Una kataribe de la literatura contemporánea

Crónicas de una diosa

Natsuo Kirino

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Con Crónicas de una diosa (2008) nos encontramos a una Natsuo Kirino un tanto diferente a la que conocíamos desde los dos libros suyos que han sido traducidos anteriormente al español; el primero fue Out (1997) y después vendría Grotesco (2003). Estas tres publicaciones nos permiten ver una serie de características que definen la visión del mundo desde la mirada de una mujer japonesa. Debido a su acercamiento a la novela policíaca, en algún momento se ha intentado explicar su obra desde las características exclusivamente del género negro –cosa que en algún momento resulta evidente- aunque va más allá, pues sus novelas pueden ser vistas como un análisis del Japón contemporáneo.

            Esto no es así en Crónicas de una diosa, pues casi podríamos afirmar que lo que Natsuo Kirino hace con esta novela es acercarse un tanto a los orígenes de la literatura japonesa, que como todas hunde sus raíces en la tradición oral y mítica. Y así fue hasta que esos cantos recitados por las kataribe comenzaron a ser puestos por escrito.

shinto_maiden_by_betsiwetsi-d5nc6za            Uno de los personajes que aparecen en Crónicas de una diosa es Hieda-no-Are, una rapsoda, ciega como lo fue Homero, que vivió –si es que estos poetas míticos existieron en realidad como tales- en la época del emperador Temmu (entre 672 y 686).

 Apareció una mujer. Tendría unos cincuenta años pasados, era de estatura baja y su aspecto era humilde. A pesar de su apariencia frágil, su voz era clara y llena de seguridad. —Me llamo Hieda no Are. Entre mis antepasados está Ame no Uzume, conocida en la antigüedad por haber sacado a la diosa del Sol de su reclusión en la Cueva Celestial, con sus bailes. Pero mis talentos son otros: tengo la habilidad de recordar palabra por palabra las historias que llegan a mis oídos. Por este motivo, he ejercido de recitadora en la corte del Emperador narrando historias que van desde los dioses de la antigüedad hasta toda clase de hechos actuales. Oo no Yasumaro se encarga de compilar por escrito mis historias para que pasen a la posteridad. Lamentablemente caí presa de una enfermedad contagiosa que me arrebató la vida. Me quedaban tantas cosas por hacer… Pero afortunadamente he tenido el gran honor de venir al Mundo de Ultratumba para servir a la diosa Izanami. —Basta de presentaciones. Namima no sabe nada así que empieza por narrar lo que cuentan los rumores. Después de que Izanami la apremiara, la mujer, que decía llamarse Hieda no Are, hizo una reverencia y seguidamente empezó a hablar con elocuencia como si de un torrente de agua después de un diluvio se tratara.

             La casa imperial japonesa, hacia el siglo VII, buscaba una legitimación cultural desde el acercamiento a la cultura china que era considerada como superior. El año 711, la emperatriz Gemmei ordenó transformar en una obra definitiva las palabras que habían sido recogidas desde la memoria de Hieda-no-Are. Y de aquí nacerá el Kojiki en cuya gestación –como en otras obras fundamentales de la literatura japonesa- el papel de las mujeres es definitivo. Cuando se da la orden de transcribir las historias mitológicas, los cantos antiguos y la expresión de los sentimientos que durante siglos guardaron las kataribe, los seres sobrenaturales todavía estaban vivos en unas islas que para Lafcadio Hearn eran el País de los Dioses.

2 30-_Natsuo_Kirino_-_ANTONELLA_SACCHI            Así pues, Natsuo Kirino abandona ese retrato de violencia, degradación y muerte con el que se describe el Japón de Out y Grotesco; aunque no rechaza esa mirada femenina sobre un mundo que es el suyo en su condición de mujer y japonesa.

            Siempre me ha parecido que uno de los mitos más importantes del Kojiki y, por lo tanto, de los japoneses es la historia de Izanami e Izanagi. La pareja de dioses que dio lugar a multitud de divinidades hasta que Izanami murió en el parto del dios del fuego. Un desconsolado Izanagi partirá a buscarla al submundo, pero al hacer caso omiso de la prohibición –los interdictos en toda narración mitológica están para ser incumplidos- dará lugar a una cruel venganza de muerte para la humanidad, aunque también de amor de los dioses hacia los seres humanos, pues Izanagi en su poder de creación recorrerá el mundo, mantendrá relaciones con las más hermosas mujeres y conseguirá que siempre la vida sea más fuerte que la muerte. Y todo ello después de crear la tierra de Japón al purificarse tras su estancia en los dominios de la muerte.

Mitos de origen, Izanagi e Izanami            Los mitos necesitan ser recordados, y mejor todavía si existe la posibilidad de actualizarlos, pues con los tiempos cobran nuevas formas de interpretación y expresión. Y aquí radica el interés de esta nueva recitación, también femenina del tiempo de los mitos, en unas islas que un inmortal, aunque ya abrumado, cansado y desencantado de la vida eterna, Izanagi sigue buscando hermosas mujeres para demostrar que la vida triunfa sobre la muerte.

   Todo comienza en una isla del sur con forma de lágrima. Una preciosa imagen metafórica que expresa a la perfección la existencia tan dura de los personajes que la habitan. En muchos momentos la descripción de esta isla nos recuerda esa película de Kaneto Shindo, La isla desnuda, en cuyas imágenes podemos llegar a comprender qué cosa es la voluntad de vivir. Por mencionar otro filme, la dureza atroz de la existencia también está en La balada de Narayama de Shohei Imamura, con la cual una novela como ésta guarda una cierta cercanía, sobre todo en la contemplación del egoísmo de aquellos que no tienen otro recurso para seguir vivos. Una isla con forma de lágrima, pues, en la que pocas alegrías caben. Una lágrima, además que contiene los principios yin y yang, la oscuridad y la luz, la orilla desde la que se ve el sol naciente y aquella que contempla su muerte. Ambos elementos encarnan en dos sacerdotisas que se encargan de mantener abierta la comunicación del mundo de los dioses y los humanos. Una de ellas, la de la luz, es la responsable de que se mantenga el linaje, la otra cuida de la gruta en la que yacen los restos de cuantos han muerto en la isla.

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Mientras los habitantes corren el riesgo de morir de inanición, los alimentos para la sacerdotisa del amanecer son exquisitos. En este panorama de crudeza mitológica crecen dos hermanas, Kamikuu y Namima. Ambas están llamadas a seguir una tradición que es mucho más poderosa que la voluntad de Namima, llamada a ser la sacerdotisa de la oscuridad. Precisamente por ello, aunque Namima se atreva a rebelarse contra unas normas que prácticamente hacen de ella una muerta en vida, encontrará su lugar en el ultramundo donde entrará al servicio de la propia Izanami.

            Natsuo Kirino es una de las escritoras japonesas que mejor ha retratado el mundo nocturno, especialmente en una obra como Grotesco, también en Out, novela que perfectamente podría definirse desde una espacialidad de nieblas. Hay otros autores japoneses que también han descrito lo inquietante de la oscuridad, mencionemos la siniestra After Dark de Haruki Murakami y la degrada expresión de la noche tokiota en Sopa de Miso de Ryu Murakami. Natsuo Kirino sigue en esta expresión de las tinieblas cuando sitúa la escenografía de ultratumba regida por Izanami

 tumblr_mmynn5W8f91rkoyz8o1_1280Izanami permaneció con la mirada perdida durante unos instantes como si meditara la respuesta. Ante sus ojos no había nada, sólo la extensa oscuridad. El templo subterráneo donde nos encontrábamos estaba iluminado por un pequeño y frío fuego fatuo. Pero lejos de iluminar el lugar, evidenciaba aún más la vasta oscuridad que nos envolvía. Una vez allí, ya no había escapatoria. Aun siendo consciente de ello, cada vez que el frío de las tinieblas me penetraba hasta la médula, caía nuevamente presa de la desesperación. Mientras dejaba fluir mis lastimosos pensamientos, Izanami salió de su silencio.

             Aunque Natsuo Kirino abandona, como ya he dicho, el ambiente que define sus obras anteriores, con Crónicas de una diosa se mantiene en la línea de la narrativa escrita por mujeres en el Japón contemporáneo, caracterizada por la expresión de sentimientos amorosos y de pérdida, el misterio, lo fantasmal, la utilización del yo autobiográfico y la importancia de la naturaleza. Buena parte de estos elementos ya estaban presentes en la literatura fundacional japonesa: el Genji Monogatari, y casi diría que no son característica de una narrativa escrita por mujeres, sino más bien expresión de lo puramente japonés pues, al fin y al cabo también sirven para catalogar buena parte de los textos actuales de la literatura japonesa: Haruki Murakami, Kioychi Katayama y el mismo Ryu Murakami en toda su crudeza, tan alejada de la corriente del “amor puro” nacida desde obras como Tokio Blues o Un grito de amor desde el centro del mundo.

            Sirvan como ejemplos los siguientes textos.

            El primero, al autobiografismo, aunque fingido, de un sentimiento en el que confluyen la pérdida, con lo fantasmal y lo misterioso:

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Me llamo Namima. Nací en una lejana isla meridional, y perdí la vida, una noche siendo sacerdotisa, cuando tenía dieciséis años. ¿Cómo llegué a habitar en el subterráneo mundo de los muertos? ¿Qué me impulsó a contar esta historia? Todo se debe a la voluntad de la diosa. Puede que parezca extraño, pero mis emociones son mucho más intensas ahora que en vida, y las palabras y expresiones que las acompañan brotan de mi interior.

             El segundo, una de sus numerosas descripciones de la naturaleza

 En el sur de la isla había unas bellísimas playas de arena blanca de coral que brillaban con la luz del sol. El mar turquesa bañaba la arena blanca, los hibiscos amarillos florecían por doquier y la fragancia de las azucenas impregnaba el aire. Era tal su belleza que parecían irreales.

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“Girl from Ipanema»

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Autores: Vinicius de Moraes
Antonio Carlos Jobim
Esbelta y morena, joven y encantadora,
la chica de Ipanema va caminando.
Cuando ella pasa por delante de uno, ¡Oh!
Cuando camina parece una samba;
balanceándose con frescura,
meciéndose con suavidad.
Cuando ella pasa por delante de uno, ummmm.
Oh, pero yo la miro con tanta tristeza…
¿Cómo puedo decirle que la amo?
Sí, podría entregarle con alegría mi corazón,
pero, día a día, cuando camina hacia el mar
va mirando al horizonte y no me ve.
Esbelta, morena, joven y encantadora,
la chica de Ipanema va caminando
y cuando ella pasa, yo sonrío
mas no me mira.
Mira que cosa más linda,
más llena de gracia;
es la chica que viene y que pasa
con un suave contoneo
camino hacia el mar.
Joven de cuerpo dorado
bajo el sol de Ipanema;
su balanceo es más que un poema,
es la cosa más linda que yo vi pasar
Oh, pero hay tanta tristeza en la mirada.
¿Por qué es todo tan triste?
Sí; podría entregarle mi corazón con alegría,
sin embargo, cada día,
cuando camina hacia el mar
ella clava sus ojos en el horizonte y no me ve.
Esbelta y morena, joven y encantadora,
la chica de Ipanema va caminando
y cuando pasa, yo le sonrío
más ella no me mira.
A causa del amor.
No me ve.
No hay una mirada para mí.
Nunca me mira.
A causa del amor.

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En 1963 la Chica de Ipanema miraba hacia el mar de esa manera. Y ahora, la Chica de Ipanema, en 1982, sigue contemplando el mar de la misma forma. Para ella no han pasado los años desde entonces. Está confinada en una imagen y flota en el océano del tiempo. Si cumpliera años, ahora debería tener unos cuarenta.

            Por supuesto, es posible que no sea tan mayor, sin embargo, no debería estar tan esbelta y tan morena como entonces. Debería tener tres hijos. Tostarse al sol no es bueno para la piel. Todavía podría ser piropeada como una belleza, aunque no está tan pletórica de juventud como hace veinte años. (Haruki Murakami).

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Acerca del cuento “La Chica de Ipanema 1963/1982” de Haruki Murakami

Antonio Joaquín González

“La Chica de Ipanema 1963/1982” (“1963-1982 nin no Ipanema no musume”) apareció en la colección de cuentos de Haruki Murakami Kangorû Hiyori (1983).

Comencemos por la música

“Garota de Ipanema” es una Bossa Nova compuesta en 1962 por Vinicius de Moraes (letra) y Antonio Carlos Jobim (música). El 1 de agosto de ese mismo año fue interpretada en un club nocturno de Copacabana. La primera grabación del tema se realizó en 1963 para el disco É todo bossa. En un primer momento, el título de la obra era “Menina que passa”, y se pensó como tema integrante de una comedia musical en la que, por aquel tiempo, estaba trabajando Vinicius de Moraes. La canción fue adaptada al inglés desde el brasileño, por Normal Gilbel y grabada el 19 de marzo de 1963 para el LP Getz/Gilberto por la discográfica Verve. Aquí fue interpretada por Stan Getz, Joâo Gilberto y Tom Jobim al piano. Desde un primer momento se manifestó como sumamente importante la voz de Astrud Gilberto, que estaba presente en el estudio de grabación. La canción llegaría a su punto culminante de popularidad en las voces de Frank Sinatra y Antonio Jobim.

            En una primera versión de “Garota de Ipanema” se presenta a un personaje que contempla el mundo con un sentimiento de desengaño. Ve la vida alejada de la poesía, siente miedo a vivir y a amar; la existencia se transforma en algo vacío hasta que aparece la muchacha paseando por la playa de Ipanema en Río de Janeiro; y, ahí, el sentimiento vital se transforma radicalmente.

            Esta Garota de Ipanema fue auténtica. Se trataba de Helô Pinheiro, sobre la cual Vinicius de Moraes escribiría (el dato se encuentra en Revelaçâo: a verdadeira Garota de Ipanema):

“es el modelo del tipo carioca; una mujer dorada, una mezcla de flor y sirena, llena de luz y de gracia; aunque su aspecto contiene una cierta tristeza; por ello, lleva consigo, mientras camina hacia el mar, el sentimiento que impregna cuanto la rodea al hacer experimentar a quien la mira una belleza que no es la propia, sino un don de la vida en su precioso y melancólico fluir y retornar constante”.

stan_getz_astrud_gilberto-the_girl_from_ipanema            Más allá de esto, la Garota de Ipanema se transforma en un arquetipo poético marcado por los siguientes rasgos: alta, esbelta, morena, joven, hermosa, con una belleza fresca que llama la atención a cuantos la miran y con un movimiento de balanceo suave como el mar –expresado en la canción mediante una voz que se va difuminando-; junto a esos elementos físicos hay que situar una mirada que transmite una cierta tristeza perdida en un horizonte lejano.

y ahora el cuento

¿Qué hay de todo esto en el relato de Haruki Murakami?

            Desde luego que a la Garota de Ipanema poética se la ha identificado con Helô Pinheiro, sin embargo, en la canción predomina el arquetipo con un cierto contenido abstracto expresado en el cuento de Murakami mediante el juego constante de la ficción. También hay abstracción en el paisaje, aunque por el título sepamos que toda esta contemplación se desarrolla en la playa carioca de Ipanema: playa, calidez, sol, un espacio de esparcimiento, de búsqueda de la felicidad, de erotismo latente. En el caso de Murakami, la idealización es mucho mayor, entre otras cosas porque el argumento parte, fundamentalmente, de un ejercicio de la imaginación asentada en una música que se escucha; además, el ambiente, que es el del yo narrativo asimilado al autor, no es el de Brasil sino el de Japón. Recordemos esa extraña mención del encuentro reiterativo con la muchacha en el metro. Raro porque en un principio, la Chica de Ipanema es una fantasía.

stan getz            Además de esto, ¿qué otros temas de Haruki Murakami encontramos en este cuento? Como sucede en otros muchos textos suyos (los ejemplos más evidentes son Tokio Blues y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) todo comienza con la evocación que produce escuchar una canción, en este caso “Girl from Ipanema”. La música transforma radicalmente la realidad de un yo narrador, que también es otro de los elementos constitutivos de la ficción de Haruki Murakami. Desde ese poder evocador de la melodía se produce un juego con la temporalidad que lleva el argumento a tres momentos bien diferentes, aunque tan imbricados el uno en el otro que realmente llegamos a dudar sobre cuál es el tiempo de cada fragmento.

            Este juego con la temporalidad, junto las variaciones espaciales, sucede a menudo en la obra de Murakami. Se hace evidente en un texto como El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. La historia de este cuento va desde el pasado adolescente de su narrador, imagen basada en una sugerencia que en ningún momento es explicada lógicamente –la del pasillo del Instituto-; hasta el año 1963, primer encuentro con la Chica de Ipanema, y fecha, también de la primera grabación de “Girl from Ipanema”; y 1982, la actualidad del narrador y autor, pues el cuento fue publicado en 1983. Esta alternancia de periodos implica una serie de planteamientos filosóficos que, además de ser comunes en la obra de Haruki Murakami, corresponden a la mirada de la filosofía posmoderna hacia la categoría temporal. El pasado adquiere tanta viveza como el presente. El recuerdo se genera en el momento actual y a la vez lo mediatiza. Lo pretérito permanece tan inalterable en todos sus detalles que se siente como una realidad viva, aunque sea una ficción generada por la música, en la cual el narrador puede perderse. En definitiva, las fronteras temporales, y con ellas las espaciales, se vuelven líquidas.

            Otra característica muy importante que define el estilo narrativo de Murakami y que encontramos expresada en “La Chica de Ipanema 1963/1982” es el ritmo. Cercano, además, al del propio tema musical que fundamenta el argumento. Ya he señalado que este ritmo, que el autor aprende de la música, es un recurso muy importante a la hora de dar un salto desde la realidad hacia una interpretación en la que pueden confluir vida, sueño e imaginación.

            El paisaje de este cuento aparentemente está alejado de las urbes que sirven como escenario para buena parte de las novelas de Haruki Murakami; panorama que solo se abre en algunos casos a otros horizontes más naturales (especialmente retratados en La caza del carnero salvaje y Kafka en la orilla); aunque en algunos de sus cuentos contenidos, especialmente, en Sauce ciego, mujer dormida (y en la Grecia retratada en Sputnik, mi amor); el sol, la playa y el mar más o menos idílico pueden ser el escenario para algunas historias (“El séptimo hombre”, “Hanalei Bay”, “Los gatos antropófagos”, “El cuchillo de caza”).

            Puede parecer circunstancial, o una metáfora sin mayor sentido; sin embargo, en este cuento nos encontramos en dos ocasiones el concepto de pozo. En los dos casos está utilizado como un símbolo. Primero: “¿Qué clase de guijarro hizo que la Chica de Ipanema de 1963 se sumergiese en el pozo de mi conciencia?”; segundo, cuando la Chica se queda mirando la abertura de la lata de cerveza, “el modo en que ella la mira hace que tenga un significado para mí. Parece como si ese agujero contuviese el universo”. Este es el sentido que tienen los pozos que aparecen en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, el ambiente idóneo para la introspección. ¿Otro pozo en la literatura de Murakami? El que aguarda escondido en el campo por el que pasean los protagonistas de Tokio Blues, como una imagen de una negrura necesaria para indagar en el ser, aunque tal búsqueda como les sucede a estos protagonistas conduzca a la tristeza, el desequilibrio y la muerte. Al fin y al cabo, ¿no es algo así lo que hace el narrador de “La Chica de Ipanema 1963/1982” al hundirse en su propia interioridad imaginativa al escuchar la canción?

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            A la hora de buscar un contagiar la realidad del receptor con aquella en la que se mueve el personaje ficticio, un recurso que frecuentemente utiliza Haruki Murakami es plasmar el mundo imaginado desde los sentidos. Esta característica de sus textos se hace evidente, de una manera especial, en el erotismo de sus relatos con una cierta frecuencia. Una sexualidad descrita que en algunos momentos se aproxima a lo pornográfico aunque en otros yace sobre la descripción de la sensorialidad poética de la cultura clásica japonesa. Aquí está el dorado de la Chica de Ipanema y todo su cuerpo; en él se fija la mirada del personaje desde una observación cercana al fetichismo al centrarse en las plantas de sus pies. Una mujer expresada en la letra de Vinicius de Moraes, aunque ahora más alejada de su realidad carnal, más como un ente que existe en la imaginación y en la memoria, una belleza metafísica en la que la expresión de la sentimentalidad se tiñe con la extrañeza de lo irreal. La arena caliente, la sensación del sol sobre la piel, la penumbra del pasillo rememorado, las ensaladas comidas en compañía y masticadas con esa onomatopoeya que se aleja de la música desde la que se genera la ficción. Todo es físico y, a la vez, tan intangible como la fantasía y el recuerdo. 

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TRÍPTICO DE LA DIOSA QUE LLEGÓ DEL MAR

 I

PRESAGIOS

Al cerrar los ojos, las olas siguen su movimiento
y la espuma acaricia la arena como
si la añorase desde más allá del océano.
La brisa trae aromas de mar.
Y la luz, al atravesar los párpados, es de un rojo carmín.
Siempre ha sido así en el mar eterno:
olas, espuma, brisa y luz.
Pero hoy es distinto.
Las caricias de la espuma suenan más suaves,
sin la nostalgia de una lejanía,
con la alegría del encuentro.
La brisa no huele como ayer,
está cargada de esencias, de canela, de nuez moscada,
cilantro, vainilla, cacao y café.
Y la luz del sol no es ese rojo carmín,
los párpados son transparentes
ante el dorado presagio.
Hoy, el mar no es el de siempre
con su eterno ir y venir de las olas que no cesa,
como la vida, como el tiempo.
La brisa arrastra aromas y voces,
palabras de presagio que convierten el sueño
en una dulce espera.
Porque hubo un tiempo en que las diosas
sellaban la tierra con sus huellas
y hoy volverá a suceder el milagro.

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II

VENUS ÁUREA 

No llueve oro desde el cielo
pero todo el aire está impregnado de dorado.
Surge desde las aguas de la orilla un cuerpo de oro,
no necesita del manto de cielos
y estrellas que lo cubría como prenda
de orgullosa belleza.
Le basta la luz bruñida que nace
desde el fondo del mar a la vez que su ser.
Sus ojos profundos como sólo pueden serlo
los de aquella que viene de más allá de donde se oculta el sol.
Mira al horizonte con mil promesas
de felicidad y placeres.
Y es el nuevo nacimiento de Venus
con una cabellera radiante que recoge cada rayo de sol.
Las aguas que rodean su cuerpo
se han quedado quietas, sobrecogidas por el misterio
de un astro naciente desde las profundidades del mar.
Todo es silencio.
Sólo unos ojos que miran.

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III

AZUL

Llegan las diosas con la luna llena,
pero fue un límpido cielo
que al amanecer te trajo hasta mí.
Universo de azul y agua;
mar, rocas, tu piel cubierta de estrellas.
Había en tu mirada siglos
de contemplar claras auroras.
En tus manos, la hoja de una espada,
templada en tu reflejo,
recogía los rayos del sol naciente.
El dorado de tu cuerpo.
Inmenso cielo plateado.

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El capitán Chimista

La novela de aventuras en Pío Baroja

CLub_de_Lectura_pio_barojaLas inquietudes de Shanti Andía (1911), El laberinto de las sirenas (1923), Los pilotos de altura (1929) y La estrella del capitán Chimista (1930) forman lo que es considerado como la Trilogía de El Mar de Pío Baroja (trilogía puesto que las dos últimas perfectamente pueden ser vistas como partes de un mismo texto). Del año 1911 es también El árbol de la ciencia, obra con un contenido autobiográfico indudable no ajeno a las mismas novelas de aventuras, al menos así puede ser considerado en esos momentos previos al argumento propiamente dicho, se trata de los elementos paratextuales –muy importantes también en El laberinto de las sirenas-. En estos prefacios, el autor se retrata siguiendo el tópico del manuscrito encontrado. Los pilotos de altura y La estrella del capitán Chimista pudieron estar basados en un manuscrito que estaba en la biblioteca de Pío Baroja hasta que se perdió en 1936 durante la Guerra Civil; en él se contenía el diario del capitán Abaroa, un marino vasco del siglo XIX que continuamente hacía referencia a su mala suerte, origen de una visión pesimista de la vida similar a la del capitán Ignacio Embil, coprotagonista junto al capitán Chimista de los textos mencionados.

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            Frente a este panorama aventurero en el que se desarrollan las aventuras de estos pilotos vascos hay que situar una vida sedentaria como la de Pío Baroja el cual, en estas novelas, se hace eco de ese ideario que marca el pensamiento de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX. La filosofía de Nietzsche por un lado, y la consideración de Miguel de Cervantes como la cima de la literatura española (también desde el conocimiento de su biografía), bien pueden marcar ese interés por unos argumentos que se alejan del cotidiano vivir.

            El género de aventuras marinas en la literatura española (aunque encuentra algunos ejemplos en el barroco –Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes, las Soledades de Góngora-, El Victorial de Gutierre Díez de Games, las batallas navales retratadas en los libros de caballerías y los numerosos encomios poéticos a la Batalla de Lepanto) no es lo suficientemente frecuente como para ser el sustrato que cimiente este tipo de ficción en Pío Baroja. Es posible que lo haya aprendido en Joseph Conrad (Lord Jim, 1900, u otra de sus muchas novelas como Con la soga al cuello, 1902, El Pirata, 1923); en Robert L. Stevenson (tanto La isla del tesoro, 1883, como El señor de Ballantrae, 1888), algunos textos de Edgar A. Poe, las aventuras de Mayne Reid, Julio Verne, el mismo Robinson Crusoe de Daniel Defoe, mezclados todo ellos con el ambiente goticista, histórico y aventurero que encontramos en algunas de las novelas de Walter Scott (El pirata, 1822, sería un buen ejemplo de ello). Darío Villanueva menciona cuáles han podido ser las influencias que al respecto marcan este tipo de textos de Baroja (Prólogo a las Obras completas IX de Pío Baroja, Círculo de Lectores, 1998).

ortiz de echagüe marino vasco          ¿Quién es el capitán Chimista? A lo largo de su vida se ocupa de diferentes trabajos: marino, oficio que se mueve dentro de la más pura rutina tal y como demuestra el caso del capitán Embil, cuya biografía se cruza continuamente con la de Chimista; pirata, de hecho también es conocido en el Atlántico como Bizargorri o Barbarroja; sus conocimientos ocultistas, basados sobre todo en los libros, le permiten ejercer de taumaturgo, y aquí se explica su enfrentamiento al doctor Mackra, representación de la magia negra y el vampirismo; y hasta será buscador de oro en California. Así sucede con buena parte de los aventureros literarios que definen tal arquetipo.

            Todo ello unido al ambiente exótico. Fijémonos en los compañeros de aventura de estos marinos vascos tal y como son mencionados en La estrella del capitán Chimista: el negro Commoro, el francés Viandon, un brasileño Amarino, Bachi el italiano, un griego Christos Jermonakis, que durante mucho tiempo fue superior de un monasterio dependiente del monte Athos, un judío italiano, un antiguo presidiario de la Guayana llamado El Búho, Hércules un negro batanga, un malayo dayak que había sido cazador de cabezas en Borneo, otro francés chuán de La Vendeé y un Yezidiz de esos a los cuales los musulmanes de la ortodoxia llaman adoradores del diablo. Exotismo de los personajes, también de paisajes, aunque en ellos no acompaña la experiencia estética de lo diferente, pues los lugares más variopintos de la tierra se transforman en meros sitios de paso para cumplir con la obligación del marino mercante. El narrador encuentra el manuscrito de Embil que se convierte en una ficticia excusa para contar tanto sus aventuras como las de Chimista; desde la afirmación de que Embil no se consideraba a sí mismo como aventurero, ese alter ego de Pío Baroja concluye: “Esta declaración de Embil nos lleva a pensar en lo subjetivo de la idea de la aventura. Un marino como Embil, que recorrió el mundo de negrero, de bohemio de mar, metido con frecuencia en empresas difíciles y arriesgadas, no se consideraba aventurero; era un hombre con un oficio, un técnico, casi un burócrata”. Quizá la diferencia entre un personaje como Embil y un aventurero como Chimista se encuentra en la búsqueda del riesgo, de lo extraordinario, en caminos por senderos poco transitados, más allá de las leyes de los hombres. Por ello, “Chimista debió de considerarse aventurero; enamorado de la acción, con alternativas de hombre enérgico y audaz y de fatalista, se entregó muchas veces a las fuerzas del destino. Lo que en Embil era oficio, en Chimista fue aventura; lo que en uno corriente, en el otro raro. Lo que en uno tomó el carácter de vulgar y cotidiano, en el otro apareció como extraordinario y anormal”

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            En relación con el mundo de la aventura y para intentar definir un poco más tal concepto en las novelas de Baroja, hagamos mención de Emilio Salgari; ¿sus protagonistas buscan la aventura? Recordemos el caso de Los pescadores de trepang, o en los héroes que son arrastrados por el afán de venganza como Sandokán o El Corsario Negro. ¿Nos aproxima al ambiente de esta última un fragmento como el siguiente? Sucede cerca de las islas Bermudas

“De pronto me chocó el aire de aquel buque y su pabellón brillante; cogí mi anteojo, miré y vi con sorpresa un barco negro como el ébano, de unas doscientas toneladas, con varias piezas de artillería, nuevas, y en el palo mayor una bandera roja con una calavera blanca y dos tibias. Era, indudablemente, un barco pirata, con sus cañones, su bandera y su tripulación especial, cosa que ninguno de los marinos que estábamos en el barco habíamos visto jamás. Hasta tenía su nombre a proa. Se llamaba el Relámpago” (Los pilotos de altura)

            ¿Dónde está la aventura? ¿En la voluntad del escritor, en las vidas de los personajes o en la necesidad del receptor? Al fin y al cabo la vida del marino mercante está llena de rutinas

“Hallándonos listos en el puerto de Boston, con cargamento de tablas, se emprendió la vuelta a La Habana; embocamos el canal de Bemini; aquí nos molestaron los vientos contrarios, y fondeamos en las islas Berry, del archipiélago de las Lucayas, hasta que comenzaron las brisas favorables. Entramos en La Habana y cargamos de nuevo losas y ladrillos, estibados como lastre en la bodega, y naranjas, plátanos y piñas en la cubierta. El capitán, el sobrecargo y yo llevamos también abundantes pacotillas. Esta vez marchamos a Nueva Orleáns” (Los pilotos de altura).

            Sin embargo, el mundo es los suficientemente grande como para colmar los deseos y así lo que era cotidiano puede transformarse en extraordinario

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“El mar y la posibilidad de la aventura dichosa agarran, y aunque se pasen trabajos y no se tenga suerte, hay siempre más esperanzas y más posibilidades en el mar que en las ciudades, donde no se puede hacer fortuna más que siendo un pillo listo o un usurero. Todavía el marino de este tiempo, hijo predilecto de la aventura, era un hombre atrevido, violento e inconsciente. Impulsado por una esperanza de riqueza y de placeres, pensaba encontrar países fabulosos como El Dorado, y tenía para el final de su vida el sueño de volver a su tierra, a su aldea, tranquila y plácida. Aquellos hombres, niños grandes la mayoría, sin rencor, consideraban alcanzado el fin de su vida por haber pasado algunos días en la taberna de un puerto, al lado de una mujer, bebiendo y derrochando el dinero” (Los pilotos de altura).

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CICLO DE CONFERENCIAS “HARUKI MURAKAMI»

A lo largo de tres conferencias vamos a analizar la obra de este autor.  Para comenzar, su contexto cultural (primera conferencia); después su relación con los principios de la estética japonesa clásica (segunda conferencia); y, finalmente nos aproximaremos a la narrativa de Murakami desde las características del realismo mágico, en un intento de acercarlo a la literatura escrita en español (tercera conferencia).

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EL REINO DE LOS CIELOS

EL PASADO COMO METÁFORA DEL PRESENTE

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El año 2005 se estrenó la película El reino de los cielos (Kingdom of Heaven) dirigida por Ridley Scott.

kingdom-of-heaven-dc-bd-dts-1080p-2005-mkv-00007Comienza un frío día, en una encrucijada de caminos en la cual se van a juntar dos destinos muy distintos de una misma persona. Mientras se prepara una fosa en la que depositar el cuerpo de una mujer que se ha suicidado, aparece un grupo de recién llegados de Tierra Santa. La mujer que va a ser enterrada, después de que el sacerdote que vigila ordene decapitar su cadáver, es el pasado y el presente de Balian. En el grupo de caballeros va Godofredo de Ibelin, el pasado y el futuro de Balian. ¿Quién es este personaje en el cual convergen dos realidades tan disímiles como son una hermosa suicida de belleza macabra y un guerrero cruzado? Es el herrero del pueblo, marido de la muerta e hijo bastardo del noble Godofredo de Ibelin. Ese mismo día, Balian, que ha perdido toda fe en el futuro, descubrirá su origen y llevado por las circunstancias decidirá ir a Tierra Santa donde el rey de Jerusalén Balduino IV ha intentado crear un mundo del espíritu, en el cual los fanatismos no tengan lugar, un reino de los cielos más que de muerte y de guerra.

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No es misión de este comentario desvelar el argumento de El reino de los cielos, sino situarlo en las circunstancias que vieron nacer esta película de Ridley Scott, el cual se ha acercado en diversas ocasiones al mundo de la guerra (Black Hawk derribado, Gladiator, Los duelistas), o al enfrentamiento entre culturas (Black Rain).

El interés central de esta película está en el planteamiento más allá de los estereotipos del bien y del mal que han dirigido durante demasiados años la política maniquea de muchas potencias occidentales. Es cierto que la historia dio un giro radical después de los crueles atentados de las Torres Gemelas, o de la Estación de Atocha, o de otros muchos que han ido ensangrentando las noticias de cada día. El choque de civilizaciones se ha convertido en la explicación básica del mundo. Pero nada es tan simple como se quiere dar a entender.ridley-scott

Ridley Scott utiliza una metáfora medieval para demostrar que quizá las creencias religiosas no equivalen a unas posturas tan encontradas como parecen. En El reino de los cielos está el respeto que las culturas sienten entre sí, incluso enfrentadas en la guerra (por ello son tan importantes las alusiones al ideal caballeresco que impregnan varias escenas de la película, tanto entre cristianos como entre musulmanes), pero también está la locura de los que se creen por encima del bien y del mal y la avaricia de poder de otros. Ambas posturas son las que impiden que el reino de los cielos encuentre su lugar en la tierra.

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La leyenda del samurái

Los cuarenta y siete ronin

Carl Erik Rinsch (2013)

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Un muchacho desconocido, con rasgos mestizos, llega huyendo a las tierras de Ako; allí, el señor Asano lo acepta en el clan, aunque Kai siempre va a ser un extraño, como los demás, salvo el mismo señor y su hija, le hacen sentir. Un noble de las tierras cercanas quiere apoderarse del feudo de Ako, así que urde una traición en la que la brujería tendrá un protagonismo especial. La muerte por seppuku del señor Asano convierte a sus samuráis en ronin, guerreros sin señor. Durante un año van a organizar una venganza en la que el mestizo llegado de las tierras de los tengu va a ser una pieza clave.

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            Los sucesos en los que, desde muy lejos, se desarrolla La leyenda del samurái, ocurrieron entre 1698 y 1702. Cerca de aquellas fechas, Chikamatsu Monzaemon (1653-1724) se inspira en los hechos para escribir una obra de teatro kabuki; este tema llegaría a ser uno de los más reconocidos de la cultura japonesa. Posteriormente, Tamenaga Sunshui (1790-1843) escribiría un texto en prosa entre narrativa y crónica titulado Los cuarenta y siete ronin. La historia de los leales samuráis de Ako. Al final de esta novela podemos leer: “El recuerdo de sus sufrimientos, de su heroísmo y de su lealtad permanece grabado sobre una tablilla de oro y el tiempo, que casi todo lo borra, no hará sino aumentar la aureola de sus gloriosos nombres” (Ediciones Miraguano, 1999).

            Tal importancia alcanza este tema que muy pronto será conocido gracias a los escritos de los primeros viajeros occidentales por Japón, cuando el país acabe cediendo a la presión de Estados Unidos y abra sus fronteras cerradas desde el siglo XVII. Ahí está, al respecto, esa mención en la película al puerto de los holandeses, retratados como si fuesen unos monstruos llegados de la literatura fantástica. Casi podríamos decir que aquí el autor ha tomado la decisión de describir a los occidentales según unos paradigmas de ficcionalización del otro desde la mirada de unos japoneses que no conocían sino su propia realidad.

            En 1871, Algernon Bertran Freeman-Mitford publica su Tales of Old Japan, en la cual ya se hace referencia a la leyenda de los cuarenta y siete samuráis; Pierre Loti, en las crónicas de su estancia en Japón también escribe acerca de este ejemplo de moralidad y fidelidad llevadas hasta unos extremos desconocidos en Occidente, en torno a 1887. Entre los viajeros del mundo hispánico por Japón hay que mencionar al español Francisco de Reynoso con En la corte del Mikado (1904), obra en la que la exaltación de lo japonés le va a conducir a recordar la figura de los cuarenta y siete ronin, como sucedería con el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el cual escribiría en sus crónicas periodísticas de 1905, recogidas en El Japón heroico y galante, las siguientes palabras:

“Desde las más oscuras teogonías de épocas fabulosas hasta los ejemplos actuales, todo es una lección de heroísmo. Todo habla del sacrificio de la existencia como de un acto natural […]. El tribunal del mikado los condenó a muerte. Ellos esperaban tal sentencia. La recibieron sonriendo, y sin esperar siquiera el fin del plazo que se les señalaba, se reunieron en la colina en que yacía enterrado su señor, y se abrieron el vientre a la manera clásica. Hoy los japoneses adoran a estos héroes como a sus más milagrosos santos, y los cuarenta y siete sepulcros que se alzan alrededor de la tumba principesca, forman un grupo de altares, ante los cuales todo buen súbdito del mikado jura imitar la sublime conducta de los ronin si un día las circunstancias lo obligan a ello”.

 9w3B4u6Ubwd3FonVMVyzgaiZwuZ           En Japón, la cuestión de los fieles guerreros de Ako ha permanecido viva en el cine. El año 1941, Kenji Mizoguchi filmó Los cuarenta y siete samuráis, y en 1962, Hiroshi Inagaki –uno de los directores cuya filmografía más se ha acercado al mundo de la ficción samurái- estrenó Cuarenta y siete ronin para la Compañía Tôhô. A esto hay que sumar la pervivencia del concepto del seppuku que ha dado lugar a películas como las de Masaki Kobayashi –con una magistral interpretación de Tatsuya Nakadai-, también del año 1962 (¿una coincidencia?); de este filme se realizó un remake en 2011 por Takashi Miike que no alcanzó las cotas artísticas de la primera.

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            En La leyenda del samurái, Carl Erik Rinsch se aproxima a la historia de los cuarenta y siete ronin desde unos paradigmas cinematográficos occidentales (si es que todavía puede hablarse de algo así) aunque intenta apoyarse, en algunos momentos de un modo muy evidente, en la estética japonesa. Así, la caza de la criatura del bosque recuerda a la que abre la magnífica obra de Akira Kurosawa Ran. La continua presencia de las flores de cerezo –que también nos acerca a otros momentos de la leyenda en el cine, especialmente en la versión de Hiroshi Inagaki- nos aproxima más al cine occidental cuando quiere retratar Japón en alguno de sus símbolos (recordemos la importancia que estas tienen en una película como El último samurái, Edward Zwick, 2003).

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            El paisaje (bosques, las tierras de la brujería de Kiru, el puerto holandés) responde a esquemas tanto de japonismo como del género fantástico occidental. El retrato del coliseo decadente del puerto holandés se aproxima a la estética de Mad Max. Y los seres fantásticos representan las creencias folclóricas japonesas. La bruja que puede adquirir la forma de una zorra, animal de los más misteriosos que encontramos en la mitología japonesa (recuérdese el primer episodio de los Sueños de Akira Kurosawa); y, por supuesto, los Tengu, seres fantásticos que corresponden a una espiritualidad ocultista muy cercana al misticismo de la espada, con el cual toda película de samuráis acaba encontrándose.

            En definitiva, una nueva versión de un tema antiguo en el cual se mezcla lo japonés y lo occidental.

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Los pescadores de trepang de Emilio Salgari

Emilio SalgariA Emilio Salgari le gustaba contar que había sido piloto de altura, sin embargo, sus aventuras nacen de la imaginación forjada ojeando –cuando no estudiando a conciencia- diversas obras enciclopédicas en la biblioteca de Turín. Algo similar ocurre con otro de los grandes autores de novelas de aventuras españoles, Pío Baroja, cuya relación con el género de aventuras creo que nunca estará lo suficientemente ponderada. ¿Será que cuando la mente se llena de grandes hazañas y espectaculares escenarios, el gabinete de lectura se puede transformar en el Lejano Oeste americano, la India de la conquista, el desierto del Sahara o el océano Pacífico?

            Los pescadores de trepang (1916) se desarrolla en el Pacífico, en las islas situadas entre Australia y Nueva Guinea, en la tierra de Carpentaria, a principios de abril de 1850, y sus protagonistas no son italianos, cosa extraña en Emilio Salgari, al cual le gustaba, llevado por su orgullo patrio, situar en sus aventuras a alguno de sus paisanos. El capitán Van-Stael, holandés de Batavia, “gozaba fama de valiente hombre de mar, había navegado por su cuenta y en nave propia, dedicándose a la pesca del trepang, pero a los cuarenta años, cuando ya se creía suficientemente rico para acabar su vida entre comodidades en alguna ciudad del Extremo Oriente, tuvo la desgracia de arruinarse”. Arrojo, valor y un punto de mala suerte, lo mismo que acompañó a lo largo de toda su vida al pobre Emilio Salgari, y no hay compasión en estas palabras, sino reconocimiento de su situación; estos son los ingredientes básicos que forjan a un héroe salgariano.

Los pescadores de trepang

            El capitán Van-Stael va acompañado de una tripulación de chinos tan cobardes como borrachos que acabarán en las cazuelas de los aborígenes caníbales –aunque uno de ellos permanecerá fiel a su capitán y acabará convirtiéndose en miembro del grupo central que protagoniza Los pescadores de trepang. Desde luego, en nuestros tiempos de lengua tan políticamente correcta como mentirosa, escribir así de las razas no occidentales es impensable; pero bueno, nos encontramos en el mundo de la aventura y en él los grises desaparecen en un mundo de contraste entre el blanco y el negro. Los otros héroes de la novela son el viejo Van-Horn, piloto, y los dos jóvenes sobrinos del capitán, Hans y Cornelio.

Los pescadores de trepang

            La primera vez que leí esta novela lo hice en esa biblioteca que era todo un mundo para acercarse a la literatura, la colección de Bruguera “Joyas Juveniles” (Adaptación: Andrés Martín Farrero. Ilustraciones: Félix Carrión Cenamor.  Ed. Bruguera. Colección Joyas Literarias Juveniles, nº 85, 1977); desde entonces, y pese a las ilustraciones, se mantuvo durante mucho tiempo la duda sobre qué cosa ¿o animal?, era el trepang. Emilio Salgari documentaba sus aventuras en los libros de divulgación general y de viajes; y llevado por su afán didáctico, que en pocas ocasiones resulta tedioso, explica todo aquello que piensa oportuno a sus lectores. Y así leemos sobre el trepang:

“El capitán tomó en la mano uno de aquellos moluscos y se lo enseñó a sus sobrinos. Este extraño habitante del mar parecía, en efecto, un cilindro, provisto, en una de sus extremidades, de un círculo de tentáculos plumosos, pero carecía de cabeza y de ojos; y su boca era una especie de agujero. Tenía doce o quince pulgadas de largo y su piel, que parecía muy resistente, mostraba a lo largo del cuerpo cavidades muy singulares, pues tan pronto se dejaban ver como se ocultaban.

Trepang

-Es una olutaria bankolungan –dijo el capitán-. Es una especie muy apreciada, y que los chinos pagan bastante cara”.

            El exotismo siempre ha sido otro de los ingredientes básicos del mundo de la aventura, por eso buena parte de las novelas de Emilio Salgari, y evidentemente Los pescadores de trepang, son compendios geográficos y de ciencias tanto natural como humana de territorios ajenos.

            Para terminar, como último constituyente de este género, la acumulación. Cierto que todo aquello que menciona Emilio Salgari es cierto, lo que hace que sea extraordinario es la sucesión de aventuras en un corto lapso de tiempo: conseguir la fortuna, perderla en el ataque de feroces caníbales, ver cómo se hunde la nave en la huida y quedar a merced de un mar embravecido, llegar al paraíso de una isla de coral que aleja todo peligro; estar a punto de caer en manos de piratas salvajes, enfrentarse a los cocodrilos, ser capturados… y todo ello en un ambiente que invade nuestros sentidos pues ahí están los árboles de la pimienta y la nuez moscada (que aromatiza de manera natural la carne del ave del paraíso, comida para los aventureros que han de cazarla ante el hambre acuciante) o las mismas aves, porque en este mundo peligroso también hay lugar para la belleza (aunque esta acabe en el espetón)

“Eran algo mayores que pichones, casi del tamaño de gallinas, con la cabeza de un amarillo dorado en la parte inferior y verde oro en la superior; el dorso era castaño con reflejos también dorados, la cola rizada de tonos multicolores, lo mismo que las alas, de debajo de las cuales les salían como una especie de borlas de fino plumón amarillo pálido con reflejos plateados. Alumbrados por los rayos del sol, que producían en aquellas soberbias tintas reflejos brillantísimos, no parecían aves, sino ramilletes de flores salpicados de pedrería”.

Ave del paraíso

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Sobre la narrativa de Raymond Carver

Transformaciones en la realidad.

Antonio Joaquín González collageEl relato es una de las formas narrativas más importantes de la literatura norteamericana y Raymond Carver es un maestro en su técnica. Sus ficciones parten de una realidad evidente, aunque en la inmensa mayoría de las ocasiones permiten dar un salto cualitativo desde la sugerencia de un estado anímico del personaje que la habita, cuando no invaden el territorio sentimental que interpreta la del lector. Esta afirmación de partida es la que puede explicar la importancia que cobran algunos instrumentos de la cotidianeidad. El teléfono se transforma en algunos momentos en un objeto ominoso que alcanza tanto el mundo ficticio como el del receptor, cuya vida puede, incluso ser totalmente ajena a la del personaje.

6a00d8341bfb1653ef0192aa3c6e59970d            El teléfono adquiere una categoría especial en dos de los relatos contenidos en Catedral. El primero de ellos “Fiebre”. La situación no puede ser más verosímil –el autor se encarga de que así lo parezca-; el protagonista es abandonado por su esposa, que lo ha dejado por un amigo; sin embargo, ella le sigue llamando amigablemente. La soledad y la fiebre serán los instrumentos que den una apariencia especial a la realidad.         La soledad es una sensación que de una forma reiterativa Raymond Carver retrata en sus escritos. La expresión de la soledad también la podemos localizar en algunos de sus poemas; así en “Galletas de Soda”, publicado en 1986 (Sin heroísmos, por favor)

“Tus galletas de soda. Recuerdo

cuando llegué aquí bajo la lluvia,

solo y abatido.

Cómo compartimos la soledad

y la tranquilidad de esta casa.

Las dudas me atenazaban

desde los dedos a la punta de los pies

cuando te saqué

de tu envoltura de celofán”

            El utensilio usual que es un mero teléfono, alcanzará una presencia más evidente en un cuento, el más sobrecogedor de cuanto he leído de este autor, “Parece una tontería”. Después de sufrir un accidente vial, justo el día de su cumpleaños un niño tiene que ser ingresado en estado de coma. Lo siniestro, junto a una desgarradora sensación de desasosiego, acompaña al timbre de las llamadas que se repiten cada vez que alguno de los progenitores del chico está en la casa. Este ejemplo es ideal para explicar la teoría de la contaminación que sufre lo real en contacto con el sentimiento generado en un hecho que puede suceder.

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            En estos relatos hay un continuo aire de amenaza que mantiene al lector en una atmósfera de tensión, la cual nunca llegará a producir un terror puro, dado que no es este el género de la literatura de Carver. Esto no es siempre tan evidente; así en “Un hombre afuera”, poema publicado en 1968 (Sin heroísmos, por favor), se sugiere un espanto interno que se inicia en el panorama cotidiano del hombre visto desde su interioridad

“Siempre hubo un interior y

un exterior. En el interior, mi mujer,

mi hijo e hijas, ríos

de conversación, libros, dulzura y afecto”

y una noche llega la presencia ominosa, el horror que le obliga a refugiarse en los brazos de la esposa

“Pero entonces, una noche tras

la ventana de la habitación, alguien,

algo, respira, se arrastra”

Todo sucede más allá del espacio habitado, en el exterior de una casa, el espacio aparentemente seguro.

 El terror se repite noche tras noche hasta que

“desnudos, con las luces encendidas nos sentamos

en el tocador y clavamos ansiosamente la mirada

en el cristal detrás nuestro, dos labios,

el reflejo del ascua de un cigarrillo”

Desde luego, al encontrarnos ante un poema, la condensación del sentimiento es mucho mayor que la que hallamos en la prosa

  gasTal desasosiego puede llevar a una expectativa que no llega a aparecer; así el lector permanece en un estado que el mismo autor definía con estas palabras cuando dio las pautas para reconocer un buen relato; “cuando alguien termina de leer algo que le parece hermoso y cierra el libro, espera unos minutos y se recoge en sí mismo”, así se expresa la conjunción de lo intelectual y la emoción, prolongado en esa sensación que permanece cuando las circunstancias anecdóticas del argumento se van borrando por la inexcusable acción del tiempo en la memoria de los hombres.

            Carver se sitúa en la estela literaria de Hemingway; para este, la literatura tenía que basarse en experiencias propias para indagar en busca de la verdad. Esta no es solo un objeto contemplado sino todas aquellas experiencias y sensaciones que sugiera la realidad descrita. Esta búsqueda no se expresa desde un simbolismo de carácter hermético, sino en la consecución de un sentimiento; por ello, es necesario que el lector se conmueva ante el personaje y sus circunstancias aunque este no tenga, en muchos casos, ni siquiera nombre. Dicho por el mismo Carver, en el autor hay “una absoluta falta de interés por los personajes arrojados con la mayor ironía posible a situaciones absurdas” (Sin heroísmos, por favor), pues lo que realmente importa es el sentimiento que se genera en el lector.

            En otros momentos, la fusión de elementos según los principios que fueron elaborados por los autores del surrealismo, va a describir una cotidianeidad desquiciada retratada en los mismos objetos que ocupan sus paisajes. Así sucede con el ambiente que se encuentran los personajes de “Plumas” (Catedral): un pavorreal, un molde de escayola de una dentadura deforme y la afirmación de que los anfitriones quieren tener un hijo; ahí leemos: “Junto al florero, sobre el tapete, estaba expuesta una de las dentaduras más melladas y retorcidas del mundo. Aquella cosa horrible no tenía labios ni mandíbulas tampoco, eran sólo los viejos dientes de yeso metidos en algo semejante a gruesas encías de color amarillo”. ¿Una experiencia que puede ponerse en palabras o una realidad desde la que dar el salto hacia una interpretación personal?

edward-hopper-room-in-brooklyn-1932-1367969563_org            Para el desarrollo del mecanismo alegórico que nace desde la realidad, es totalmente necesario describir esta con todo lujo de detalles. Es en la morosa descripción de la situación, por otra parte, donde puede localizarse el anuncio de algo que va a ocurrir. En “Tiempo revueltos” (Sin heroísmos, por favor) leemos:

“Se está afeitando y al mover la cara puede ver la habitación. Iris de perfil, sentada en el taburete ante la vieja cómoda. Pasa la navaja y se lava la cara, luego coge la navaja otra vez. En ese momento escucha las primeras gotas de lluvia en el techo. Un rato después apaga la luz de la cómoda y se sienta de nuevo en el sillón de cuero a escuchar la lluvia. Llega a ráfagas, golpeando a intervalos la ventana. Como el suave revoloteo de un pájaro blanco”.

            El primer paso hacia la metaforización del espacio se encuentra en ese segundo término comparativo del “suave revoloteo de un pájaro blanco”. Este relato, “Tiempos revueltos” es uno de los que manifiesta, de un modo evidente, esa presencia de la realidad: “Sacó una taza del armario, la llenó y se sentó cerca de la ventana para ver la calle. Encendió un cigarrillo y se puso a fumar mientras tomaba café y escuchaba el chasquido del reloj del horno. Se derramó un poco de café, miró las gotas caer por la taza y frotó con los dedos el círculo que dejó la taza sobre la rugosa superficie de la mesa”. Aunque en algún momento las circunstancias pueden llegar a una cierta deformación a consecuencia del juego con la temporalidad, “sintió una extraña sensación entonces, como si resbalara en un baño caliente y le anegaran los recuerdos sintiéndose niño otra vez”. Y todo, al fin y al cabo se transforma en una rememoración, paralela a la que puede producirse en el lector.

            En realidad, lo que prima en la lectura de los relatos de Carver es el poso de unas sensaciones más allá del argumento de unas historias que progresivamente se pierden en esa labor, similar a la de Sísifo, del lector; el olvido es la consecuencia lógica de la lectura, aunque la pérdida de los detalles no implica el que se borren unas impresiones que hunden sus raíces en lo metafórico de estos relatos.

 tumblr_lj5bp4X0rk1qhdcgyo1_1280El ambiente, para hacerse todavía más cierto, porque de su uso se automatiza y pierde su esencia, puede llegar a ser mitologizado. En “Tiempos revueltos” (Sin heroísmos, por favor), hay una caja que contiene un pájaro blanco; empieza a oler mal, así que el protagonista la tira a un río y desde allí se genera todo el proceso de ficción que la transforma en algo muy diferente, a esto es a lo que me refiero y aquí podemos ver un ejemplo: “Corre en paralelo a la caja por el lado de la orilla. Es una barca fúnebre y el río fangoso es el Nilo. Pronto la barca entrará en el océano, pero antes se incendiará y el pájaro blanco saldrá volando hacia las tierras del padre”. Algo similar sucede cuando el entorno se metamorfosea por efecto de la ceremonialización cruenta de los hechos. “Los aficionados” (Sin heroísmos, por favor) se basa en la vida de los toreros, con un final de rito salvaje: “La gente lo oye y se echa exhausta hacia atrás en sus asientos cuando ella le saca el corazón y lo brinda al sol radiante”.

            Un relato como “Poseidón y compañía”, publicado en 1963 (Sin heroísmos, por favor), resulta interesante a la hora de observar cómo lo concreto se transforma en algo trascendente. Esta es una historia en la que predomina la sugerencia desde el ambiente mitológico de Grecia, contexto que actúa como catalizador

“Sin ver nada, sintió de repente en la cara el viento que levantaba la niebla del mar. Había estado soñando otra vez. Apoyándose en los codos se acercó aún más al borde para ver la playa. Alzó el rostro hacia el mar. Sentía la sacudida del viento en los ojos, brotar las lágrimas. Abajo, los otros chicos jugaban a la guerra pero sus voces sonaban acuosas y lejanas. Intentó no escuchar el chillido de las gaviotas desde las rocas, debajo del templo, se impuso a las voces. El templo de Poseidón. Se tumbó otra vez de espaldas y volvió la cara hacia un lado, esperando”.

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La necesidad de una regeneración

Juan Montalvo en España (1859)

Antonio Joaquín González

Juan Montalvo

Juan Montalvo (1832-1889), uno de los más reconocidos autores de la literatura ecuatoriana en el siglo XIX, visitó España en 1859. Las circunstancias de su estancia en este país se pueden resumir así: en 1857 es nombrado adjunto civil a la Legación Ecuatoriana en Italia, aunque terminará su época diplomática en París en 1859 como consecuencia de un ataque feroz de artritis que le va a dejar dependiente de las muletas, lo cual no disminuirá en ningún momento su férrea voluntad de luchador por la Libertad contra cualquier manifestación de tiranía. Durante sus años como diplomático visitó Italia y dejó crónicas de sus recorridos por Florencia, Venecia, Roma y Pompeya. También fue sumamente importante su estancia en París donde se encontrará con Alphonse de Lamartine, uno de sus maestros en el arte de contemplar la vida desde la literatura.

            Cuando renuncia a su cargo en la Legación, Juan Montalvo va a viajar a España y lo hará siguiendo, en buena parte, el itinerario característico de los autores románticos que retrataron el país en la primera mitad del siglo XIX. Tal influencia será notoria en ciertas menciones, descripciones paisajísticas y narraciones históricas que acompañan a los textos publicados en El Cosmopolita (1866-1869). Gran impresión estética y espiritual causan las tierras de Córdoba y Granada, principales destinos del recorrido de Juan Montalvo en 1859.

            Nos interesa ahora tratar de cómo el autor describe sus apreciaciones en el artículo titulado “Visiones de Córdoba”; aunque no lo vamos a hacer desde el esteticismo, muchas veces exotista, que contienen sus palabras, ni desde su peculiar espiritualidad que brota de una manera natural a lo largo de toda su obra. Quiero ahora centrarme en la visión crítica que de lo español marca Montalvo, porque nace desde el reconocimiento orgulloso y con respeto de su condición de descendiente de españoles. Así lo expresa él mismo

“Cuerpo enfermo, pero sagrado; espíritu oscurecido, pero santo, ¡España! ¡España! lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo en nosotros, son de España y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son las de España. Yo que adoro a Jesucristo; yo que hablo la lengua de Castilla, yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿cómo la aborrecería? ¿Hay todavía en la América española una escuela, un partido, o lo que sea, que profesa aborrecer a España y murmurar sus cosas?” (Siete tratados)

            En sus aseveraciones se manifiesta un espíritu un tanto adelantado a su tiempo, aunque hunda sus raíces en lo romántico. Para demostrarlo, planteemos y respondamos a la siguiente cuestión, de una manera muy resumida, por supuesto; ¿qué panorama del pensamiento encontramos en España alrededor de 1859? Para que nos hagamos idea de la trascendencia del pensamiento crítico de Juan Montalvo, habría que recordar cómo los principales reformadores del pensamiento español todavía tardarán en llegar.

            Julián Sanz del Río (1814-1869), que sería uno de los principales responsables del cambio filosófico español, realizó su viaje a Alemania en 1843, becado por el gobierno, con la finalidad de estudiar filosofía, allí conoció el pensamiento de Krause, aunque su obra más significativa no será publicada hasta 1860, Ideal de la humanidad para la vida. La filosofía de Sanz del Río se caracteriza por la unión de racionalismo, una cierta religiosidad alejada de la ortodoxia y una doctrina estética que transforma lo literario en algo más. La escuela de Sanz del Río se prolonga en Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza (1876), elemento importantísimo para la vida cultural española del siglo XX. Francisco Giner de los Ríos es el iniciador del reformismo cultural que se prolongaría en la Generación de 1898, una visión crítica hacia el cambio que ya encontramos en algunos autores anteriores; Juan Valera es un ejemplo de ello. Vinculado al Krausismo, a finales del siglo XIX, está Joaquín Costa (1844-1911) cuya obra indaga continuamente sobre la necesidad de una regeneración moral de España. También es necesario mencionar el caso de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), sobre todo como autor de Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882) o Historia de las ideas estéticas (1883-1891); para él la literatura no consiste sólo en la búsqueda de la belleza, sino en la necesaria erudición desde la que llegar a la vida cotidiana de los pueblos, desde lo social, lo político y lo personal. Buena parte de estos rasgos los vamos a encontrar en la obra de Juan Montalvo, pero tengamos en cuenta que, aunque se imbuye en el espíritu de su época, sus apreciaciones escritas son anteriores a las que encontraremos en el Regeneracionismo propiamente dicho.

            En su artículo “Visión de Córdoba”, Juan Montalvo describe la ciudad andaluza desde lo histórico, ejemplificando su grandeza en dos monumentos: la Mezquita y las ruinas de Medina Azahara; habla de la grandeza de la España musulmana sobre la cual dice:

“En Córdoba florecieron muchos y muy preciosos ingenios; las ciencias tuvieron allí sus patriarcas, las artes se vieron en su cumbre, la poesía tuvo apasionados que la cortejaron anhelosos y triunfaron de ellas. Aristóteles tenía allí sabios traductores, Hipócrates entendidos discípulos, y ni Copérnico leyó en el cielo con más claridad que los muslimes”.

Mezquita de Córdoba

            Y, de inmediato, la referencia a los cristianos: “pues bien, estos hombres ilustrados y sagaces eran llamados bárbaros y perros por los españoles que honraban la ignorancia”, desde aquí, la situación contemporánea de la que es testigo Juan Montalvo. Un tiempo, el suyo que hace que aquellos lugares de brillo y sabiduría, como la Mezquita de Córdoba, se transformen en abandono y ruina, “el ambiente es helador, la oscuridad y el silencio infunden tristes pensamientos. Poco va en ello: el corazón oprimido requiere soledad, el pensamiento sombrío, sombras pide”. Así es la España con la que se encuentra.

            El escritor se ha encontrado con la maravilla, inducido por los recuerdos de antiguo esplendor, pero en lo real va a encontrar la decadencia de España; así al hablar del aseo de los hispano-árabes: “todo al revés de lo que sucede con los bien aventurados españoles; hanse visto motines encabezados por la gente de chapa, pidiendo la vida del Ministro que había tenido la torpe idea de mandar barrer las calles, y se dan hombres que no se acuerdan haber tomado un baño en su vida; ¡dichosos españoles!”. ¿Es necesario recordar de qué manera llamaba la atención a los primeros españoles en América la limpieza de los indígenas que habitaban el Caribe?

            Ya nada en Córdoba es lo que fue; como también sucede en el resto de España. Callejuelas inmundas que provocan lástima por lo presente. Los mendigos, las tierras yermas que tantas palabras hicieran escribir al propio Joaquín Costa y la reflexión que se origina en todo lo contemplado. Aquí es donde está ese pensamiento cercano a lo renovador al que hemos hecho mención: “El español es sobrio; esta virtud nace de un vicio, de un pecado mortal, le pereza; el español es orgulloso; del orgullo proviene la ociosidad, de la ociosidad la penuria. El español tiene en poco el trabajo; de esto resulta que carece de lo necesario. y cuando carece de lo necesario, da en bandido o en mendigo”.

Choza

            La constatación de todo esto se quedaría en una mera crítica si no fuese por las palabras que seguirán y que demuestran que lo dicho es la expresión de aquel al que le duele España: “No todo es malo, en nuestros desgraciados progenitores; antes hay en su carácter elevación y grandeza, y sus procedimientos públicos no siempre fueron reprobados”. Nuevamente, se hace necesario recordar el pasado, porque “hubo tiempo en que dominaron en la mayor parte del mundo civilizado; segunda Roma, España oía rugir su león en las cuatro partes de la tierra: valerosos, denodados, sabios en la guerra, héroes poéticos, pero terribles”, como los almogávares cuyas hazañas va a mencionar Juan Montalvo en más de una ocasión, o como las de los conquistadores de América; y aquí no hemos de olvidar que es un escritor de la América Hispana quien habla. “Digan lo que quieran, la conquista del nuevo mundo es asimismo un hecho maravilloso; con menos barbarie y crueldad, habrían pasado por verdaderos dioses”.

            En el comentario final del artículo, sobre la Mezquita de Córdoba, que es mucho más que eso, un fragmento en el que se evidencia la raigambre del autor que se atrevió a continuar a Cervantes y que dirigió buena parte de su vida desde el ideal del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha:

“El español es hidalgo, caballeroso, valiente; grave, mesurado, juicioso, respetuoso con la Divinidad, pero soberbio con los hombres. Los malos gobiernos han estragado su carácter público; los vicios de la política han pasado, andando el tiempo, a la conducta privada. Triste verdad, pero verdad, el español de nuestros tiempos no es el español antiguo; bastardea, se estraga cada día; el honor se pierde antes que el valor, y a la vista del mundo acaban de parecer, ni honrados ni valientes. El despotismo y la superstición son los más crueles enemigos de los hombres”.

El Greco. El caballero de la mano en el pecho

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La pervivencia del mito artúrico en el cómic

En busca del rey

Antonio Joaquín González

01 La pervivencia del mito artúrico en el cómic estadounidense es heredera de otros momentos que interpretan desde la literatura narrativa la historia de los caballeros de la Tabla Redonda: Un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain (1889), Historia del rey Arturo y sus caballeros de Howard Pyle (1903), obra que también ha sido uno de los hitos en su continuidad gráfica; o Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros de John Steinbeck (1976, póstuma).

artúrico

            Un paso sumamente substancial en esta adaptación a un lenguaje, aunque narrativo, radicalmente distinto a la épica escrita es Príncipe Valiente de Harold Forster, continuado por John Cullen Murphy. El arte de Forster está influido directamente por la estética de la aventura: el protagonismo tan evidente de la naturaleza, el hombre que se crece en el enfrentamiento a las dificultades y el romanticismo así lo definen.

Hal Foster. Prince Valiant

Así hasta llegar a Cámelot 3000, serie en la que, tal y como promete la leyenda, el rey Arturo regresa cuando la humanidad más lo necesita, y tal cosa sucede en el año 3000; las circunstancias han cambiado lo suficiente como para que la reencarnación de estos héroes medievales, surgidos de las nieblas del final de la antigüedad, sea más parecida a la de los superhombres o a los dioses que habitan Asgard, en el palacio de Odín, allí donde Thor también se verá transformado por la estética Marvel. La misión futura de Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda será la de combatir una invasión de alienígenas.

camelot 3000            Entre un extremo, Príncipe Valiente, y otro, Cámelot 3000, un cómic titulado En busca del rey, uno de los primeros acercamientos de Marvel (Marvel Preview, 22, 1980) al mito artúrico. Con guión de Doug Moench y John Buscema y dibujo de John Buscema, Tom Palmer y John Tartaglione. Esta obra fue publicada en España por Ediciones Fórum en su colección Aventuras Bizarras en 1984.

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            En buena parte de este tebeo se siguen los principios narrativos de cualquier otro núcleo argumental en que se desarrolle una aventura artúrica. Un ambiente idílico al principio; la llegada de un caballero extraño que va a romper el equilibrio de ese mundo y el enfrentamiento directo al mal, el antimundo contra el cual se alzan los ideales de la caballería de la Mesa Redonda.

Ilustración de En busca del rey

El arte de John Buscema marca de un modo definitivo la estética que sirve como escenario para estas aventuras. El paisaje gótico acentuado en la utilización del blanco y negro equivalente al enfrentamiento del bien –Arturo, Merlín y su corte- con el mal absoluto, demoníaco e infernal similar al de esos sacerdotes de las tierras extrañas por las que anduvo Conan el Cimmerio. A diferencia de lo que ocurre en la fantasía heroica, género al que pertenece buena parte de la producción de John Buscema en En busca del rey, el sortilegio es debido principalmente al engaño. La figura de Merlín es un tanto ambigua y corresponde al mito de su nacimiento, que lo hace hijo del diablo; en este sentido es muy significativa la escena en la que el Encantador se deja retar y acaba dando forma a monstruos de pesadilla que aterran a los mismos caballeros de la Tabla Redonda.Conan y Belit. John Buscema

             Sí podemos señalar un cambio bastante interesante con respecto a lo que encontramos en las historias tradicionales del mundo artúrico. El monarca siempre había permanecido inalterable en su trono mientras los caballeros partían a la aventura, hasta que llega el momento decisivo en las llanuras de Salisbury en La muerte del rey Arturo. Ahora, en esta historia gráfica, el rey es representado en un primer momento, como un anciano, aunque todavía sale a cazar, ciertamente, al fin y al cabo este es el ejercicio que les queda a aquellos que abandonan las armas; sin embargo, en la soledad de su alcoba, de noche, mientras una exultante Ginebra es secuestrada por el representante del mal, Arturo más parece un anciano protegido de los fríos de la noche con un camisón y un gorro de dormir. Con todo y con eso, el rey partirá acompañado por Merlín a la búsqueda de su reina, hacia la gesta en la que la luz se enfrenta a la oscuridad absoluta de los infiernos, principio inalterable del mito que permanece más allá de las transformaciones que de él se hagan.

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