 1518)

Antonio JGG

Algunos fantasmas de la historia literaria pueden llegar a ser familiares, pues hacemos propia la aventura de recuperar una vida cuyos rasgos han ido desdibujándose con el correr del tiempo.

            Retomo en estas páginas los datos de un autor del cual poco más de los que trasmite su propia obra son conocidos; y es muy posible, incluso, que estos correspondan en buena mediada a tópicos literarios.

            La única noticia incuestionable que podemos plantear: Gabriel Velázquez de Castillo es el autor del Libro Primero de la Primera Parte del Clarián de Landanís, una obra que desde hace años considero fundamental para entender la evolución del género de las caballerías en el mundo hispánico. Vayamos, pues, otra vez, a ello.

            En la cédula de tasa que acompaña a la edición de Clarián de Landanís de 1518, Gabriel Velázquez es identificado como vecino de Guadalajara. En el fragmento previo al prólogo, su nombre se verá completado como Gabriel Velázquez de Castillo. De estas piezas preliminares a la narración podemos extraer un par de testimonios seguros: el nombre de su autor y que era vecino de la ciudad de Guadalajara, lo cual tampoco nos da una certeza absoluta de que naciese en esta ciudad. A lo largo de su obra, La Historia del muy noble y esforçado cavallero don Clarián de Landanís, hijo del rey Lantedón de Suecia –según la portada del libro-, su autor nos presenta tanto explícita como implícitamente algunos datos sobre sí mismo.

            A juzgar por sus palabras, Gabriel Velázquez, cuando escribe esta historia, es un autor joven; así, en el capítulo XCI, poco después de que don Clarián derrote a Candramón, el narrador –perfectamente asimilable a la realidad del autor- dirige un discurso moral al receptor de la obra (no afirmaremos si al concreto Charles de Mingoval, o al lector general); en él leemos:

“No solamente aquello que por mi simple discreción aquí se dixesse, mas aún todo lo que de más que dezir se podría por aquéllos a quien su gran sciencia, sabiduría e ancianidad, con más derecha razón y mayor auctoridad les es dado hablar de semejantes materias que a mi flaco juizio y juvenil hedad, tan despojado de todo esto, que me es más conviniente oír y aprender las tales doctrinas de otros que meterlas en escripto”.

rostro             Dos elementos me llaman la atención en este fragmento.

            El primero; considera que hay personas con más sabiduría y ancianidad, afirmación que sería perfectamente asimilable al tópico de la falsa modestia. El segundo, en la misma línea que el anterior: el flaco juicio y la juvenil edad. Consultemos el Tesoro de la Lengua Española o Castellana de Sebastián de Covarrubias; leemos (en la entrada Edad): “la vida del hombre se divide en siete edades: niñez, puericia, adolescencia, juventud, virilidad, vejez, decrepitud” y (entrada Joven) “decimos joven en lengua española antigua, y cortesanamente, mancebo”, lo cual equivale a mozo soltero. A la juventud de Gabriel Velázquez de Castillo podría aludir también lo que leemos en el capítulo L:

“e comoquiera que la tal opinión como ésta, en mi pequeño entendimiento, así se assiente, yo lo remito al juizio de otros que como mejor acuchillados, más experiencia de ello ternán”.

El narrador está mostrando su opinión referida a un hecho de armas, en ella descubre que no es gran conocedor práctico del uso de las armas, pues el significado de “acuchillado” (y recurrimos nuevamente al Tesoro de la Lengua Española) está relacionado con lo siguiente: “del bien acuchillado se hace el buen cirujano, porque ninguno está tan bien en la teórica de las cosas como el que prácticamente ha pasado por ellas; y así mal dirá su parecer en el consejo de guerra el que en su vida vio espada desnuda ni arrastró pica”.

            Bien podrían ser tenidos en consideración estos datos surgidos involuntariamente de la identificación del autor con el narrador en una época en la que la narrativa no había alcanzado todavía la separación que se logra en la literatura moderna, cada vez más cercana, cuando no anunciada, en este mismo género de los libros de caballerías.

Castillo de los condes de Gante            Todos estos calificativos con los que Gabriel Velázquez de Castillo se describe, bien podrían ser una elaboración ficticia acorde al tópico de la falsa modestia, en un momento en que se está dirigiendo hacia el receptor directo de la dedicatoria de la obra: Charles de Mingoval, o Carlos de Lannoy, señor de Sanzela y Gran Caballerizo del rey Carlos I. De alguna manera, Gabriel Velázquez, con estos datos, se está descubriendo ante el Caballerizo del Duque de Borgoña como un joven que no tiene la experiencia que es de esperar en un hombre de 35 años (Carlos de Lannoy había nacido en 1482), ni mucho menos estaría tan experimentado en armas como el señor de Sanzela, que siendo noble, de los más importantes de la corte borgoñona, sería un buen conocedor del uso de la armas, oficio de todo miembro de la aristocracia.

            De La Historia del muy noble y esforzado caballero don Clarián de Landanís, se pueden deducir otros datos referidos a la personalidad de Gabriel Velázquez de Castillo. A ellos nos vamos a ceñir en el intento de conocer un poco mejor la personalidad de este autor. Fue un buen conocedor de la Historia, especialmente del Imperio Griego, el cualBudapest alcanza un protagonismo especial en su obra; este saber le lleva a hacer alarde cuando  resume la genealogía de los emperadores bizantinos, un dato que no posee al tratar del Imperio Alemán. Por lo que se refiere a la utilización de los nombres geográficos, el autor está bien informado de la topografía de Alemania, aunque la descripción de los paisajes se ciñe a las características de toda geografía ficticia, según el canon de los libros de caballerías. Gabriel Velázquez, además, es un buen conocedor de la mitología, lo cual se refleja en la presencia central de un mito como el de Hércules. De todo ello deducimos que está formado en el saber clásico; así lo confirman también las alusiones a distintos personajes de la antigua narrativa griega y a los de diversas ficciones caballerescas (todos ellos aparecen en el episodio de la Gruta de Ércoles).

            Detengámonos con un cierto detalle en la dedicatoria de Gabriel Velázquez a Carlos de Lannoy.

            Carlos I llega a España acompañado de su corte flamenca el 17 de septiembre de 1517. ¿No es una fecha muy cercana a la que marca el colofón de la obra como término de impresión? Dice así: “acabose a quinze días del mes de noviembre. Año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesuchristo de mil y quinientos y diez y ocho años”; ocho meses más tarde de que fuese concedida la cédula de tasa, documento de carácter legal y contenido económico del que obligatoriamente debían disponer aquellos libros que habían de ser impresos. Éste, en concreto, está firmado por Francisco de los Cobos, miembro del Consejo Real de Castilla, el 18 de marzo de 1518.

            Ante tales dataciones caben dos posibles explicaciones. La primera de ellas, lógica aunque poco verosímil. La otra más sugerente y probable.

            Vayamos a la primera. Las dedicatorias se escriben cuando un autor considera que ya ha terminado su obra. Así pues, perfectamente desde un desarrollo cronológico, Gabriel Velázquez de Castillo tuvo oportunidad de conocer a Charles de Mingoval al poco de la llegada a Castilla de la Corte Flamenca. ¿Por qué es poco verosímil? Porque, en este caso, serían difíciles de explicar las intercalaciones de tono moral que aparecen a lo largo de la obra.

            La segunda; de alguna manera, Gabriel Velázquez de Castillo entró en contacto con la corte de Malinas con anterioridad a que Carlos I realizase el viaje a España en 1517; es decir, el autor estuvo en los Países Bajos y allí conoció a Carlos de Lannoy. Las circunstancias históricas que por esos años se estaban viviendo en la Península Ibérica harían posible este contacto, ya que hubo un intercambio continuo de personas entre España y Borgoña donde residía el heredero de la corona de Castilla, ante la insania declarada de doña Juana I, madre del príncipe Carlos de Gante. Gabriel Velázquez pudo haber estado relacionado con los grupos de letrados y artistas cuyas vidas giraban en torno al palacio del duque del Infantado de Guadalajara, uno de los aristócratas más destacados de la corte hispánica.

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            El ideal borgoñón, que implica una especial visión del mundo caballeresco, es patente en el Libro de don Clarián de Landanís. De la misma forma, la presencia de Hércules en el texto, ejemplificada de una manera muy clara en la importancia que tiene en la trayectoria vital del héroe la aventura de la Gruta de Ércoles, nos lleva a situarnos en esa misma órbita de la corte borgoñona, en la cual Gabriel Velázquez todavía estaría más en contacto con la mitología hercúlea, dada la alta estima de la que esta gozaba allí.

            Con todo y con eso, la posible presencia de Gabriel Velázquez de Castillo en la corte de los Países Bajos seguirá siendo un misterio hasta que aparezca el documento que la corrobore.

            Para toda afirmación que aquí vuelvo a lanzar, sigue existiendo su contrapartida hispánica. Así, la etiqueta borgoñona y, por tanto, su peculiar interpretación de las cuestiones que atañen tanto a la vida cortesana como al ideal caballeresco, han podido ser aprendidas por Gabriel Velázquez en Castilla. Recuérdese al respecto que el príncipe Juan de Castilla y su hermana Juana contrajeron nupcias respectivamente con Margarita de Austria y Felipe el Hermoso, ambos hijos del emperador Maximiliano I de Habsburgo y la duquesa María de Borgoña, en 1497. Tales relaciones implicaron una contaminación de los rituales caballerescos y del código cortesano de Castilla. Por otra parte, también el mito de Hércules había estado presente en la literatura y en las tradiciones españolas de la Edad Media, como en todas las grandes culturas mediterráneas. Así pues, estos datos no dejan de ser sugerentes, pero para nada son definitivos. A no ser que se valore la relación de cercanía que se expresa en los momentos en que Gabriel Velázquez de Castillo se dirige al señor de Sanzela.

            Así pues, podríamos concluir de este modo la biografía de Gabriel Velázquez de Castillo (a la espera de nuevos datos que de seguro manarán en un momento u otro desde las fuentes documentales).

            En la corte borgoñona, un incipiente autor de un libro de caballerías todavía no acabado conoce a ciertos nobles, entre ellos uno de los más poderosos, Carlos de Lannoy (Charles de Mingoval), el Gran Caballerizo del Duque de Borgoña, por eso, Gabriel Velázquez decide dedicarle su obra; con ello está entrando en contacto pleno con la corte y con su máximo dignatario el duque de Borgoña, Carlos de Gante, rey de Castilla y de Aragón desde el 13 de marzo de 1516, tras la ceremonia celebrada en la catedral de Santa Gúdula en Bruselas, y futuro emperador de Alemania.

            Carlos I, nieto de Maximiliano I, se perfila como heredero del Imperio y esto puede explicar la concepción septentrional del Libro de don Clarián de Landanís. En la obra, el centro real alrededor del cual se organiza la ficción es la Corte de Vasperaldo, emperador de Alemania. Todo esto serviría para comprender el interés de Gabriel Velázquez por señalar a una serie de personajes muy relacionados con la corte imperial histórica, así como por desarrollar toda una crónica acerca de este territorio.

Duque de Borgoña

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EL PESCADORCITO URASHIMA (Versión de Juan Valera)

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            Para desarrollar esta entrada de La Mansión del Gaviero vamos a hacer un recorrido por la traducción que Juan Valera hace de este cuento tradicional japonés que es una hermosa historia de las más conocidas de la tradición japonesa en Occidente.

            Como corresponde a toda idea de un cuento tradicional maravilloso, y Juan Valera quiere situarse en esta órbita, la narración comienza con un primer párrafo en el cual se nos indican los tres elementos fundamentales de la narración. El tiempo, como es tradicional «vivía muchísimo tiempo hace» (estructura sintáctica en que no deja de sorprender el orden de los elementos característico del inglés); el lugar en la costa del Mar del Japón sin calificar toponímicamente, cosa que no ocurre en la versión realizada por Lafcadio Hearn (recogida en su libro Kwaidan); y el personaje «un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo», mediante estas palabras el personaje es calificado por su oficio, tiene nombre propio y unos rasgos morales que le hacen acreedor, en un primer momento de la simpatía del receptor, pues es amable y listo, aunque esta última afirmación irá quedando en entredicho a lo largo del desarrollo de la versión valeriana. La manera de presentar a Urashima es bastante castiza, casi tenemos la sensación de ir a leer un cuento del costumbrismo español del siglo XIX. Tal casticismo es característico del estilo de Valera. Aparece un narrador que podríamos definir como cotidiano, da la sensación de que conoce al personaje y hablase de él a un extraño, sin impedir que el cariño que por él siente salga a la vista, aunque, como se podrá observar a lo largo del cuento, es fingido.

            «Cierto día» y seguimos con la indeterminación espacial, Urashima salió a pescar. Hasta aquí lo normal, pues dedicándose al oficio de la pesca qué otra cosa se puede esperar de él. Sin embargo ese día no es uno cualquiera. A partir de este momento se desarrolla un proceso narrativo que tiende a mantener la atención del lector. En primer lugar parte desde lo cotidiano, de un día cualquiera, que no es cualquiera sino un cierto día, entre otras cosas por que Urashima no pescó un pez. Bueno, todo ello puede resultar cotidiano, mala suerte; pero al autor le interesa mantener en vilo al receptor, por ello no tarda en dirigirse directamente a él «¿Qué piensas que cogió?», se introduce el elemento de desequilibrio en el relato, la duda, que aún se mantiene un poco más, «Pues bien». Obsérvese cómo el autor está utilizando una característica cotidiana del cuento popular: Tensión, mantenimiento y afirmación. Esta última afirmación se convierte en especial, más por la liberación de la tensión que se ha ido acumulando que por la importancia de lo contado en sí mismo. Y ese algo final es que «cogió una grande tortuga». En el sintagma nominal que forma este predicado hay un elemento que destaca: la anteposición del adjetivo calificativo al nombre, figura sintáctica plenamente admitida en español, pero que, sin embargo, desde mi punto de vista está originando una ruptura en la fluidez de la narración, se nota que el autor está traduciendo de una lengua en la que la figura de la anteposición del adyacente al sustantivo es más frecuente.

            A continuación se describe la tortuga: Tiene una concha muy recia, una cara vieja, arrugada y fea y un rabillo muy raro. Y como sucede en los cuentos tradicionales y en las narraciones que se aproximan a su estética, en lo cotidiano se introduce aunque sea levemente, en un primer momento, lo maravilloso, en este caso en forma de ese «rabillo muy raro». No tarda en aparecer, nuevamente, el estilo oral, ahora mostrando a un narrador que cuenta una historia que no es propia del auditorio que la recibe, y que, por lo tanto, tiene que aclarar en algún momento: «Bueno será que sepas una cosa, que, sin duda, no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven». Y no podemos evitar señalar la ironía que se encuentra en la última parte de la afirmación. Urashima no ignora nada de las tortugas japonesas y después de esa aseveración aclaratoria que hace el autor, se pasa a la trascripción en estilo directo del pensamiento de Urashima.

30-HikJoSur             Este es el momento de señalar que se ha producido un cambio bastante interesante con respecto a la forma que este cuento presenta en el texto japonés. La tortuga no es pescada por Urashima. Lo que sucede es que, un día, cuando Urashima vuelve de la pesca se encuentra con un grupo de muchachos que están maltratando cruelmente a una tortuga. Ve cómo la tortuga se debate en su suplicio y se apiada de ella, mostrando su innata bondad y su apocamiento, cuando de una manera cortés solicita a los muchachos que suelten a la tortuga y finalmente les ofrece aquello que a él le hace falta para vivir (según unas versiones les da dinero, según otras el producto de su trabajo). Cuando Urashima consigue librar de su tortura a la tortuga la deja marchar y al tiempo comienza a desarrollarse la parte maravillosa de la historia.

            El proceso de pensamiento que sigue Urashima es el siguiente: «un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago». No deja de resultar extraño que Urashima piense que la tortuga puede vivir todavía novecientos noventa y nueve años más. En la versión japonesa esto puede ser más admisible, pues desde el primer momento se señala que es una tortuga joven, sin embargo en la traducción que está haciendo Juan Valera se nos muestra un animal con «una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea». Ese número no deja de ser significativo, tres nueves que sumados hasta llegar al número mágico vuelven a originar otro nueve el cual, a su vez, está directamente relacionado con el tres. En fin, numerología que nos lleva directamente hacia uno de los números mágicos de la tradición occidental, en primer lugar el nueve y al final del desarrollo el tres.

a15_lot27_1-max              Mediante su propio pensamiento, Urashima se nos presenta como un personaje sencillo y bondadoso. Plantea en un primer momento una cuestión de carácter cotidiano, la comida. Se apiada del animal, como en la versión japonesa; admite que no quiere ser cruel (¿por qué matar a la tortuga es cruel y sin embargo a un pez no?, cuando en los hábitos culinarios orientales se encuentran ambos situados en el escalafón de los animales susceptibles de ser ingeridos). Y otro elemento sumamente curioso: la presencia de la madre que sugiere el respeto filial, rasgo moral característico de la cultura japonesa, basado sobre todo en el confucianismo que desde China llegó a las islas de Japón.

            En definitiva, que Urashima «echó la tortuga al mar» y después se quedó dormido en su barca. Con ello, según corresponde a la tradición occidental, comenzamos a entrar en el ámbito de lo maravilloso porque una de las formas que tiene el ser humano de cruzar el umbral del otro mundo es mediante el sueño. De nuevo hace acto de presencia la figura del traductor-narrador que cuenta su propia experiencia, en su propia cultura «era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta». Y, después de ese rasgo de lo cotidiano, comienza la aventura fantástica en el ámbito del sueño: «Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama, que entró en la barca». ¿Quién esa hermosa dama que emerge del seno de las olas? ¿No recuerda esta descripción el nacimiento de Venus? ¿No nos sugiere algo la referencia al «seno» de las olas? Juan Valera podía ser muy irónico, incluso cínico cuando se lo proponía, pero lo que es indudable es que manejaba el lenguaje con una calidad que se puede encontrar en muy pocos casos.

            Es esta misma hermosa mujer surgida de las aguas la que con sus palabras va a contar a Urashima quién es ella, con una clara autoafirmación desde un primer momento «Yo soy», totalmente necesaria, pues en el mundo de lo maravilloso las imágenes hay que tomarlas con cierta precaución.

miyazawaRie_gou_20110529-200636-129             La doncella es la hija del dios de mar que vive con su padre en el Palacio del Dragón «allende los mares», es decir muy lejos. Además resulta que la tortuga y ella son la misma persona y resulta que todo ha sido una prueba que el dios del mar ha enviado a Urashima para probar su bondad. Urashima ha salido bien librado de la prueba y como premio a su bondad

Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules

            Hasta esta hija de los dioses se expresa con una cotidianeidad castiza en la que se representa el carácter del traductor, que se convierte en autor de pleno derecho mediante la técnica del extrañamiento; quiero decir, Juan Valera, desde un primer momento, va a dejar claro que lo que está haciendo es una traducción de una tradición que a él le es ajena, aunque le resulta atractiva, por ello ese sentimiento de otredad, esa utilización de elementos que «rechinan» en el relato.

            Por otra parte, en esas palabras de la mujer del mar no deja de ser interesante la presencia del sintagma mares azules. Azul, evidentemente, como epíteto, como adorno poético sin más, pero también como elemento de recurrencia a ese ámbito onírico que está viviendo el personaje y que el autor quiere transmitir al lector.

Untitled1            Indudablemente, Urashima, aunque sea un poco simple, no va a poder decir que no al ofrecimiento de la doncella: trato sexual, como es característico cuando un hada se le aparece a un hombre (así sucede en las tradiciones occidentales de la edad media), con boda incluida, siempre que él quiera, y a través de ella emparentar con el ser más poderoso de los mares, con el dios mismo; también le ofrece una vida feliz y duradera en un lugar maravilloso. La simplonería de Urashima, desde luego, no está en aceptar todo ello, ¿qué mortal no lo haría? En la versión española traducida directamente desde el japonés (que editaremos en una próxima entrega en este blog) Urashima no lo duda ni un momento y eso que está casado (en la versión de Juan Valera sólo se nos habla de su madre).

            En definitiva, ante las promesas de la diosa surgida del mar, Urashima no responde con palabras, sino con la acción «tomó entonces Urashima un remo» y ahora viene lo sorprendente «y la princesa otro» y «remaron, remaron hasta arribar por último al Palacio del Dragón». De estas acciones hay dos elementos que llaman especialmente la atención: el método de desplazamiento hacia el reino de lo maravilloso y el hecho de que la diosa también se ponga a remar. Ambas cosas nos alejan un tanto de lo maravilloso, pues normalmente, para llegar a la tierra de lo mágico o de los dioses, los medios de transporte suelen ser distintos y muy rápidos. En lo segundo, además, se introduce un elemento que no deja de sugerir cierto humor, ¿será que la princesa del mar también tiene prisa por retornar con Urashima a su palacio? No deja de haber, por otra parte, cierta gracia sexual, picarona, contenida en el hecho de remar y remar. Esto no sucede en la versión que del cuento de Urashima hace Lafcadio Hearn en la cual el hecho de que ambos personajes remen a la vez tiene el contenido simbólico de representar a la pareja primordial o al amor de los cónyuges.

            Y llegan al palacio del Dragón «donde el dios de la mar vivía e imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces». ¿Cómo era el palacio? Para su descripción, el narrador utiliza su característico estilo oral que involucra directamente al oyente:

¡Oh que sitio tan ameno era aquel! Los muros del palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas y rubíes por fruta; las escamas de todos los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el palacio parecía

            La mejor manera de magnificar la descripción es haciendo referencia a aquello que puede causar la mayor maravilla en el receptor. En la descripción del palacio hay dos partes. La descripción directa que hace el narrador en la cual predomina lo precioso maravilloso en forma de elementos sumamente brillantes y extraños o ricos: coral, esmeraldas, rubíes, plata y oro; y la llamada a la visión del receptor para que este se imagine mejor la riqueza del lugar mediante la comparación con su vivir cotidiano: bonito, primoroso, luciente.

            Respecto a la versión japonesa, la descripción del palacio que aparece en este texto de Juan Valera está muy abreviada.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA             Pasa el tiempo

Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes

            De nuevo acumulación de los elementos característicos de la tierra maravillosa: la felicidad, los árboles con hojas de esmeraldas y con frutas de rubíes. En el Taketori monogatari, el Cuento del cortador de bambú, aparecen estos árboles de Horai, que es la representación del otro mundo en la tradición japonesa. Todos estos elementos tienen una función clara de alejar al receptor de un ambiente característico de lo cotidiano, donde está la miseria, la muerte, la desesperanza, la traición, el dolor, la desilusión; frente a todo esto el mundo de lo maravilloso.

            Pasados los tres años, Urashima le dice a su esposa que está «muy contento y satisfecho» pero que necesita volver a su casa para ver a «su padre, madre, hermanos y hermanas». Aunque la partida de Urashima no es del agrado de la princesa marina («mucho me temo que te suceda algo terrible»), le deja partir, pero le impone una condición para regresar: «Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme». Aquí se introduce el elemento de la discordia que llama a la curiosidad, una prohibición acompañada de la posibilidad de transgredirla; pues la única utilidad de esa caja es que no la abra, bastaría con no dársela.

sc227978             Navegando durante mucho tiempo, Urashima consigue regresar a la costa de su país. Nuevamente, el narrador oral, conocedor de los actos que incentivan la curiosidad, mantiene vivo el interés, retrasa la explicación de lo que va a suceder cuando Urashima llegue a su país. Y la mejor manera es plantear una serie de preguntas retóricas, no por no esperar respuesta, sino porque provocan una reacción por parte del receptor, la ansiedad en conocer la respuesta: «¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir?». Todo ha cambiado, salvo los elementos de la misma naturaleza, los cuales han permanecido: «Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya no iban allí las mujeres a lavar la ropa como antes» Ante ello se recuerda de nuevo la circunstancia temporal señalada con anterioridad «portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años».

            Pasa por allí un hombre, y Urashima se dirige a él, y en su respuesta se aclara el misterio de los cambios

¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.

urashima_1886_10-1             Y en las palabras de ese hombre desconocido está contenida la respuesta que Urashima encuentra sobre lo que antes era su mundo: enajenamiento total, pues todo aquello que conoció y que era suyo ha desaparecido y la locura que se le supone por buscar a alguien de tiempos tan remotos.

            Con este aspecto entramos en contacto con un elemento bastante importante, no solo de este relato pues también aparece en otras narraciones de carácter tradicional o literario: la peculiar visión de lo temporal, o mejor dicho, el tiempo mágico del relato. Ha llegado a afirmarse en algún momento que esta visión especial puede estar en relación con la concepción espacio temporal defendida por Albert Eistein en su teoría de la relatividad.

            No deja de haber un cierto fallo constructivo en la tensión, por parte de Valera, pues es el primer hombre al que encuentra el que responde a la pregunta definitiva de Urashima, con lo cual el misterio queda desvelado de una manera precipitada.

            Urashima cae ahora en la cuenta y descubre que su mundo ya no es aquel

De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con cola de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto y donde hasta su propia aldea había desaparecido.

            Es interesante constatar cómo se crea un cierto ritmo narrativo mediante la repetición. En este caso se trata de una repetición de carácter descriptivo.

            La personalidad de Urashima, desde tal y como había sido mostrada en un principio, comienza a cambiar, pues actúa «con gran precipitación y atolondramiento», pensó que la única manera que tenía para regresar al Palacio del Dragón, era abrir la caja que le diera su esposa, aunque ello implicaba desobedecer la orden, pero en aquel momento, Urashima no recordó la prohibición «por lo trastornado que estaba».

            Abre la caja «¿Y qué piensas que salió de allí?». Una nube blanca que flotando se adentra en el mar, alejándose de Urashima, el cual, en ese momento, recuerda la prohibición. Pero ya es demasiado tarde, y mientras corre en pos de la nube, «de repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y, al fin, cayó muerto en la playa».

            Ahora el narrador, sentimentalmente se involucra en el relato, para transmitir a sus receptores la emoción del momento «¡Pobre Urashima!». Pobre, no sólo porque ha muerto, sino porque, al final, el bondadoso Urashima del principio se ha transformado en «atolondrado y desobediente» pues «si hubiera hecho lo que le mandó la princesa, hubiese vivido más de mil años».

            El cuento acaba con un párrafo en el cual se vuelve a hacer una llamada al receptor, invitándole a entrar, de una manera directa, en el mundo maravilloso. En el último párrafo se desvía la atención del relato desde lo moral hacia lo maravilloso, lo cual hace cambiar totalmente la interpretación del texto. A la vez, vuelve a crearse un ritmo por repetición descriptiva. Estos elementos que ahora se enumeran son los más mencionados a lo largo del texto.

Dime, ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?

Sin título-1             El cuento de Valera está fechado en Madrid en 1887 y fue publicado en De varios colores en Madrid, Editorial Fe en 1898.

El pescadorcito Urashima

Juan Valera

Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.

Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven.

Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:

-Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.

Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar.

Poco después aconteció que Urashima se quedó dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta.

Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y dijo:

-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue tortuga la que pescaste poco ha y tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.

Tomó entonces Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía o imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces. ¡Oh, qué sitio tan ameno era aquel! Los muros del Palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta las escamas de los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente  que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima. Y ¿cómo no, si era el yerno del dios de la mar y el marido de la adorable princesa?

Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes.

Pero una mañana dijo Urashima a su mujer:

-Muy contento y satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas, Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré.

-No gusto de que te vayas -contestó ella-. Mucho temo que te suceda algo terrible; pero vete, pues así lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme.

Prometió Urashima tener mucho cuidado con la caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en la costa de su país natal.

Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años.

Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca y Urashima le preguntó:

-¿Puedes decirme, te ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?

El hombre contestó:

-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.

De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con colas de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido.

Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se le marcaría?

-Tal vez -caviló él- si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.

Así desobedeció las órdenes que le había dado la princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que estaba.

Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja. Y ¿qué piensas que salió de allí? Salió una nube blanca que se fue flotando sobre la mar. Gritaba él en balde a la nube que se parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese él al palacio del dios de la mar.

Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa en pos de la nube.

De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó muerto en la playa.

¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la princesa, hubiese vivido aún más de mil años.

Dime: ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?

 Madrid, 1887.

Juan Valera. Enrique Romero de Torres.

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“LA CARGA DE LA BRIGADA LIGERA”

Lord Alfred Tennyson

(1809-1892)

Alfred_Tennyson_with_book,_by_Julia_Margaret_CameronLord Alfred Tennyson fue uno de los poetas más reconocidos de la época Victoriana. Entre sus composiciones hay que destacar aquellas que recrean los mitos artúricos, especialmente Idylls of the King (1859). Después de su muerte fue considerado como un ejemplo de lo más patético que tenía la poesía inglesa durante esta era (sentimentalismo y ornamentalidad tan exagerada como vacua); sin embargo, puede ser visto como uno de los máximos representantes de la época que le toco vivir. En este sentido hay que leer “La carga de la Brigada Ligera”, basada en un episodio que corresponde perfectamente al espíritu del imperialismo de su tiempo. El poema es un ejemplo de heroificación épica que, a la vez, deja caer un cierto tono irónico en esa velada voz de sospecha hacia ciertas responsabilidades.

La poesía de Alfred Tennyson se desarrolla durante la época del Realismo, sin embargo, su voz no es un eco del utilitarismo característico de la Revolución Industrial. Bien podríamos acercarlo a unas posturas similares, adelantándose en su tiempo, a lo que a finales del siglo XIX sería el Modernismo de las letras hispanas.

Su voz no surge del vacío poético de una época tan positivista como es la victoriana. El dolor por la muerte del que fuera su mejor amigo y el miedo a perder el contacto con la realidad en la demencia (tres hermanos suyos la padecieron), le llevaron a sumirse en una disciplina de silencio poético, lecturas y meditación durante diez años, hasta 1842. A partir de ese momento, la recuperación de la palabra le llevaría a ser nombrado poeta laureado del Imperio; como tal escribió “La carga de la Brigada Ligera”.

 RogerFentonvalley1El poema “The Charge of the Light Brigade” fue publicado el 9 de diciembre de 1854. Es un canto al heroísmo, también una crítica contra quien dio una orden que condujo a tantos a la muerte.

Los acontecimientos en los que se basa esta composición sucedieron durante la Guerra de Crimea, el 25 de octubre de 1854, así pues casi son inmediatos poesía y desastre. Al parecer, Alfred Tennyson la escribió a raíz de conocer los hechos.

Por las órdenes de Lord Raglan, Lord Cardigan dirigió unos 600 hombres (673 ó 661) de cinco Regimientos (Dragones Ligeros, Lanceros y Húsares) contra veinte batallones de infantería apoyados por unas cincuenta piezas de artillería.

 Lord Cardigan explicó en los siguientes términos lo sucedido:

Cornet_Wilkin_11th_Hussars«Avanzamos por una pendiente gradual de más de un kilómetro, las baterías vomitaban sobre nosotros obuses y metralla, con una batería a nuestra izquierda y una a nuestra derecha, y el espacio intermedio erizado de fusiles rusos; así cuando llegamos a 50 metros de la boca de los cañones que habían arrojado la destrucción sobre nosotros, estábamos, de hecho, rodeados por un muro de fuego, además del de los fusiles en nuestro flanco.

Mientras ascendíamos la colina, el fuego oblicuo de la artillería caía sobre nuestra retaguardia, de tal modo que recibíamos un nutrido fuego sobre la vanguardia, los flancos y la retaguardia. Entramos en el espacio de la batería, la atravesamos, los dos regimientos en cabeza, hiriendo un gran número de artilleros rusos al pasar. En los dos regimientos que tuve el honor de dirigir, cada oficial, con una única excepción, fue o bien herido, o muerto, o vio al caballo que montaba muerto o herido. Estos regimientos pasaron, seguidos por la segunda línea, formada por dos regimientos suplementarios, que siguieron con su deber de herir a los artilleros rusos.

01_1936-charge-of-the-light-brigade-lcDespués vino la tercera línea, formada por otro Regimiento, que completó la labor asignada a nuestra Brigada. Creo que ello se hizo con verdadero éxito, y el resultado fue que ese cuerpo, formado por tan sólo 670 hombres aproximadamente, logró atravesar la masa de la caballería rusa que —como hemos sabido posteriormente— disponía de 5.240 hombres; y habiendo atravesado esta masa, dan la vuelta, como dice nuestra expresión técnica militar, «al fondo de todo», y se retiraron de la mismo modo, provocando tantos daños como era posible en la infantería enemiga. De regreso a la colina de la que había partido el ataque, tuvimos que sufrir la misma mano de hierro y padecer el mismo riesgo de disparos de los tiradores en nuestro flanco que a la ida. Muchos de nuestros hombres fueron alcanzados, hombres y cabalgaduras resultaron muertos, y muchos de los hombres cuyas monturas murieron fueron masacrados cuando intentaban escapar.

Pero, mylord, ¿cuál fue el sentimiento de estos valientes que regresaron a su posición, de cada regimiento no retornó sino un pequeño destacamento, dos tercios de los efectivos implicados en la acción se habían perdido?

Creo que cada hombre que participó en este desastroso asunto de Balaklava, y que tuvo la bastante suerte como para seguir con vida, debe notar que fue solamente por un decreto de la Divina Providencia que escapó a la muerte más cierta que era posible concebir».

davidhemmings Marcado por el espíritu heroico tanto de este poema como de la narrativa de Rudyard Kipling, Michael Curtiz realizó una película, protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland, según los cánones del Star System, en 1936. El tema inspiró otro filme en 1968, este con una mayor fidelidad a los hechos para dar una visión más realista y menos épica, se trata de La última carga, dirigida por Tony Richardson.

La carga de la Brigada Ligera

Media legua, media legua
media legua por delante;
todos, por el Valle de la Muerte,
cabalgaron los seiscientos.
“Adelante, Brigada Ligera”.
“Cargad contra los cañones”, decía.
En el Valle de la Muerte,
cabalgaron los seiscientos.
 
“¡A la carga, Brigada Ligera!”
¿Han abandonado a alguien sus fuerzas?
No, por más que el soldado supiera
del desatino de alguno,
ninguno replica,
ninguno manifiesta sus razones;
no están allí sino para morir.
En el Valle de la Muerte,
cabalgan los seiscientos.
 
Cañones a su derecha
a su izquierda,
al frente.
Truenos y descargas.
Una tormenta de disparos y hierro;
audaces cabalgaron
hacia las fauces de la muerte;
hacia la boca del infierno,
cabalgaban los seiscientos.
 
Brillaron desnudos todos los sables.
Destellaron al ser blandidos en el aire
para hendirse en los artilleros.
Cargaron como un ejército,
para asombro del mundo.
Se perdieron en el humo de la batería,
hacia una línea que rompieron.
Cosacos y rusos
tambaleándose por los golpes de sable
retrocedieron dispersándose.
Entonces cabalgaron de regreso,
pero no, no iban los seiscientos.
 
Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones a su espalda.
Truenos y fuego;
una tormenta de estallidos y hierro.
Mientras, caballos y héroes se desplomaban,
después de haber luchado con encono.
Regresaron de las fauces de la muerte.
Llegaron de las bocas del infierno.
Lo que quedó de ellos,
algunos de los seiscientos.
 
¿Cuándo podrá marchitarse tal gloria?
¡Qué carga tan salvaje realizaron!
Se maravilló el mundo entero.
Honor para la Brigada Ligera.
Fama para la carga
de los nobles seiscientos.

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HIROSHIGE Y SU ÉPOCA

Comentarios acerca de la

XIII Semana Cultural Japonesa en la Universidad de Zaragoza

Entre los días 28 de abril y 7 de mayo de 2014 se ha celebrado en el Salón de Actos de la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de Zaragoza, la XIII Semana Cultural Japonesa, en esta convocatoria dedicada a Hiroshige y su época.

            Han pasado unos cuantos años desde que en un Congreso sobre el Japón contemporáneo, también en Zaragoza, en su Universidad y en la misma Biblioteca de Humanidades María Moliner, tuve la oportunidad de conocer tanto a la doctora Elena Barlés como al doctor David Almazán, ambos entregados profesores a la causa de la Cultura Japonesa desde el Departamento de Historia del Arte.

            Decía que han pasado unos cuantos años y ellos siguen manteniendo ese entusiasmo que les caracteriza y que contagia a los que asistimos a las jornadas que organizan. Sigue en ellos la misma fuerza, aunque ahora multiplicada, porque aquellos que hacen de su trabajo vocación no se menguan ante las dificultades. El año 2008 fue de generosidad económica; era el tiempo de la Exposición Internacional en Zaragoza. Ahora las arcas de aquellos que tendrían que velar por mantener la cultura de su pueblo y no por llenar sus papos de monedas, dicen que están vacías, y a los altos gerifaltes europeos más les interesa que España siga siendo un país de panderetas y piernas abiertas para calmar las ansias turísticas de sus acomodados ciudadanos afanosos de sol, paella y borrachera.

            Bueno, me he vuelto a perder, porque no es ahora el momento de todo esto, o quizá sí. No he podido asistir a todas las conferencias. Soy profesor de Instituto, y me honro de ello, aunque, al parecer, este tipo de congresos que tanto enriquecerían nuestra actividad docente, son una manifestación más, para la autoridad que así lo marca, de nuestra vagancia, manifiesta en el absentismo (vaya, otra vez).

            Con todo y con ello, aquello que he visto y he escuchado me ha parecido tan interesante que aquí van estos comentarios.

            A lo largo de la XIII Semana Cultural Japonesa se ha hablado de Hiroshige, que vivió entre 1826 y 1858, y su época, la cual podría definirse como un fragmento de la era Edo (1615-1868). La paz de los Tokugawa y su férreo Bakufu hace que la clase burguesa de las ciudades pueda prosperar y con ello una nueva estética y unas nuevas manifestaciones artísticas. Desde luego que se promulgan numerosas leyes de austeridad, pero los comerciantes enriquecidos y los samuráis que han tenido la fortuna de pertenecer a los clanes aliados con los vencedores disponen de dinero contante y sonante y así surge ese mundo flotante, ukiyo, del barrio de Yoshiwara en Edo (Tokio). Casas de juego, de prostitución, de geishas, de espectáculos, especialmente de Kabuki, la manifestación teatral por antonomasia de esta época, y de los grabados Ukiyo-e: mujeres hermosas, vistas espectaculares, erotismo desinhibido cuando no pornográfico, cinismo, parodias… Ahí están Hokusai, Sharaku e Hiroshige.

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En algunos de sus grabados también se muestra el mundo de los niños; es por esta época cuando comienza a desarrollarse con mucho más empuje esa costumbre de representar una corte imperial jerarquizada mediante hermosas muñecas. Durante la conferencia de la Dra. Muriel Gómez pude recordar y comprender mucho mejor una de las películas de Akira Kurosawa que más me impresionó en su momento, Sueños (con dos maravillosos episodios, uno de los cuales enlaza directamente con algunos aspectos de la exposición).

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El periodo Edo también apreció una manifestación entre deportiva, épica y mitológica como es el Sumô, explicado por el Dr. Jaime Esain, en una tarde combativa, pues siguió con la exposición del Dr. Fernando Ángel Beltrán sobre las “Artes Marciales basadas en la espada japonesa”: el Iaido, el Kendo y el Iaijutsu, sus palabras estuvieron acompañadas por la muestra de las armas y equipo que en la actualidad se utilizan para tales disciplinas.

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Sumamente interesante fue también la conferencia de la Dra. Pilar Cabañas; analizó la “influencia de Hiroshige en el arte occidental”, explicada con ejemplos claros: Van Gogh, Manet, Monet, Alexandre de Riquer, Whistler. Técnicos que parecen surgir de la experimentación desde la contemplación de los mencionados pintores y que, sin embargo, están relacionadas plenamente con las estampas japonesas que llegaron desde finales del siglo XIX a Europa.

            Y, finalmente, como es habitual en estas jornadas, una magnífica presentación al ciclo “El Japón del periodo Edo a través del cine” por D. Javier Calvo de la Universidad de Zaragoza. El periodo Edo ha sido uno de los más representados en la cinematografía japonesa; recordemos, como hizo el conferenciante, las películas de samuráis que se desarrollan en esta época, de manera muy especial la trilogía samurái de Yôji Yamada; a mí me gusta recordar de una manera especial Akahige (Barbarroja) de Akira Kurosawa.

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En el ciclo se proyectaron dos filmes. El primero de ellos Humanidad y globos de papel (Ninjo Kami Fusen, 1937) de Sadao Yamanaka. en ella se representan dos principios estéticos de la cultura japonesa, el mono-no-aware, esa tristeza omnipresente en la narrativa, sea cual sea el vehículo utilizado (literatura, pintura, música o cine) y otro, más característico del periodo Edo como es el Tsû, ejemplificado en ese peluquero que decide aprovechar el tiempo disfrutándolo al máximo y aceptando su destino con un estoicismo equivalente al del samurái y su esposa. La otra película fue Sharaku, de Masahiro Shinoda (1995), en ella se relatan algunos episodios de ese misterio que es el autor de unos grabados de carácter tan naturalista que más bien parecen satíricos. La proyección de este filme fue un broche elegante y didáctico para las jornadas, pues en el filme se observan claramente representados todos los principios y realidades que fueron expuestos en las jornadas anteriores.

            Siento no poder decir nada del resto de las conferencias, aquellas que fueron en sesión matutina, pero invitado está quien quiera enriquecer con su comentario estas palabras; la falta no significa desconfianza, pues estoy seguro de que fueron tan ilustrativas como las aquí reseñadas.

            Vuelvo a dar las gracias tanto a Elena Barlés como a David Almazán por ese bien hacer en su profesión.

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EL PESCADORCITO URASHIMA

UNA PRIMERA VERSIÓN DEL CUENTO DEL PESCADORCITO URASHIMA

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Las primeras versiones que se encuentran de la historia de Urashima se pueden situar hacia el siglo VIII . En Tango no kuni Fudoki, -en esta obra se intentan justificar los lugares y las etimologías topográficas partiendo de la relación de una divinidad, o de algún elemento sobrenatural, con el lugar concreto que se está explicando; en concreto, la obra desarrolla los topónimos de Tango, lugar donde se desarrolla la aventura maravillosa de Urashima-. También en el Nihonshoki y en una versión antigua que pertenece al Manioshu.

            En la colección de poemas japoneses titulada Manioshu (edición española por Cabezas 1980) se localiza una obra titulada «Balada de Urashima»; pertenece al tercer período de poemas recogidos en el Manioshu (710-733). Está atribuida a Mushimaro de Takahashi (poeta de comienzos de la época de Nara), conocido fundamentalmente por sus romances lascivos. Esta balada comienza con una referencia directa al tiempo del propio autor, y a su lugar

                                                                                En primavera, los días que hace niebla,
                                                                                cuando contemplo en playa Suminoe
                                                                                cómo se mecen los barquitos pesqueros
                                                                                siempre recuerdo esta historia de antaño

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Sigue la narración propiamente dicha de la historia de Urashima. Siguiendo con la estructura clásica del relato tradicional, el autor nos presenta en un primer momento el lugar, el personaje y una actividad cotidiana

                                                                  En Mizunoe hubo un joven, Urashima,
                                                                    que fue a pescar bonitos y besugos.

            Tanto avanzó en el mar, que llegó a su confín. Allí se encontró con la hija del dios del mar

Se declararon y hubo consentimiento;
con que juraron y fuéronse los dos
al reino eterno, entrando en el palacio
del dios del mar, y enlazadas sus manos
vivieron juntos en una extraña alcoba.

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            Se encuentran aquí una serie de elementos que contribuyen a dar el tono típico de narración de carácter maravilloso: la inmediatez del amor y la consumación de este en una extraña alcoba, sin olvidar, por supuesto, la presencia del reino eterno y el palacio del dios del mar. Estos dos últimos elementos también aparecen mencionados en El pescadorcito Urashima, donde la concepción temporal en el reino maravilloso varía radicalmente respecto a la visión realista del tiempo. El reino maravilloso es el lugar de lo eterno pues «no envejecían, ni habían de morir». En esta situación de felicidad, Urashima, que por primera vez aparece calificado de «insensato», le habla del mundo humano a su esposa

Sólo un momento volver quisiera a casa,
contarle todo a mi padre y mi madre
para volver mañana mismo aquí.

            Y la esposa lo consiente, pero le impone una condición

Si volver quieres al país inmortal,
y como ahora vivir siempre conmigo
¡que no destapes este cofre jamás!

            Todo ello lo jura Urashima. Cuando llegó a la playa de Suminoe, descubre que nada es como él lo había dejado; el autor se vale de la repetición para causar una mayor extrañeza en el receptor y a la vez crear un ritmo, tal y como sucederá en la versión-traducción de Juan Valera.

Miró a su casa, pero no vio su casa.
Miró a su pueblo, pero no vio su pueblo.

            En ese momento y por mediación del mismo pensamiento del personaje, nos enteramos de que, según su propia concepción del tiempo, sólo han transcurrido tres años desde el momento de su partida.

            Se le plantea la duda y con ella, la tentación, que no vence, de abrir la caja que le diera su esposa

<Tal vez con sólo abrir esta cajita,
volverá a estar mi casa en su lugar>.
Y entreabriendo el espléndido cofre,
vio que salía un humo blanquecino
y que flotaba hacia el reino inmortal.
Echó a correr, gritó, movió su manga,
se revolcó, pisoteó de rabia,
pero al instante perdió el conocimiento.

            Y allí donde la prosa y el cuento dan una explicación a todo lo sucedido, nos encontramos con un final que simplemente queda, sin que el receptor llegue a conocer realmente lo que ha sucedido

Su joven piel quedó llena de arrugas.
Su pelo negro encaneció al momento,
y poco a poco su aliento se cortó,
y finalmente quedó muerta su vida.

            Así como al comienzo se hacía una referencia al presente del receptor y del autor, el final coincide con esta fórmula, pues

En Mizunoe se ven aún las ruinas
De la casa de Urashima.

            Y la enseñanza moral presente en la antiestrofa

Debiste vivir una infinitud
y por razón de tu corazón…
¡qué loco eres tú!

            Donde la presencia del tema de la insensatez de Urashima vuelve a quedar patente.

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             Takagi (2004) en la interpretación psicoanalítica que hace de los monogatari plantea una serie de cuestiones bastante interesantes respecto a El pescadorcito Urashima. Es evidente que hay cierta inmadurez en Urashima. En las diferentes versiones, y entre ellas destaca la de Juan Valera, Urashima es un imbécil que pierde la eternidad por la nostalgia, vive una situación de dependencia hacia la madre, como demuestra la añoranza que siente a los tres días de estar en el reino del mar con la princesa Otohime. La pasividad de Urashima, y por tanto su incapacidad de actuar, de hacerse con las riendas de su vida, también se observa en que es la mujer, que previamente era la tortuga, la que toma la iniciativa al proponer el matrimonio a Urashima.

Según Kawai, como ha definido C.G. Jung, la tortuga es el símbolo de la masa confusa inicial en la alquimia. Es el mundo donde la división de materias todavía no ha tenido lugar y la construcción del ego está por empezar, y es el carácter de la Gran Madre que puede dar o quitar igualmente la vida. Si Urashima ha sido capturado por esta princesa tortuga y no supo reconducir su suerte por su propia voluntad, no era posible evitar que por una acción insignificante, como abrir una caja, su vida se esfumara (Takagi 2004: 122).

Otro aspecto sumamente interesante es la presencia del mar como frontera con lo maravilloso. La unión del mar con la mitología japonesa comienza en las primeras manifestaciones culturales japonesas. Ya en el Kojiki (Crónica de las cosas antiguas) el mar se convierte en el origen del Japón. Posteriormente, desde ese planteamiento mitológico, el mar llega hasta algunas de las tradiciones japonesas, uno de los casos más claros de ello este texto.

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MUJERES QUE DUERMEN. HOMBRES QUE SUEÑAN

El sueño como una realidad mágica

(Durmientes en Gabriel García Márquez)

Vivir, soñar, morir,
en la igualdad de los tres términos
está la inmortalidad.

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Desde el sueño se accede a una dimensión que, aun con ecos de las vivencias cotidianas, es diferente. El sueño es el sendero que permite cruzar la frontera de la realidad desde lo cotidiano; así en aquel que se sumerge en la oscuridad del dormir; ahora bien, en algunas ficciones hay un segundo factor que, desde la vigilia, se adentra en esa dimensión diferente, se trata del que mira cómo otros duermen. Casi podríamos afirmar que elml_surrealismo y sueño_12_BrassaiExtasis_1200 origen de un tema literario como este se encuentra en la novela de Yasunari Kawabata La casa de las bellas durmientes (Nemureru bijo, 1961). El acto de dormir y soñar niega la realidad de lo percibido por los sentidos, pues la imaginación onírica y la descripción del sueño, aunque se basen en los fundamentos de la percepción real, aunque sean símbolos o alegorías generados desde la psique del soñador, siguen siendo ficciones; así lo reconoce Michel Foucault en su acercamiento a la historia de la locura.

            La literatura es como una sarta de perlas que se extiende en un espacio que también puede entenderse como un juego temporal. Unos autores, una historia, unos libros conducen a otros, creando una biblioteca que no es tanto física como de apreciaciones subjetivas y de lecturas compartidas. Así, perfectamente, siguiendo el hilo que las ensarta podemos llegar desde la novela de Yasunari Kawabata a la ficción de Gabriel García Márquez.

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            Primer texto. Uno de los relatos contenidos en Doce cuentos peregrinos (1992), “El avión de la bella durmiente”, fechado en junio de 1982. Gabriel García Márquez en él hace referencia a La casa de las Bellas Durmientes en los siguientes términos

“Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de las ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban porque la esencia del placer era verlas dormir”.

            Indudablemente, un recuerdo de la novela que desfigura bastante el sentido que tiene la obra de Yasunari Kawabata en la que lo estético se amalgama con lo siniestro, la perversión y la muerte.

            Todo comienza en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, esperando el embarque a un vuelo hacia Nueva York. Allí surge “una aparición sobrenatural que existió sólo un instante”. Se trata de la mujer más hermosa, descrita en términos cuya estética se acentúa en la otredad de un mestizaje desconocido. La casualidad (¿será eso?) 4hace que el narrador pueda compartir espacio cercano con la hermosa que al poco de comenzar el vuelo, tras realizar unos gestos que, aunque cotidianos (se toma una pastilla y se acomoda), se tiñen, en las palabras del cuento, de un simbolismo mágico, y son el paso previo a quedar dormida. Aquí, la idealización ficticia de la realidad llega a su punto culminante. Se suscita un ambiente de ensoñación que es el mismo que con mayor densidad se manifiesta en La casa de las bellas durmientes de Kawabata. También lo siniestro, como en la novela, hace acto de presencia pues su sueño es “tan estable que, en cierto momento, tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir”.

            Años después, el mismo tema volverá a aparecer de una forma mucho más detallada en Memoria de mis putas tristes (2004). En el pórtico de esta novela, García Márquez recuerda una frase de la de Yasunari Kawabata, aquella en la que se hace referencia a las prohibiciones de la casa en clara alusión a elementos sexuales simbolizados en la mención de boca, labios y dedo. Más allá de esta declaración, de carácter intertextual, hay ciertos elementos que acercan una a la otra; la forma de actuar de los personajes masculinos cuando conciertan la cita con la dueña del burdel, la importancia del somnífero que lleva a las doncellas a un estado similar al de la muerte. Más allá de eso, poco. Frente a la oscuridad que prima en la obra de Kawabata, una oscuridad ominosa cercana en algunos momentos a lo gótico, en Gabriel García Márquez está el sol del Caribe. Lo acústico también describe realidades divergentes. Mientras en el burdel de Rosa Cabarcas suenan boleros, en la casa de las bellas durmientes sólo se oye el romper de las olas contra las rocas y la profunda respiración de las mujeres.

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            El anciano de La casa de las bellas durmientes transmite lo siniestro, el deseo que no puede verse satisfecho más que en la degradación. Por el contrario, el protagonista de Memoria de mis putas tristes, rejuvenece con el amor; transforma la realidad desde una mirada literaria; hasta su joven compañera de lecho recibe un nombre de la tradición oral del Romancero, Delgadina. Para este nonagenario, su relación con Delgadina es una experiencia de lo absoluto encontrado en un cuerpo de mujer al que adora con un sentimiento alejado de esa degradación del ser humano que es la pedofilia. Veneración hacia un cuerpo femenino, fusión de rito cristiano en la doncellez y del paganismo en la exaltación del cuerpo.

            Sólo negrura y muerte queda balbuciendo tras la lectura de La casa de las bellas durmientes; nada que ver con la transformación radical del mundo del protagonista de Memoria de mis putas tristes, cuando sepa, por las palabras de Rosa Cabarcas, que la muchacha está lela de amor por él

“salí a la calle radiante y por primera vez me reconocí a mí mismo en el horizonte remoto de mi primer siglo. Mi casa callada y en orden a las seis y cuarto, empezaba a gozar los colores de la aurora feliz. Damiana cantaba a toda voz en la cocina y el gato redivivo enroscó la cola en mis tobillos y siguió caminando conmigo hasta mi mesa de escribir. Estaba ordenando mis papeles marchitos, el tintero, la pluma de ganso, cuando el sol estalló entre los almendros del parque y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años”.

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Ya no es la condena a cien años de perpetua soledad, la maldición de la estirpe de los Buendía; claro que en estas metáforas de luz que transforman la realidad puede esconderse el sueño de morir de aquel que no es consciente de haber muerto.

[Extracto de “El sueño como una realidad mágica. Durmientes en Kawabata, García Márquez y Murakami”; publicado en el Boletín de la Asociación Española de Orientalistas].
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Haruki Murakami, poeta de la nada

“Kafka en la orilla del mar”

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Analizando la presencia de los valores clásicos en la obra de Haruki Murakami, pensé que este poema es una magnífica representación de una de las figuras que predominan en la segunda época (periodo feudal, siglos XII-XVI) de la historia estética japonesa; se trata de Yûgen.

            Yûgen es definido por Federico Lanzaco (Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa) como una belleza misteriosa oculta en la sutilidad, en la elegancia y con un cierto misterio, todo ello para originar una conmoción sin un motivo concreto y aparente. Como ejemplo de este rasgo, el profesor Lanzaco traduce este poema de Shunzei (siglo XII):

A medida que atardece
sobra frío en mi corazón.
El viento otoñal de la marisma.
El pato salvaje lanza su grito solitario
en los cañizales de la remota villa de Fukakusa

             En Kafka en la orilla, Haruki Murakami presenta una canción que escribió en su juventud la señora Saeki, la cual, por otra parte es uno de los personajes más atrayentes en la literatura de este autor.

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            Además de la señora Saeki hay otros muchos personajes que está relacionados con el mundo de la música en su obra. Reiko, una frustrada concertista de piano en Tokio Blues; Shiro, en Los años de peregrinación del chico sin color, Myû en Sputnik, mi amor; las tres son intérpretes entregadas a la música de piano; tres promesas que se frustran en la oscuridad de la neurastenia, la perversión o el asesinato. También la señora Saeki compone su “Kafka en la orilla del mar” desde unos principios neuróticos que acaban eclosionando con la trágica muerte de su novio de adolescencia. La señora Saeki es una mujer misteriosa que ha desaparecido durante años de su vida cotidiana, una mujer en la cual se aúna misterio y belleza, conseguida mediante una descripción estetizante que la aproximará al canon clásico japonés.

            El texto me parece lo suficientemente importante como para dedicarle un espacio. ¿Por qué? Sobre todo porque es un acercamiento directo a un género que yace oculto, prácticamente invisible, en otros muchos momentos de su obra (oculto, invisible, pero no ausente), lo lírico en su expresión pura de poesía (es la letra para una composición musical); también porque sigue expresando los temas característicos de la estética murakamiana.

Kafka en la orilla del mar

Cuando tú estás en el borde del mundo
yo estoy en el cráter de un volcán muerto;
a la sombra de la puerta
se yerguen las palabras que han perdido sus letras.
Al dormir, la luna ilumina las sombras.
Pececillos caen del cielo,
al otro lado de la ventana
hay soldados con el corazón endurecido.
Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar,
pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo.
Cuando el círculo del mundo se cierra,
la sombra de la esfinge sin destino
se convierte en cuchillo
y atraviesa tus sueños.
Los dedos de la niña ahogada
buscan la piedra de la entrada;
alza las mangas de su vestido azul
y mira a Kafka en la orilla del mar.

            Esta canción es muy importante en el desarrollo argumental de la novela, puesto que mediatiza la visión de la otra dimensión con la cual va a encontrarse posteriormente Kafka.

            Buena parte del sentimiento contenido en este poema también está expresado en la descripción del cuadro que hay en la habitación de la mansión Kômura donde duerme Kafka Tamura:

Haruki MurakamiEn la habitación no hay elementos decorativos, sólo un pequeño cuadro en la pared. Un retrato, realista, de un niño en la orilla del mar. El cuadro no es malo. Tal vez sea de algún pintor famoso. El niño debe de tener unos doce años. Lleva un sombrero blanco para el sol y está sentado en una pequeña tumbona. Hinca el codo en un brazo de la tumbona y tiene la mejilla apoyada en la palma de la mano. Su rostro expresa algo de melancolía pero, también, cierta altivez. Un pastor alemán de color negro está sentado a su lado con aire protector. Al fondo, reluce el mar. También aparecen otras personas en el cuadro, pero las figuras son demasiado pequeñas para que se puedan distinguir las facciones. Mar adentro hay una isla. Sobre el mar flotan algunas nubes de forma parecida a puños cerrados. Es una escena veraniega. Me siento frente a la mesa y me quedo mirando el cuadro. Me da la impresión de estar oyendo el rumor de las olas, de percibir el olor del agua de mar. El niño del cuadro posiblemente sea el muchacho que vivió antes en esta habitación. El muchacho de su misma edad a quien la señora Saeki amó. El muchacho que a los veinte años se vio involucrado en una lucha entre facciones contrarias en las revueltas estudiantiles y que murió de forma absurda. No tengo ninguna evidencia, pero me da la impresión de que es así. También el paisaje me recuerda las playas de los alrededores. Y, si así fuera, resultaría que en el cuadro figura una escena de hace alrededor de cuarenta años. Y, a mí, cuarenta años me parecen una eternidad. Intento imaginarme a mí mismo dentro de cuarenta años. Pero es igual que imaginar el fin del universo.

John Everett Millais: Ophelia.

            “Kafka en la orilla del mar” ha de ser interpretado desde tres elementos que definen la literatura de Haruki Murakami: la aliteración narrativa, el simbolismo y ciertos rasgos surrealistas que llegan a esta ficción desde su eco en el realismo mágico. Todos ellos en interrelación plena con el desarrollo de la novela Kafka en la orilla.

            La aliteración narrativa es la repetición, con un efecto rítmico, de ciertos elementos a lo largo de un texto (extensible en ciertos aspectos a la obra total de un autor). Este ritmo es la aplicación a la novela de los fundamentos compositivos en libertad de la improvisación del jazz. Así, la presencia de objetos, personajes o sensaciones contribuye a la conquista, por parte de lo fantástico, del territorio de la realidad, mediante una sensación que contagia, incluso, la vida cotidiana del lector habitual de Murakami, por esa sensación que tan bien define ese sintagma francés, el déjà-vu. Aliterativos son en el poema, desde un punto de vista anafórico: pececillos que caen del cielo (como los que acompañan algunos momentos culminantes en la experiencia de Nakata en su aproximación a lo fantástico de esa entrada abierta que hay que cerrar) y también desde la catáfora, puesto que señalan aquello que está en el futuro, tanto del personaje que escucha la canción como del receptor de la novela: soldados de corazón endurecido como los que custodian la entrada al otro mundo que encuentra Kafka Tamura en la profundidad del bosque.

            Hay en este poema/canción algunos otros elementos figurativos que conducen a un simbolismo latente a lo largo de todo el desarrollo narrativo: las palabras cuyas letras se han disipado sugieren esa sensación continua de merma que acompaña a la mayoría de los protagonistas de Murakami. La sombra de Nakata se borró y con ella las ideas de su mente durante el incidente de la montaña del Bol de Arroz.

            Otros conceptos se tiñen con un valor claramente figurativo, como la sombra, la puerta, la noche, el sueño o la luna que ilumina lo umbrío. Todo ello contribuye a la creación del ritmo característico mediante el cual se amalgama lo que es la improvisación narrativa. Podríamos citar otros términos metafóricos que alcanzan la plenitud de su significado a lo largo del argumento: un círculo que se cierra, el que comenzó a trazarse el día en el que la profesora Setsuko Okamachi abrió con su sentimiento del marido ausente una entrada que da paso a una dimensión, la cual ha de mantenerse ajena al mundo cotidiano, pues solo es un foco de insensibilidad y soledad. La esfinge es aquella a la que Edipo ha de enfrentarse en su gesta que es su destino y, recordemos, Kafka es Edipo, por la maldición, más que por el augurio, de su padre, y porque busca encontrarse a sí mismo más allá de la imagen que le ha sido impuesta.

            Por último, en este poema nos encontramos con un hacer similar al que podemos experimentar ante ciertos textos del surrealismo. “Kafka en la orilla del mar” es una composición de la negación, como esas obras de la Nada de Juan Eduardo Cirlot. No, silencio, dolor, corazón endurecido, cuchillos que atraviesan los sueños. Y frente a todo ello, los dedos de una niña ahogada, la misma imagen para la inocencia perdida que tan bien expresó Federico García Lorca en su “Niña ahogada en el pozo”, perteneciente a Poeta en Nueva York. Kafka Tamura tiene que ser el muchacho de dieciséis años más fuerte, pues ha de afrontar las más duras pruebas en el laberinto que es su interioridad (los laberintos están hechos a manera de las propias vísceras); la señora Saeki perdió su ilusión cuando por un destino cruel, a su novio le fue arrebatada la vida. Ambos, Kafka Tamura y la señora Saeki pierden el territorio inocente que es el de la felicidad. Ahí está esa imagen de la niña ahogada con un vestido azul, sus dedos buscan la piedra de la entrada. El destino trágico hace que esa niña sea la madre de ese nuevo Edipo que es Kafka Tamura.

retrato-de-federico-garcia-lorca1.jpg por Gregorio Prieto

“Niña ahogada en el pozo”

Federico García Lorca

(Granada y Newburg)

Las estatuas sufren con los ojos por la oscuridad de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
…Que no desemboca.
El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas.
…que no desemboca.
Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,
lloras por las orillas de un ojo de caballo.
…que no desemboca.
Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias,
sino afilado límite, porvenir de diamante.
…que no desemboca.
Mientras la gente busca silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo.
…que no desemboca.
Eterna en los finales de unas ondas que aceptan
combate de raíces y soledad prevista.
…que no desemboca.
¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!
¡Cada punto de luz te dará una cadena!
…que no desemboca.
Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.
insospechada ondina de tu propia ignorancia.
…que no desemboca.
No, que no desemboca. Agua fija en un punto,
respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.
¡Agua que no desemboca!

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Japón desde la literatura europea

Algunas miradas literarias de autores occidentales sobre Japón

            Uno de los autores que en la segunda mitad del siglo XIX se acercó desde Occidente a Japón fue Pierre Loti con su Madame Crisantemo, obra que puede ser clasificada como diario de viaje, una visión muy personal del Japón con «un ingrediente lotiano y levemente morboso» (Villena 1986), rasgo, este último que define la literatura de Pierre Loti. Ya desde las primeras páginas de Madame Crisantemo nos vamos a encontrar con una mirada, focalizada a través de los ojos del marino protagonista, propia del exotismo japonés. Una observación que se centra en una naturaleza exuberante con sus montañas, sus árboles y sus rocas; una perspectiva un tanto idílica. Respecto a esto puede ser interesante comprobar cómo describen dos escritores sumamente distintos la visión de su primer día en Japón.

figura1            Pierre Loti en Madame Crisantemo

Toda esta naturaleza exuberante y fresca tenía en sí misma un exotismo japonés. Esto provenía de un no sé qué de extraño que tenían las cumbres de las montañas y, si así puede decirse, de la inverosimilitud de ciertas cosas, demasiado bonitas. Agrupábanse los árboles formando ramilletes con la misma gentileza preciosa que en las bandejas de laca. Grandes rocas surgían erguidas, en posturas exageradas, al lado de mamelones de formas suaves cubiertos de verdes céspedes: elementos dispares de paisaje se habían juntado como en los parajes de artificio.

            Y Lafcadio Hearn en «Mi primer día en Oriente»

Hay en el aire matinal algún hechizo inefable, fresco con la frescura de la primavera japonesa y las ráfagas de viento del cono nevado del Fuji; un hechizo que quizás obedezca más a una suave luminosidad que a un tono definido; una limpidez atmosférica extraordinaria, con apenas una insinuación de tonos azules, a través de la cual los objetos más lejanos aparecen enfocados con una nitidez asombrosa. La calidez del sol es sólo agradable; la jinrikisha o kuruma es el vehículo más pequeño y acogedor que pueda imaginarse; y las imágenes callejeras, tal como se ven por encima del tambaleante sombrero blanco en forma de seta de mi conductor, poseen una fascinación de la que me parece que jamás podré cansarme.

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            Lafcadio Hearn llega a Yokohama el 4 de abril de 1890. En enero de 1891 contrae matrimonio con Koizumi Setsu la cual pertenecía a una familia samurai al borde de la miseria, aunque había tenido cierto prestigio cuando estaba al servicio del daimio de Matsue no supo adaptarse a las nuevas circunstancias políticas. Pronto, Hearn comienza a impartir clases de inglés en una escuela de Matsue (durante esa época se crearon muchas de ellas para formar a los japoneses en un momento en el que la relación con Occidente era considerada como sumamente importante). En 1896 le es concedida la ciudadanía japonesa; su nombre japonés será Koizumi Yakumo, así será conocido como un importante recopilador de cuentos tradicionales. Entre 1896 y 1903 será profesor de la universidad de Tokio, donde impartió clases de Literatura Inglesa. En 1904 murió en Tokio, sus cenizas fueron sepultadas siguiendo el ritual budista.

            La obra de Lafcadio Hearn esta integrada por diversos títulos como: Stray Leaves from Strange Literature (1884), una colección de fábulas y leyendas, Gombo Zhêbes (1885), proverbios criollos de la América francesa, recopilados durante el tiempo que vivió en Nueva Orleáns, De 1887 es su recopilación de leyendas chinas con el título Some Chinese Ghosts; publicó también dos novelas cortas Chita (1888) y Youma (1890), un libro de experiencias Two Years in the French West Indies (1890) y numerosos artículos periodísticos, así como traducciones de Pierre Loti, Theòphile Gautier, Gustave Flaubert. Con todo su obra más reconocida es la que surgió de su contacto con Japón, sobre ella se ha escrito

Esta abarca ensayos generales sobre la cultura japonesa, impresiones de viaje, comentarios sobre poesía culta y popular, cuentos fantásticos que traducen antiguas leyendas, cuentos curiosamente realistas (especies de moeurs de province), apreciaciones sobre la crisis histórica vivida por el Japón de la era Meiji, sobre los peligros de la industrialización y sobre los eventuales conflictos con Occidente, vagas reflexiones filosóficas signadas por la presencia de Herbert Spencer, a quien admiró sin reservas y citó con abundancia (Gardini 1987).

            La obra japonesa de Lafcadio Hearn está compuesta de los siguientes títulos: Glimpses of unfamiliar Japan (1894), Out of the East (1895), In Ghostly Japan (1899), Shadowings (1900), A Japanese Miscellany (1901), Kotto (1902), Japan: An Attempt at Interpretation (1904), de carácter póstumo son dos de sus más importantes recopilaciones de cuentos, también las más conocidas: Milky Way and Other Studies and Stories (1905) y Kokoro (1906).

            Gardini (1987) resume el contenido de las tradiciones recopiladas por Lafcadio Hearn del siguiente modo:

Pájaros, insectos, plantas y árboles desempeñan un papel singular en las leyendas japonesas que Lafcadio Hearn reprodujo con lacónica exquisitez; son el centro de inspiración de esas fábulas pobladas por formas sujetas a perpetuas metamorfosis, ya impregnadas por la atmósfera siniestra que irradian criaturas reencarnadas en seres detestables, ya iluminadas por el etéreo resplandor que exhala Horai, el mágico país de las hadas.

            En el prólogo a la edición inglesa del libro titulado Kwaidan (1901), Lafcadio Hearn escribió sobre cuál era el método de trabajo respecto a los cuentos que se contienen en la colección

Muchos de los siguiente kwaidan, o cuentos fantásticos, provienen de antiguos libros japoneses, tales como el Yaso-Kidan, el Bukkyo-Hay-Kwa-Zensho-Kokon-Chomoshu, el Tamá-Sudaré y el Hyaku-Monogatari; algunos de estos relatos son de origen chino, entre ellos el notable «Sueño de Akinosuké». Pero el narrador japonés, en cada caso, supo reformarlos y transmutarlos de tal manera que parecen locales. Uno muy curioso, «Yuki-Onna» fue referido por un labrador llamado Nishitamagori, de Chofu, provincia de Musashi, y decía que era una leyenda de su comarca natal. Ignoro si está escrito en japonés, pero las creencias extraordinarias reflejadas en dicho cuento por cierto existían en el Imperio de los Hijos del Sol, y en formas muy diversas. El incidente de «Riki-Baka» fue un hecho y una experiencia personal, y lo narro casi con fidelidad absoluta, cambiando apenas un nombre familiar mencionado por el narrador japonés (Hearn 1987).

            Otras veces eran sus alumnos los que le contaban historias antiguas, o su misma esposa se las leía de libros antiguos. Partiendo de esos textos japoneses, de carácter básicamente oral, «Lafcadio Hearn supo verterlas [las leyendas] a una prosa inglesa cuyos rasgos distintos son la sonoridad y la transparencia, la claridad, la precisión y el dominio de la progresión narrativa, logradas gracias a una denodada búsqueda estilística que al fin desembocó en una afortunada sencillez» (Gardini 1987).

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            Juan Valera en la traducción que hace desde el inglés de dos cuentos japoneses, dice que le había sido enviada desde Japón toda una colección de este estilo. Es muy posible que tal recopilación fuese similar a la que hoy en día podemos leer traducida al español con el título de Kwaidan. Por este motivo me resulta bastante interesante mencionar cuáles son los principales temas que podemos encontrar en estos cuentos. «La historia de Mimi-Nashi-Hoichi» trata de un monje ciego que interpretaba maravillosamente los cantos épicos del enfrentamiento entre los Taira (Heiké) y los Minamoto (Genji). Cerca del lugar en el que sucedió la última batalla de ambos clanes, en Dan no Ura, se levantó un templo para que sirviese como lugar de paz para las almas de los muertos. Un día, Hoichi es llamado para interpretar su canto ante un poderoso señor al cual no conoce. Por supuesto no voy a desentrañar el final de la historia, una narración apasionante, pero sí diré que el elemento fantástico está perfectamente desarrollado. En «Oshidori» se cuenta la historia de un ave que simboliza el afecto conyugal y que sufre una desgracia; «La historia de O-Tei» es una narración de amor más allá de la muerte y cómo el afecto perdura a través de las reencarnaciones. «Jikininki» refiere el enfrentamiento de un sacerdote a un espíritu en pena que vive devorando los cadáveres. «Mujina» es uno de los mejores relatos fantásticos que contiene esta colección, con un final que en nada desmerece a los mejores relatos de terror con sorpresa al final. En «Rokuro-Kubi», algunos fantasmas tienen la fea costumbre de alimentarse con los seres humanos que pasan por sus dominios. En «El secreto de la muerta» una mujer fallecida aparece como fantasma en la casa donde vivía hasta que un monje descubre la razón. «Yuki-Onna» es la mujer de nieve, una hermosa mujer cuya ferocidad cuando se incumplen las promesas que se le han hecho es terrible. «La historia de Aoyagi» es la historia de un samurái que se casa con el espíritu de un sauce. «Jiu-Roku-Zakura» en el cual un hombre tenía tan buenos recuerdos de un cerezo que había pertenecido a su familia que se suicida y lo riega con su sangre cuando ve que el árbol se está secando, así le da la vida de nuevo. En «El sueño de Akinosuke» un hombre se duerme sobre un hormiguero y sueña que va al país de la maravilla, aunque en realidad está en un hormiguero como el que descubre debajo de él al despertar. «Riki Baka» es la historia de Riki el Simple, un hombre que siempre se mantuvo en la edad infantil y tras la muerte, al reencarnarse nace con la señal que se le hiciera al ser enterrado al final de su vida anterior. En «Ante la corte suprema», un kami consigue que una muchacha muera en lugar de otra, pero la corte suprema de los dioses no puede consentir esto. «La monja del templo de Amida» es la historia de una mujer que pierde la razón a la muerte de su esposo y su hijo; sus padres le hacen un pequeño monasterio para que no quede desamparada cuando ellos mueran. La sinrazón de la monja consiste en que le gusta jugar y vivir rodeada de cosas muy pequeñas. Los niños encuentran en el jardín del monasterio un lugar donde jugar a salvo y felices, incluso después de la muerte de la monja. «La doncella del espejo» cuenta la historia de un manantial encantado en el cual han muerto varias personas. «La historia de Kogi el Sacerdote» refiere la historia de un monje pintor que representa tan bien a los peces en sus cuadros que un día le es dado vivir la existencia de un pez. «La historia de Kwashin Koji» trata de un bondadoso anciano que recorría los pueblos narrando cómo era el infierno mediante un maravilloso retablo antiguo.

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            Aunque todos los cuentos mencionados sean sumamente interesantes, hay dos a los que tenemos que dedicar ahora una atención especial. El primero de ellos es «Horai». Horai es el país de las hadas. Lafcadio Hearn se inspira para la redacción de este cuento en un Kakémono (pintura sobre seda) titulada Shinkiro (espejismo) que tiene en su despacho. El relato, que más bien es una descripción, arranca con las siguientes palabras:

Visión azul de una profundidad que se ahonda en lo alto… el cielo y el mar intercambian mutuos fulgores. Un día de primavera, por la mañana. Sólo el cielo y el mar… vasta extensión de azur. En primer plano, las ondas captan un destello de plata, se arremolinan las hebras de espuma. Pero un poco más allá, no se vislumbra movimiento alguno, nada salvo el color; el cálido y tenue azul del agua que se dilata hasta confundirse con el azul del aire. No hay horizonte: sólo la distancia que se eleva al espacio, una cóncava infinitud que se ahueca sobre mí, una enormidad que se enarca sobre mí, el color que con la altura se torna más profundo. Mas en la azul lejanía pende una lánguida visión de torres palaciegas, de altos tejados filosos y curvados como lunas… sombras de un antiguo y extraño esplendor iluminado por un sol brumoso como la memoria.

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            Horai, que como se ha dicho es el País de las Hadas, tiene su origen en la cultura china del siglo II a.C., durante la dinastía Shin. Este país maravilloso es descrito de la siguiente manera

En Horai no existen la muerte o el dolor, y no existe el invierno. Allí jamás se marchitan las flores, jamás se pudren los frutos; y basta que un hombre pruebe una vez dichos frutos para que jamás vuelva a padecer el hambre o la sed. En Horai crecen las mágicas plantas So-rin-shi y Riku-go-aoi, y Ban-kon-to, que curan todas las enfermedades y también la hierba mágica Yo-shin-shi, que resucita a los muertos; y esa mágica hierba se alimenta de aguas encantadas, de las que basta beber un sorbo para obtener perpetua juventud. La gente de Horai come su arroz en unas escudillas muy pequeñas; pero el arroz jamás mengua, por mucho que uno coma, hasta que se haya satisfecho el apetito. Y toman el vino en copas muy, muy pequeñas, pero no hay hombre capaz de vaciarlas, por muy excesivamente que beba, antes de ser vencido por el plácido sueño de la ebriedad.

            Además Horai también se caracteriza por su atmósfera muy peculiar

Gracias a ella el sol resplandece en Horai con una blancura ignorada en otros lugares, una luz láctea que jamás enceguece, muy tenue, aunque asombrosamente diáfana. Esa atmósfera no es de nuestro período humano; es muy antigua (a tal punto que sólo mencionar su antigüedad me aterra) y no es una combinación de nitrógeno y oxígeno. No está hecha de aire, sino de espíritu, la sustancia de miríadas y miríadas de generaciones de almas fundidas en una única y traslúcida extensión, las almas de gente que pensó de modos harto diversos de los nuestros. El mortal que inhale esa atmósfera comunica a su sangre la vibración de esos espíritus, y estos transmutan su percepción, remodelando sus nociones del Espacio y del Tiempo, de modo que dicho mortal sólo podrá ver como ellos veían y sentir como ellos sentían y pensar como ellos pensaban. Tales cambios de la percepción son suaves como el sueño

            Y por último, el motivo por el cual nadie envejece en Horai.

Como en Horai nadie tiene conocimiento del mal, los corazones jamás envejecen. Y, siendo siempre jóvenes de corazón, los habitantes de Horai sonríen desde que nacen hasta que mueren, salvo cuando los Dioses les infligen algún dolor, y los rostros permanecen velados hasta que ese dolor se disipa. Toda la gente de Horai ama al prójimo y confía en él, tal como si todos integraran una sola familia; y la voz de las mujeres semeja el canto de un pájaro, porque sus corazones son ligeros como los de los pájaros, y el susurro de las mangas de las doncellas, cuando juegan, evoca fugaces y pesados aleteos

            El otro cuento que aparece en el libro Kwaidan que nos interesa de una manera muy especial es el titulado «Urashima». Este cuento es parte de un artículo publicado en el Japan Weekly Mail, el 28 de julio de 1894, artículo titulado «The Dream of a Summer Day». Al principio de la narración, Lafcadio Hearn promete una historia inolvidable: «una vez que ustedes conozcan la historia, no la olvidarán jamás». La acción de narrar por parte del autor se sitúa en unos días en los que él permanece en la costa, cuya luz le sugiere el mundo fantástico, como en «Horai».

            El propio Lafcadio Hearn señala que existen numerosas versiones del cuento «Urashima» pues es una historia de carácter popular que ha originado numerosas obras. Una muestra se encuentra en la colección de poemas de entre los siglos V a IX titulada Manyefushifu. El cuento también fue traducido al inglés; y Hearn menciona a Aston y a Chamberlain (The Classsical Poetry of the Japanese), el primero realizó una versión en prosa y el segundo tanto en prosa como en verso y otra para niños contenida en Japanese Fairy Tales series, con «dibujos deliciosamente coloreadas por artistas nativos». Este último libro es el que menciona Hearn como origen de su inspiración: «teniendo a la vista este libro, intentaré contar la leyenda una vez más, con mis propias palabras». Actuación que será coincidente con la seguida por Juan Valera en sus traducciones a las que nos referiremos en próximos artículos.

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Cuando la única interpretación es el esperpento

Sobre Los chicos de las taquillas

de Ryu Murakami

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El desquiciamiento del mundo contemporáneo ha de ser expresado mediante el esperpento grotesco y cruel, el misterio de los cuerpos asesinados o la metáfora cercana al mito. El thriller es la estructura escogida por Natsuo Kirino en Out o en Grotesco; la metáfora aparece una y otra vez en las obras de Haruki Murakami (especialmente en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y Kafka en la orilla), también Crónicas de una diosa de Natsuo Kirino podría responder a este esquema. La crueldad desmedida, el surrealismo que trocea tanto el cuerpo como la sociedad y lo deforme es el camino seguido por Ryu Murakami, hasta unos extremos exacerbados en textos como Azul casi transparente y Sopa de miso, más atenuado, y por ello más eficaz, en Los chicos de la taquillas.

8 Nagasakibomb            Posiblemente, Ryu Murakami sea uno de los autores japoneses en los que se hace más evidente la catástrofe que para su nación, y para el mundo, supuso la hecatombe atómica de Hiroshima y Nagasaki. Desde luego que el paisaje, la estética y los valores poéticos clásicos se han recuperado, pero aquellos que se acercan hasta ellos ya no miran con los mismo ojos. Nada puede ser igual después de las barbaridades cometidas por unos y otros desde la década de 1930 hasta agosto de 1945. Akira Kurosawa es un ejemplo de la generación inmediatamente anterior a la de los Murakami, que no son dos sino tres: Haruki, Ryu y Takashi (este es el más joven de los tres, nacido en 1962, y por lo tanto ya no perteneciente a la generación del Baby boom).

            Esa visión cruel del mundo nacido después de la posguerra se hace patente en la crudeza de novelas como Azul casi transparente, la cual gira en torno a las relaciones de un grupo de adolescentes japoneses con una base militar norteamericana; o Sopa de Miso, donde el psicópata gaijin produce muerte y destrucción allá por donde pasa. También en Los chicos de las taquillas aparece una antigua base militar estadounidense en la cual se almacenó una bomba química peligrosísima, hundida en el mar. Y el eco del desastre atómico está también en ese barrio de Tokio denominado Toxicentro, descrito casi como si fuese la cloaca por la que corren, hasta quedar detenidos, los peores desechos de la civilización moderna basada en el consumo y en la esclavitud autoasumida (de ello son el ejemplo más evidente los chaperos que comercian con su cuerpo en el Mercado)

En ese punto la carretera empezaba a descender suavemente hacia una parte de Tokio conocida como el Toxicentro, una zona contaminada justo en el centro de la ciudad. Unos cinco años antes, los peces y los pájaros se habían empezado a morir de repente en todo el barrio; los análisis mostraron un nivel anormal de cloro en el subsuelo, lo bastante alto como para causar erupciones en la piel de los que se expusieran a él, o daños en el hígado y el sistema nervioso de los que lo asimilaran. Se alertó a las mujeres embarazadas sobre el peligro de aborto y de malformaciones fetales. Pero no se dio ninguna otra explicación; nadie dijo cómo había podido llegar todo ese cloro al subsuelo, aunque hubo todo tipo de especulaciones. Dado que no había ninguna planta química en la zona, algunos decían que lo había derramado un camión cisterna al pasar. Se habló de vertidos ilegales, de prácticas de construcción chapuceras e incluso de alguna peculiar reacción química natural que se hubiera desencadenado a causa de la alta temperatura del suelo. Cualquiera que fuera la causa, el vertido no podía limpiarse con los medios habituales: no era soluble en agua, resultaba impermeable a los tratamientos de calor y ni siquiera podían usarse los microorganismos criados para alimentarse de residuos tóxicos. Al final, los responsables de Salud Pública consiguieron una subvención para realojar a los vecinos y la zona quedó clausurada.   Se cubrió el suelo con cemento, se rodeó todo el perímetro con alambre de espino y se habilitaron unas garitas de vigilancia.   Había dos teorías sobre por qué se había empezado a llamar a la zona Toxicentro: una, porque constituía un peligro para la salud, y la otra porque el área clausurada se convirtió en un semillero de delincuencia, especialmente para el tráfico de drogas. Los delincuentes habituales encontraron la forma de entrar y salir del Toxicentro a pesar de los guardias que patrullaban por el perímetro con trajes de protección; los policías iban armados con lanzallamas para disuadir a cualquiera que intentara entrar pero también, y sobre todo, para evitar que los vándalos desvalijaran la zona. Dado que cuando se descubrió la contaminación se hizo desalojar las viviendas dejando allí todo su contenido, las autoridades se temían que el barrio fuera presa de los saqueadores, así que difundieron el aviso de que los guardias prenderían fuego no sólo a los objetos contaminados sino a quienquiera que los llevara.

re            Ahora bien, el apocalipsis está por llegar. Y, la verdad, tal es el mundo descrito por Ryu Murakami, que hasta podemos entender perfectamente que una víctima de esa incivilización quiera arrasar con la vida

Los chicos de las taquillas habla de una serie de personajes, Hashi, Kiku y Anémona principalmente. Hashi y Kiku consiguieron sobrevivir cuando sus madres los abandonaron a las pocas horas de nacer, dejándoles encerrados en unas taquillas de consigna en la estación. Los primeros años en una institución para huérfanos, viviendo extraños experimentos psiquiátricos de cuya eficacia duda el lector desde un primer momento. Unos años de relativa tranquilidad en un hogar de adopción y finalmente una emancipación que lleva a uno de ellos, Hashi, a convertirse en una estrella de la música, más como producto comercial que como auténtico cantante. Así es descrita la fulgurante carrera Hacia el estrellato de Hashi.

9 los-chicos-de-las-taquillasEl señor D había movilizado a toda su compañía discográfica para el debut de Hashi como cantante, centrando el lanzamiento publicitario alrededor de sus sorprendentes orígenes. Con gran secreto, había comenzado el rodaje de un documental que se iba a emitir en Navidad. El programa, titulado provisionalmente Nacido en una taquilla, seguiría a Hashi desde el orfanato, mostrando su vida en la isla y sus experiencias como chapero en El Mercado. Pero el clímax iba a ser la reunión de Hashi con su madre, en directo y ante las cámaras, y para ello D había contratado ya a un detective privado que encontrara a la mujer. Nadie había contado nada de esto a Hashi.

            Kiku, sin embargo, terminará en un centro de reclusión por un crimen brutal.

            Todo lo que rodea a esta pareja de hermanos conduce hacia una visión distorsionada del mundo: el abandono en la taquilla, las primeras impresiones sensoriales de la existencia, el pueblo minero abandonado por el cual discurren sus años de niñez; las experiencias en ambientes de un homosexualismo degradante del ser humano, considerado como una mercancía más.

            ¿Qué decir de Anémona?

 Anémona había nacido diecisiete años antes, de la unión entre un empresario que fabricaba un conocido descongestionante nasal y una cantante infantil, que ahora tenía cuarenta años, a la que habían operado las cuerdas vocales para que nunca le cambiara la voz. Anémona era hija única y, a diferencia de la mayoría de los niños, cuya primera palabra suele ser «mama», designando a partes iguales «madre» y «comida», lo primero que dijo Anémona fue «linda». Y es que todos los días, desde que no era más que un bebé, todo el mundo a su alrededor le repetía constantemente «¡qué linda!».  

Triunfa como modelo y durante años su único compañero va a ser un cocodrilo que mantiene en su propia casa. Anémona será la compañera de Kiku cuando éste decide arrasar con el mundo.

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