AMADÍS DE GAULA. Garci Rodríguez de Montalvo

Adaptación de ANTONIO JOAQUÍN GONZÁLEZ

CRITERIOS DE ADAPTACIÓN

Portada de AMADÍS DE GAULA, versión de Antonio Joaquín González. (libro papel)

La impresión en Roma por Antonio de Salamanca en 1519 de Los cuatro libros del esforzado y muy virtuoso caballero Amadís de Gaula (Biblioteca Nacional de España R/34929) consta de 284 hojas que equivalen a 568 páginas a doble columna. En una edición contemporánea de Amadís de Gaula, la de Jesús Rodríguez Velasco (1997), en dos tomos, el texto escrito por Garci Rodríguez de Montalvo ocupa 1291 páginas. Evidentemente, a la hora de realizar la presente edición-adaptación se ha tenido que optar por una abreviación que haga más asequible la obra al lector al que va dirigida, para convertirla en una llamada que le incite a la aventura de leer un clásico tan importante para la literatura en español.

La técnica del entrelazamiento, aprendida en los textos en los que se desarrollan las gestas del rey Arturo y de los caballeros de la Mesa Redonda, supone una bifurcación continua de los núcleos narrativos. La línea con la que se pretendiese trazar el recorrido de las aventuras de los héroes en el Amadís de Gaula sería tan intrincada como laberínticos son los caminos que ellos recorren en pos del motivo de su existencia. Su vagar es individual, aunque en algunos momentos los senderos se cruzan. La esencia del caballero andante es la soledad aceptada y necesaria en su desarrollo heroico; por ello, el resumen de cualquier  libro de caballerías implica distintas líneas argumentales separadas, aunque solo
en apariencia. Tantos son los males que en el mundo de la ficción afectan a los oprimidos que las fuerzas que los defienden tienen que disgregarse. Por supuesto que hay confluencias; en el caso del Amadís de Gaula es la corte de la Gran Bretaña, o la Ínsula Firme; ahí la aventura será distinta, como lo es el territorio, y primará lo cortesano sobre lo guerrero. La corte se convierte en un punto de convergencia donde, al ser conocidas las aventuras de los distintos caballeros, estas alcanzan un motivo que
las unifica. La técnica del entrelazamiento no es tan compleja en el Amadís de Gaula como lo será en algunos otros libros que sigan su estética. Con todo, para la presente adaptación ha sido necesario eliminar ciertos lances sucedidos a otros personajes que no son el protagonista.

Para explicitar las supresiones que se han realizado no está de más hacer referencia a la línea argumental seguida, que no es otra más que la del héroe desde sus orígenes en las relaciones de sus padres Elisena y Perión de Gaula, el cual es el primer protagonista del libro. Desde el nacimiento de Amadís, él será el personaje central de la obra, dejando de lado las aventuras de otros importantes caballeros andantes cuyas existencias gravitarán en torno a la corte de la Gran Bretaña. Sí que se han respetado algunas noticias detalladas de personajes como podrían ser Galaor y Florestán, los dos hermanos de Amadís. El primero presenta unos rasgos biográficos sumamente cercanos al arquetipo heroico que predomina en los libros de caballerías. Más allá de esto, se omiten las aventuras sucedidas a otros caballeros como Agrajes, cuya importancia es indiscutible y su personalidad perfectamente dibujada en sus iras y su orgullo. También se dejan en el olvido encuentros menores que alcanzan
al protagonista en su continuo deambular. Un ejemplo significativo de esto es el primer choque de Amadís con Patín, el que llegará a ser emperador de Roma; en este episodio se persigue dejar patente la soberbia e imbecilidad de este personaje, rasgos de los que no va a librarse pese a su muerte heroica; como este talante permanece a lo largo de la obra, se evidencia en sus siguientes apariciones. También es significativa la abreviación de las aventuras de Amadís de Gaula por el Imperio Griego, salvo la detallada mención al episodio del Endriago, que es de los más importantes del libro. Se suprimen algunas profecías referidas a episodios ajenos a lo que considero como línea argumental central y, por tanto, omitidos en esta adaptación. Mantener esas palabras  anticipatorias supondría desvirtuarlas al no verse cumplidas; al fin y al cabo las actuaciones proféticas son un instrumento más de creación de intriga y una herramienta que da al lector un cierto protagonismo pues le hace capaz de interpretar desde ellas los sucesos, a la vez que originan expectativa.

Espada. ilustración. G. Andrango.

Garci Rodríguez de Montalvo utilizó en algunos momentos la ficción como una excusa sobre la que sustentar ciertas interpolaciones de carácter moral. Por ellas, el Amadís de Gaula ha podido llegar a ser leído
como un espejo de caballeros. Algunas de estas glosas tienen un valor literario indiscutible, otras pertenecen más al tiempo histórico en que fueron redactadas. Se ha mantenido prácticamente en su totalidad el discurso que trata acerca de la soberbia, uno de los males que aquejan al mundo de la caballería y la más grave falta con la divinidad en
la interpretación religiosa de la época de Rodríguez de Montalvo. Sumamente interesantes son también las palabras que podemos leer en el prólogo, en ellas el autor habla de la teoría literaria y de la historia. Aquí se han abreviado algunos elementos, aunque se ha conservado la explicación que clasifica al Amadís de Gaula como historia fingida.

Por lo que respecta a los cambios realizados desde lo lingüístico, quiero hacer mención de los siguientes. En primer lugar, la ortografía ha sido adaptada a las normas actuales. Las palabras infrecuentes en nuestros días van en un glosario anexo. Se simplifican algunos términos, sobre todo aquellos tecnicismos que atañen a la vida militar del caballero. Sintácticamente, el Amadís de Gaula no alcanza la complejidad que se manifiesta en textos como los de Feliciano de Silva –Lisuarte de Grecia (1514) o Florisel de Niquea (1532)– parodiados en el Don Quijote de La Mancha: «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece que con razón me quejo de vuestra hermosura» (I, Cap. I); con todo, se ha optado por un periodo oracional más corto, aunque se intenta mantener en algunos párrafos un estilo más intrincado para no desnaturalizar la esencia lingüística de la obra.

En definitiva, el impulso que ha guiado la realización de la presente obra es hacerla asequible a un lector actual, intentando mantener el espíritu del texto a sabiendas que, en realidad, esta adaptación es como un nimbo que puede servir de norte para aquel que quiera acercarse al auténtico tesoro que es la obra original.

Amigo lector, así lo espero; ojalá descubras en los paisajes del Amadís de Gaula una tierra que conquistar.

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Edición y estudio de Visto y Soñado de Juan Valera

Por Antonio Joaquín González.

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Visto y soñado

 Obra publicada en 1903, Visto y soñado es una colección de cuatro novelas cortas, más bien relatos: “Yoshi-san, la musmé”, “La esfera prodigiosa”, “El hijo del banián” y “Dyusandir y Ganitriya”. En ellos se mezcla el exotismo arqueológico, el realismo que roza lo más feroz del Naturalismo, la Teosofía y lo maravilloso. Las cuatro narraciones están organizadas de tal manera que alternan lo real con lo metafísico y el recuerdo arqueológico, aunque en todos ellos hay un poso de experiencia directa y aparentemente cierta del narrador, quien, además, presenta muchos puntos en común con el autor: un diplomático español destacado en China; salvo en el primero de ellos, en el que éste no está marcado como personaje.

La voluntad, o mejor la clasificación como, orientalista del libro se manifiesta en la misma portada de la primera edición; en ella nos encontramos con un grabado de una de esas estatuillas que fueron tan del gusto de los coleccionistas de objetos exóticos, principalmente chinos y japoneses, en la Europa de principios del siglo XX. Rudyard Kipling, en su obra Viaje al Japón, hace referencia a estas figurillas: “muñequitas japonesas de quince centímetros como las que vendían en Burlington Arcade” (1988:18). Luego de la portada, Luis Valera nos sumerge en una historia de orientalismo chino, que más bien es de naturalismo en una escenografía de la China ocupada por los europeos, dominados por el afán de rapiña. No deja de ser curioso que tanto la decoración del libro como el primer relato tengan connotaciones japonesas, ya desde su título, pues la palabra musmé lo es. Así la define Luis Antonio de Villena: “aprovechando una costumbre nipona (insólita para un europeo del siglo XIX), el hombre podrá contratar durante el tiempo que resida en el país –un verano en nuestro caso- un matrimonio de interés con una muchachita educada, fiel y que apenas ha rebasado los quince años… Las musmés japonesas (término que equivale a cendolilla, señorita muy joven) son vistas como muñequitas, como delicados objetos de adorno y placer –en este término no insiste, todo queda suspensivo; y de ahí el morbo –en las que, acaso y después de haberlas tratado un par de meses, cabe intuir que posean un alma” (1987:12). Pierre Loti, en su Madame Crisantemo, a la que se refiere Luis Antonio de Villena, la describe así: “Musmé es una palabra que significa jovencita o mujer muy joven. Es una de las palabras más bonitas de la lengua nipona; parece que haya en esta palabra algo de moue (el gentil y gracioso morrito que ellas ponen), y sobre todo, de la frimousse (de la carita, del palmito irregular suyo)” (Loti 1987:61). Con el significado de muchachita vestida a la manera tradicional japonesa la encontramos con cierta frecuencia en el libro del mismo autor Japón en otoño. En algún momento, la musmé se transforma en un ser casi fantástico, Pierre Loti (1987:142) las ve de esta manera: “verdaderamente parecen esta noche, Crisantemo y Junquillo, pequeñas hadas. Las más insignificantes japonesas, en ciertos momentos, adoptan este aspecto, a fuerza de rareza elegante y de ingenioso atavío”.Luis-Valera-joven

“Yoshi-san, la musmé” cuenta de un grupo de personajes que se encuentran en una noche del invierno más crudo en la ciudad china de Tientsin, poco después de que las fuerzas imperialistas hayan derrotado a los bóxers. Se trata de una serie de aventureros que se han desplazado a China para enriquecerse con la rapiña; se reúnen en una taberna de mala muerte, propiedad de otro más afortunado llegado cuando todavía se podían conseguir riquezas del saqueo consentido por las tropas internacionales. Los aventureros, descritos en términos totalmente degradantes, deciden ir en busca de compañía femenina, que encontrarán en la casa de la madre de un criado chino. Las muchachas amancebadas en el hogar de la vieja son cuatro japonesas, cuatro musmés, cuya aparición da al relato un tono estetizante y casi mágico que sirve de contrapunto a la fealdad y sordidez del mundo, tanto de los occidentales como de los chinos. El ritmo narrativo se va acelerando progresivamente hacia la degradación total de un crudo naturalismo que desembocará en un clímax dramático que no va a ser desvelado.

Con “Yoshi-san, la musmé”, el autor presenta el enfrentamiento entre lo visto y lo soñado, entre lo que realmente sucedía en China y el orientalismo imaginado según el paradigma de lo exótico. No deja de ser significativo que lo bello y casi maravilloso de la experiencia estética se ejemplifique en lo japonés.

En el segundo cuento de Visto y soñado, “La esfera prodigiosa”, nos encontramos con un narrador que, como el propio Luis Valera, es diplomático en Pekín. Aquí, conoce a un joven funcionario holandés que, como a él mismo, le gusta pasear por las tiendas de antigüedades, en busca de objetos curiosos. Un buen día, a causa de las reuniones de la negociación diplomática que ocupan todo su tiempo, el narrador deja de ver a su compañero; cuando vuelven a encontrarse, éste le cuenta una extraña aventura en la que confluye una serie de elementos que también localizamos en algunas narraciones orientalistas de Juan Valera, Teosofía, Budismo, misterio y magia.

El siguiente relato es “El hijo del banián” –este término procede del indio bunnia, mercader-, también está basado en las experiencias viajeras de Luis Valera. En este cuento, un narrador, que nuevamente puede ser asimilado al propio autor, describe el periplo de un barco desde el Canal de Suez hacia Oriente. En él se dan cita los funcionarios coloniales y los ricos mercaderes, en primera clase, y los menos favorecidos, que viajan en circunstancias bastante más incómodas. Sucede una desgracia, la muerte de un bebé, hijo de un pobre mercader hindú, al que una mujer burguesa occidental bautiza en secreto poco antes de que fallezca. Cuando la cajita que contiene el cadáver es arrojada al mar, un tiburón la destroza y devora el cuerpo. No se trata de un cuento en el que lo que predomina sea la intriga, sino una espeluznante expresión de hechos que bien podrían considerarse como críticos de la hipocresía del imperialismo –igual que en “Yoshi-san, la musmé”-. Todos los pasajeros quedan profundamente impresionados, pero cuando el barco llega a su destino, cada cual sigue su camino, ajenos todos a la desgracia vivida.Luis-Valera-Delavat

El cuarto relato se titula “Dyusandir y Ganitriya”. En él hallamos, de nuevo, la figura de un narrador que es un diplomático en viaje de regreso a Occidente, después de haber permanecido en China durante el desarrollo de su misión. Con este último cuento, el ciclo queda completo: el traslado a Oriente, la estancia en China y el regreso. El personaje conoce a un arqueólogo que ha dedicado su fortuna y muchos años de su vida a la búsqueda del origen de los arios. No hace falta recordar que nos encontramos en uno de los primeros momentos de apogeo del estudio de los pueblos indoeuropeos, asunto erudito que tempranamente deviene en literario en la modalidad del exotismo arqueológico. El explorador de la historia, al que el diplomático narrador conoce en un hotel de Colombo, cuenta la leyenda de los amores del príncipe Dyusandir y la princesa Ganitriya, relación que puso fin a la rivalidad violenta que existía entre dos familias de la etnia aria. Todo el relato está cuajado de abundantes elementos en los que brilla la erudición entre fantástica y real. Más allá de la descripción de los pueblos arios, lo que destaca en el cuento es la prueba de origen mitológico a la que los enamorados deben someterse para que triunfe su amor tras haber descendido a los infiernos. Este ambiente mitológico también encuentra su eco en la novela De la muerte al amor, durante una ensoñación de su protagonista, Diego, en la que éste ve a su enamorada, Mildred, convertida en una especie de ondina: “Diego veía a D. Álvaro Bendicho, hosco y taciturno peregrino por el reino de las sombras, mirando allá en tinieblas pobladas de raros seres y de fantasmas tétricos y singulares. Y él, Diego, pretendía acercarse a Mildred y tomarla de la mano y llevársela de aquel lugar sombrío, nuevo Orfeo de una Eurídice vetustísima. Pero el chiflado viejo y el hosco don Álvaro se le oponían y, con voces horribles y raras muecas, le arrebataban a Mildred de los brazos” (p. 126)

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Libro de Alejandro Magno, Rey de Macedonia y Persia.

Alejandro Magno

Cuando en 404 a.C. terminó la guerra del Peloponeso, que había enfrentado a las principales potencias de Grecia, muchos fueron los guerreros que al ser desmovilizados decidieron alistarse como mercenarios contratados por Ciro el Joven, enfrentado a su hermano, el rey de Persia Artejerjes II. Este ejército consiguió llegar hasta cerca de Babilonia, pero Ciro murió en batalla y los mercenarios griegos comenzaron el regreso hacia su tierra, narrado desde la épica por Jenofonte en La retirada de los diez mil. Hasta aquel momento, las guerras médicas, que habían enfrentado a Occidente y Oriente por primera vez (por desgracia, en ello seguimos) se habían solventado en territorio griego. Con la expedición de los Diez Mil comienza a trazarse una ruta que años después seguiría Alejandro, rey de Macedonia y conquistador del Imperio Persa. En el año 395 a.C., el espartano Agesilao, ante la evidente debilidad de los persas, invade Asia Menor y los derrota en la batalla de Sardes; pero Persia recurrió al oro utilizado para sobornar a los propios griegos que organizaron una liga antiespartana con Atenas y Tebas a su cabeza. Agesilao, nueve años después, tiene que concertar la paz de Antálcidas y regresar a su tierra.

Tebas deseaba controlar la región de Beocia, pero Esparta no estaba dispuesta a tal expansión, así que invadió Tebas y entregó el gobierno a la aristocracia proespartana; sin embargo en el 379 a.C., Pelópidas liberó Tebas del sometimiento político a Esparta. Pelópidas dirigió una victoriosa campaña hacia el norte, a Tesalia y Macedonia, de allí volvió con un rehén, el príncipe Filipo, todavía niño. El ejército tebano, a las órdenes de Epaminondas, en 371 a.C., derrotó a los espartanos en la batalla de Leuctra; esta supuso el derrumbe del prestigio militar espartano. Así los tebanos alcanzaron su mayor poderío, hasta el punto de entrar en la misma Esparta; sin embargo, Epaminondas cayó en combate en el 362 a.C. cerca de Mantinea. También había muerto Pelópidas. Y así, a mediados del siglo IV a.C., Grecia queda organizada en tres principales núcleos políticos: Esparta, que seguía dirigiendo la Liga del Peloponeso, Atenas, orientada hacia el poderío naval, y Tebas, que dominaba Beocia.

Es en este momento cuando Macedonia, dirigida por Filipo II, que había sido educado por Epaminondas, comienza a desarrollarse como una potencia; en un principio, despreciada por los griegos que consideraban a sus habitantes como bárbaros, aunque su lengua era un dialecto del griego. Filipo subió al trono en el 359 a.C., una de sus primeras acciones, en las que se ven claras sus intenciones, es mejorar su ejército. Organizó una potente caballería, integrada por jóvenes de la aristocracia, los hetairoi, o compañeros; y la infantería formada por los hoplitas que constituirían las falanges macedonias, instrumento básico en las victorias de Alejandro.

Filipo II dirigió sus primeros esfuerzos militares hacia el norte de su territorio; derrotó a los ilirios, se apoderó de los yacimientos auríferos de Tracia y acabó invadiendo diversas ciudades que habían pertenecido a la liga ateniense durante la Guerra del Peloponeso. Los estados griegos, pese a las advertencias del que fue uno de los mayores oradores de su tiempo, Demóstenes, no se organizaron contra el poder de Macedonia y cuando lo intentaron, ya fue tarde, pues los aliados tebanos y atenienses fueron derrotados en el 338 a.C. en la batalla de Queronea, en la cual el joven príncipe Alejandro dirigía la caballería de los hetairoi. La situación en Grecia cambió de un modo radical con esta victoria macedonia.

Fue fundada la Liga de Corinto, de la que Filipo sería nombrado hegemón, jefe militar. Esparta no participó en ella. En teoría, cada estado mantenía su independencia; la realidad: Macedonia controlaba Grecia con la excusa de organizar una campaña contra Persia. Pero el 336 a.C., Filipo II fue asesinado en Pella, la capital de su reino. Buena parte de Grecia imaginó que había llegado el momento de recuperar su libertad. Es entonces cuando se manifestó la personalidad del hijo de Filipo, Alejandro.

El rey Alejandro dominó, en primer lugar a los opositores en Macedonia; hizo frente a los levantamientos de las tribus montañesas en sus fronteras y, posteriormente, se dirigió a Tebas para exigir su sumisión. La ciudad fue arrasada. Se reestableció la Liga de Corinto y en el año 335 a.C., comenzó la campaña militar contra Persia.

El ejército macedonio y griego cruzó el Helesponto. En Asia Menor, Alejandro rindió honores ante la tumba de Aquiles. Alcanzó la primera victoria contra los persas cerca del río Gránico; entraron en la ciudad de Sardes, donde consiguieron un buen botín. El rey persa, Darío III se enfrentó a ellos y fue derrotado en la batalla de Isso en 333 a.C., allí cayó presa la familia del propio soberano.

El ejército de Alejandro hubiese podido avanzar hacia el corazón del Imperio; pero dirigió su esfuerzo a adueñarse de las principales ciudades costeras de Siria. En Tiro se encontró con una fuerte resistencia. Siguió hacia Jerusalén, Gaza y Egipto; aquí fue recibido en el 332 a.C. como un libertador y tratado como un descendiente de los dioses. En la desembocadura del Nilo fue fundada Alejandría, ciudad que acabaría siendo elegida como su morada final.

En el 331 a.C., Alejandro avanzó hacia Persia. Los ejércitos se enfrentaron en la llanura de Arbela o Gaugamela. De nuevo, Darío III fue derrotado; consiguió huir. Los griegos siguieron hasta Babilonia, Susa y Persépolis, ciudad que fue arrasada como venganza por tantos años de sometimiento y como estrategia de borrar las raíces culturales de un pueblo conquistado. Darío se había refugiado en Ecbatana, antigua capital de Media. Alejandro comenzó su persecución, aunque sólo llegaría a encontrar su cadáver, pues el soberano había sido asesinado por un noble persa traidor, Besso. Para alcanzar a este, Alejandro siguió un avance hacia territorios que eran desconocidos; cada vez más al este. Besso fue atrapado y ajusticiado; pero los griegos siguieron una ruta que les condujo a la India donde Alejandro se enfrentó al rey Poro.

Los griegos se negaron a seguir adentrándose más allá y Alejandro se vio obligado a retroceder, en penosas condiciones, hasta Susa, donde llegó en 324 a.C. Progresivamente fue asumiendo las costumbres orientales. Buena parte de sus generales no compartían su idea imperial. Babilona fue la ciudad elegida como capital; allí se trasladó el rey y allí fallecería en 323 a.C. con treinta y tres años.

Su Imperio no se prolongó mucho más allá de su muerte; pues fue repartido entre sus generales. Egipto correspondió a Tolomeo Lagos, fundador de la dinastía de los Lágidas; Siria a Seleuco Nicátor, origen de los Seléucidas, y Macedonia a Antígono.

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TRATADO DE LA RENTEGRACIÓN, MARTINES DE PASQUALLY

PRIMERAS PÁGINAS DE LA INTRODUCCIÓN

Tratado-de-la-Reintegración

Portada del libro Tratado de la Reintegración

Martines de Pasqually es uno de esos personajes que marcan el desarrollo contemporáneo del ocultismo desde su propia biografía tan misteriosa como los conocimientos que transmite. Hasta en su mismo nombre, posiblemente Joachim dom Martines de Pasqually, nos encontramos con diversas variaciones que han complicado las posibles investigaciones respecto a su persona. Menéndez y Pelayo, lo españoliza en Martínez de Pascual, cosa que ha de tenerse en cuenta, pues para él el taumaturgo es de origen ibérico; en el libro de Papus (1895) L’Illuminisme en France (1767-1774). Martines de Pasqually. Sa vie. Ses pratiques magiques. Son Œuvre. Ses disciples se muestran diversas rúbricas: Don Martines de Pasqually, o De Pasqually de la Tour. Rijnberk, en el estudio más completo realizado acerca del maestro, señala como nombre completo: Jacques de Lyoron Latour de la Casse Joachin don Martines de Pasqually. Al parecer nació en 1727 (Amadou 2008), en la ciudad sudoriental francesa de Grenoble, aunque también se ha señalado como fecha posible 1710 (Faivre 1976). Tampoco está muy clara su ascendencia. Seguramente, sus raíces –y su apellido así lo señala- están relacionadas con la Península Ibérica –su padre había nacido en Alicante en 1671 (Var 2009)- y con una tradición que se hace incuestionable en su obra escrita y en sus prácticas ocultistas: la de los judeo-conversos; de hecho en el Tratado de la Reintegración las fuentes cabalísticas y veterotestamentarias se hacen evidentes. Cabe planearse hasta qué punto todas las dudas que disimulan entre neblinas, tanto la cronología como los hechos biográficos de un ocultista como éste, no son sino un instrumento más para mantener un misterio muy apropiado a las prácticas espirituales que transmite. Según Willermoz (Amadou 2008), Martines heredó un cargo jerárquico, que también era de posesión de unos conocimientos, de su propio padre. Nos encontramos, pues, con una transmisión de carácter familiar, cosa que hace sumamente complicado estudiar el comienzo de las teorías sobre las que se fundamentan los principios desarrollados tanto en el Tratado de la Reintegración como en el mismo culto desde el que se originó la orden de los Elus Coëns (los Sacerdotes Elegidos) en la cual se cimienta buena parte de la fama ocultista que acompaña al autor.

Cuatro

Cuatro

Entre los datos que, tampoco, alcanzan carta de naturaleza documental evidente, se encuentra la posible carrera militar de Martines de Pasqually como Teniente del Regimiento de Dragones de Edimburgo (Marcenne 1996), al servicio del Rey de España; cosa que no habría de llamarnos la atención puesto que era frecuente en la época que los oficiales del ejército participasen en actividades de Sociedades más o menos secretas. También Louis Claude de Saint-Martin fue militar. Por otra parte, esta pertenencia al ejército explicaría el contacto con el Regimiento de Foix durante su estancia en Bordeaux, aunque en ella tuvo parte importante su propia esposa. La carrera militar de Martines de Pasqually se desarrolla entre 1737 y 1747, cosa que nos indica que la fecha más probable de nacimiento entre las mencionadas sería la de 1710.

Papus (1895), en su libro acerca de Martines de Pasqually, analiza la vida del taumaturgo entre 1767 y 1772, es decir, desde su llegada a Bordeaux, después de haber pasado por distintas ciudades de Francia, intentando asentar unas bases que sirviesen para el desarrollo de su sociedad, la de los Elus Coëns. Al parecer, pues no puede afirmarse tal hecho documentalmente, Martines de Pasqually contrajo matrimonio en Bordeaux a principios de septiembre de 1767; gracias a su esposa, Colas de Pasqually -siguiendo el estudio de Papus-, pudo relacionarse con los oficiales del Regimiento de Foix, del cual saldrían sus más ilustres adeptos, pues ella era sobrina de su Comandante. Entre las diversas cartas hay algunas a las que ahora, en este intento de situar mínimamente al autor, es interesante hacer mención. Así una fechada el 20 de junio de 1768; en ella se hace evidente que Martines consagra todos sus esfuerzos intelectuales a la propagación de sus doctrinas y de su Orden, tanto es así que está preparando la Constitución de un nuevo Tribunal Soberano en Bordeaux. Da noticia, también en ella, del nacimiento de su hijo, al que otorgó el título de Maestro de los Elus Coëns poco después de su bautismo. Más allá de lo estrambótico de tal iniciación, lo que es importante, y a lo cual el mismo Papus otorga una atención especial, es al hecho de que se llevase a cabo el sacramento cristiano, pues en ello se encuentra una primera prueba de la falsedad de aquellas alegaciones que, en algún momento, han considerado a Martines de Pasqually como fiel a la religión judía, más allá de eso se mantiene inalterable su filiación a los judeoconversos hispánicos.

Martines, tal y como vuelven a hacer evidente sus cartas, también tenía conocimientos de sanación, así, por ejemplo, en una carta dirigida a Willermoz, le describe un complicado remedio de medicina natural para sanar de cierta dolencia a la hermana de su adepto.

Entre los discípulos de Martines de Pasqually, a Menéndez Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles (Libro VI, Capítulo IV, Epígrafe I, “Tres heterodoxos españoles en la Francia revolucionaria”), le interesa especialmente la figura del Abate Fournie, autor de Lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos, publicada en Londres en 1801; explica en este libro el sistema iniciático y de teurgia de su maestro en estos términos: “Sus instrucciones diarias eran que pensásemos siempre en Dios, que creciésemos en virtudes y que trabajásemos para el bien general… Muchas veces nos dejaba suspensos y dudando si era verdad o falsedad lo que veíamos, si era él bueno o malo, si era Ángel de Luz o demonio… De tiempo en tiempo recibía yo algunas luces y rayos de inteligencia, pero todo se me desaparecía como un relámpago. Otras veces, aunque raras, llegué a tener visiones, y creía yo que M. de Pasquallys tenía algún secreto para hacer pasar estas visiones por delante de mí y que para que todas a los pocos día se realizasen”.

Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera. Edición de Antonio Joaquín González. Kindle-Amazon

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HUMANISMO Y ESPADAS. LOS SIETE SAMURÁIS DE AKIRA KUROSAWA

PRESENTACIÓN DE CARÁCTER PERSONAL

Portada Libro

Ahora que se cumplen los veinticinco años de su muerte es el momento de rememorar algunos pensamientos desde los que, al tiempo, recupero un asunto al que he dedicado muchas horas de lectura, reflexión y, sobre todo, cine. Cuando en septiembre de 1998 me enteré del fallecimiento de Akira Kurosawa, vinieron a mi recuerdo algunas de sus películas, programadas no hacía mucho en televisión, casi como llega lo premonitorio. Imágenes de Duelo silencioso; una noche, en la filmoteca, consiguiendo, por fin, ver Los siete samuráis, casi con un temblor reverencial del deseo prolongado en el tiempo cuando se apagaron las luces de la sala. La nostalgia amarga y, a la vez, esperanzadora de Rashomon. Y, la verdad, no mucho más en aquellos momentos. No podría olvidar, por supuesto, el estupor de belleza que me invadió hasta las lágrimas con algunos fotogramas de los Sueños, cuando la ciudad todavía tenía muchas salas de proyección, algunas conocidas desde una niñez de películas.

Aquel seis de septiembre de 1998, pensé que me hubiese gustado brindarle un humilde, aunque sentido homenaje a este director que, junto a John Ford, encarna buena parte de lo mejor que puede dar el séptimo arte. Sentimientos a los que di palabra hace años, cuando la muerte no había llamado tantas veces a la puerta de la familia; ahora sé que no son necesarios tales homenajes, pues el mayor es el recuerdo que permite seguir siendo vida.

La complejidad de la existencia, que siempre nos conduce por insospechados caminos a los que, a veces, llamamos destino, fue posponiendo el encuentro, el encerrarme durante varios días para ver una tras otra las películas de Kurosawa. Pero en el tiempo, la evocación y el respeto se han mantenido, ahora en forma de este estudio para la memoria de aquello que no debiera ser olvidado. En realidad, Los siete samuráis, además de una experiencia de estética narrativa lo es también de la emoción, así lo supo ver José Ramón Sánchez (1995:128), el ilustrador que también fue educador de la generación denominada de la Egb, en la remembranza de ver en la gran pantalla una película como esta

No es mi intención con este estudio actuar como en un laboratorio, diseccionando fotograma a fotograma; hace tiempo practiqué este tipo de comentario y no quedé satisfecho con el resultado. Además, Los siete samuráis no es algo muerto; es un clásico y en él cada visionado supone nuevas respuestas a preguntas con las que los años nos van cargando. Ahí radica el misterio de las obras maestras: nunca acaban de transmitir su mensaje, porque este se enriquece a la vez que transcurre el tiempo del espectador.

Los siete samuráis es una gran película; muchas veces olvidada en esas falsas e interesadas listas de las mejores. Un clásico de esos que construyen una totalidad en sí mismos. Un filme que, desde el primer momento hasta el último fotograma, crea una realidad sin fisuras, origen de un mundo paralelo para quien suspende en sus imágenes la cotidianidad; a la vez que promueve la recapacitación sobre las propias experiencias y sobre nuestro contexto cultural, aparentemente tan alejado, bien sea en el tiempo, bien en el espacio.

En la dimensión de las grandes obras de arte, se borra la existencia de cada día, se enriquece la vida misma en una amalgama de significados, proteicos porque aquel que vuelve a mirar nunca es el mismo.

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“El pájaro”

Un comentario desde lo místico

Octavio Paz

Octavio Paz, retrato a lápiz

“El pájaro” es un poema que pertenece a “Condición de nube” (1944) en Libertad bajo palabra de Octavio Paz.

Verderón. Il. G. Andrango.

La literatura es un camino que, por fortuna, no se acaba nunca, y así llegan a producirse en el lector una serie de conexiones entre textos que suponen siempre un proceso enriquecedor, no tanto en la voraz búsqueda de intertextualidades de la tradición más o menos antigua, como en la iluminación que se origina recíprocamente entre palabra y existencia.

El pájaro, desde lo tradicional del motivo, arranca de lo más profundo del simbolismo. Fácil es imaginar a los primeros seres que tomaron consciencia del mundo desde la mirada humana, perdiéndose en el canto y la luz de las aves esquivas. Bien conocían los chamanes de distintas culturas la capacidad de comunicación de los seres alados con lo trascendente. Aristóteles como Plinio hablan del armonioso canto de los pájaros, cuya naturaleza, por otra parte, también compartieron las sirenas. Por algo son aladas las sandalias de Hermes, mensajero de lo más profundo. 

Como alado enviado de lo tradicional, el pájaro es un elemento provocador de la experiencia mística, así en el caso del monje Virila, del monasterio de Leyre en Navarra, que perdió la noción del tiempo, absorto en el gorjeo de un ruiseñor. El especial simbolismo del trino de las aves hace que también fuesen frecuentes en los escritos místicos que narran experiencias de lo más trascendental, así en el islam, en Raimundo Lulio, en Teresa de Jesús y en Juan de la Cruz.

El pájaro

En el silencio transparente
del día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vidró el cielo,
se movieron las hojas…
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.

Una de las primeras cuestiones que debemos tomar en consideración a la hora de acercarnos a este poema es su título, pues en él está explícita la voluntad de mostrar el protagonismo del pájaro, aunque este tarda en aparecer entre los versos, no lo hace hasta el doce de un total de diecisiete, en el último tercio, como la culminación de un proceso que se marca desde el principio por las referencias a la transparencia manifestada tanto en el tiempo como en el espacio; una transparencia que significa la capacidad de ver con nitidez, si bien en un primer instante es un vislumbre cuya trascendencia no se manifestará hasta el trino como flecha, un vislumbre que permite ver, sin ambigüedad pero sin llegar a declararse desde la evidencia.

Petirrojo europeo (Il. G. Andrango)

Transparencia que desde la cronología de la experiencia poética se consuma al mediodía, en el punto álgido de la luz y quietud que sosiega y permite contemplar en el detalle, por el enlentecimiento de la noción temporal, el crecimiento de las yerbas, a los bichos de la tierra que se mueven entre piedras. Todo el espacio, por efecto de ese cenit de luz, cobra una identidad que transmuta lo diferente en una sola realidad, desde la cual la variedad se ve trasfigurada en un todo panteísta. El tiempo, tal y como corresponde a la experiencia mística, se muda en un minuto, pues la eternidad siempre será percibida en el instante del éxtasis, tal y como le sucedió al monje Virila; efecto de la quietud absorta que supone la admiración de la entrega plena al proceso de meditación, como pórtico que da paso a la realidad absoluta.

En el enmarcamiento cronológico y espacial del poema, ambas categorías, tiempo y espacio, se confunden; se funden en una, por efecto de la luz y la transparencia; en ese cronotopo místico aparece el pájaro que canta, como una delgada flecha, cuya misión es penetrar y herir, donde ya estaba la herida luminosa y extática; pues canto y luz se asimilan, en su calidad de umbral alumbrado hacia la transcendencia.

En apariencia, el canto del pájaro protagonista del poema (aunque al final, lo que importa es la experiencia lírica del yo) rompe la quietud que había producido la luz del mediodía. La flecha del canto hiere desde lo absoluto a ese yo poético, aunque también es el pecho de plata del ave el que ha resultado herido por esa misma luz que transforma en uno al contemplador, al ave y al referente. 

Pájaro de pecho de plata, plumas transformadas en luz; ¿quién no ha entrevisto el pecho de un ave entre las ramas en primavera como un destello? Ambigüedad, confusión entre el yo y la creación, característica de la reorganización del universo por efecto de la iluminación que deshace el yo, fundiéndolo en una realidad panteísta. En un proceso místico se produce la exposición de lo trascendental que, en el poema de Octavio Paz, está explícito en los últimos versos. Un mensaje que no se comunica por la palabra, sino por el sentimiento, “la muerte era una flecha que dispara alguien desconocido y en un abrir los ojos nos morimos”. Mantener los ojos cerrados es como querer esconderse ante la muerte, pero esta llega, tanto en su sentido final físico como en la emergencia del ser, que es lo que realmente importa en toda experiencia espiritual.

Bien podría verse en esta poema una reactualización del tópico del Carpe diem, así, ese descubrimiento de que en un instante, el de abrir los ojos, morimos, es una invitación a vivir en plenitud una existencia que es corta, como un relámpago; claro que en la confusión de lo iluminativo se produce la pérdida de la antonimia entre instante y eternidad, ambas son lo mismo. Así pierde validez la posibilidad de considerar que estos versos son una llamada a dejar los ojos cerrados, para permanecer en el arrobamiento estético producto de la iluminación. Ésta, en el poema, es resultado de la omnipotencia y presencia de la luz. Una luminosidad que produce tal transparencia en las palabras que su opuesto, la oscuridad, no puede aparecer como tal, sólo sugerido en las hojas de entre las cuales vibra el canto del pájaro, del ave solitaria, como corresponde a la mística de san Juan de la Cruz y, antes, del islam. 

Y, en el verbo que cierra el discurso, “morimos”, que es la máxima expresión de la negrura imposible, o nada, pues la luz rompe tal frontera y permite la pervivencia del ser más profundo. Mensaje de esperanza que trasciende el tópico horaciano del Carpe diem, pues el alma, como el pájaro, tiene en su pecho la luz de la vida.

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“Un gorrión entra en el Mexuar” (Comentario)

Álvaro Mutis

Entre un tropel y otro de turistas
la calma ceremoniosa vuelve al Mexuar.
El sol se demora en el piso y un tibio silencio
se expande por el ámbito donde embajadores, visires,
funcionarios, solicitantes, soplones y guerreros
fueron oídos antaño por el Comendador de los Creyentes.
Por una de las ventanas que dan al jardín
entra un gorrión que a saltos se desplaza
con la tranquila seguridad de quien se sabe
dueño sin émulo de los lugares.
Vuelve hacia nosotros la cabeza
y sus ojos – dos rayos de azabache –
nos miran con altanero descuido.
En su agitado paseo por la sala
hay una energía apenas contenida,
un dominio de quien está más allá
de los torpes intrusos que nada saben
de la teoría de reverencias, órdenes, oraciones,
tortuosos amores y ejecuciones sumarias,
que rigen en estos parajes en donde la ajena incuria,
propia de la triste familia de los hombres,
ha impuesto hay su oscuro designio, su voluntad de olvido.
Vuela el gorrión entre el laborioso artesonado
y afirma, en la minuciosa certeza de su desplazamiento,
su condición de soberano detentador
de los más ocultos y vastos poderes.
Celador sin sosiego de un pasado abolido
nos deja de súbito relegados al mísero presente
de invasores sin rostro, sin norte, sin consigna.
Irrumpe el rebaño de turistas. Se ha roto el encanto.
El gorrión escapa hacia el jardín.
Y he aquí que, por obra de un velado sortilegio
los severos, autoritarios gestos del inquieto centinela
me han traído de pronto la pálida suma
de encuentros, muertes, olvidos y derogaciones,
el suplicio de máscaras y mezquinas alegrías
que son la vida y su agria ceniza segadora.
Pero también han llegado,
en la sorda plenitud de ese instante,
las fieles señales que, a mi favor,
rescatan cada día el ávido tributo de la tumba:
mi padre que juega billar en el café Lion D’or de Bruselas,
las calles recién lavadas camino del colegio en la mañana,
el olor del mar en el verano de Ostende,
el amigo que murió en mis brazos cuando asistíamos al circo,
la adolescente que me miró distraída mientras
colgaba a secar la ropa al fondo de un patio de naranjos,
las últimas páginas de Victory de Joseph Conrad,
las tardes en la hacienda de Coello con su cálida tiniebla repentina,
el aura de placer y júbilo que despide la palabra Marianao,
la voz de Ernesto enumerando la sucesión de soberanos sálicos,
la contenida, firme insomne voz de Gabriel en una sala de
Estocolmo,
Nicolás señalando las virtudes de la prosa de Taine,
la sonrisa de Carmen ayer en el estanque del Partal;
éstas y algunas otras dádivas que los años
nos van reservando con terca parsimonia
desfilaron convocadas por la sola maravilla
del gorrión de mirada insolente y gestos de monarca,
dueño y señor en el Mexuar de la Alhambra.

A lo largo de su obra, hay un texto especial que configura la grandeza e intimidad de la poética de Álvaro Mutis, se trata de su libro Los emisarios (1984); en él leemos algunos de los más bellos momentos de su producción: “Un calle de Córdoba”, “Tríptico de la Alhambra” o “Hija eres de los Lágidas”, o los dos poemas en prosa en los que quedan al descubierto nuevas facetas de la biografía de Maqroll el Gaviero: “La visita del Gaviero” y “El cañón de Aracuriare”.

Un emisario es un enviado que puede convertirse en visionario, según el tipo de mensaje que transmita. Los enviados herméticos de este libro, que son los poemas, portan dos comunicados: verdad y muerte.

Uno de los ciclos de Los emisarios es el que se sitúa en Andalucía; compuesto por tres poemas: “Un calle de Córdoba”, “Tríptico de la Alhambra” y “Cádiz”. El “Tríptico de la Alhambra” nace desde una experiencia que surge de la visita al monumento Nazarí. Está compuesto por “En el Partal”, “Un gorrión entra en el Mexuar” y “En la Alcazaba”.

Dos cuestiones reiteradas en la poesía de Álvaro Mutis son, por un lado, la clarividencia en la percepción de la realidad y la observación que cala profundamente en el espíritu. Una mirada que deviene en contemplación visionaria y apasionada; cosa que puede llamar la atención, pues su modo de observar parece corresponder al realismo, a la manera del espejo de Stendhal.

Mexuar es una palabra que procede del árabe Mishwar, ‘consejo, cámara’; era el centro administrativo de la Alhambra, representación del poder, cancillería y residencia oficial del emir. Allí se llevaban a cabo las labores de gobierno. De ahí que en este poema esté tan presente el campo semántico de lo administrativo: ceremonia, embajadores, visires, funcionarios, solicitantes, soplones y guerreros.

El poema comienza con el ruido del tropel de turistas, el desorden, una algarabía expresada mediante la aliteración de oclusivas y vibrantes. Sólo cuando acaba de pasar, vuelve una calma calificada como ceremoniosa, muy apropiada para tal espacio. De nuevo es posible la contemplación, la mirada con un sentido trascedente, anhelante, de un significado que más que buscarse, ha de encontrarse. Dos imágenes expresan la quietud necesaria, “el sol se demora en

el piso” y “un tibio silencio se expande”. Vista, tacto, oído, la sinestesia del tibio silencio. En ese espacio cerrado y oficial administrativo hay una ventana desde la que la acción va a invadir de nuevo el territorio de la calma; desde el jardín, naturaleza transformada por la mano humana, entra en el Mexuar un gorrión; realidad y símbolo de espiritualización.

En definitiva, se trata de una anécdota desde la cual se organiza un poema; un elemento íntimo que va a provocar un movimiento interior en el poeta. Son varios los signos que el observador ve en el gorrión; la “tranquila seguridad de quien se sabe dueño sin émulo de los lugares”, un mirada de “altanero descuido” desde unos ojos que son “dos rayos de azabache”, metáfora que evoca la negra luminiscencia de los cielos místicos y el alumbramiento espiritual.

Álvaro Mutis rememora el mundo del tiempo en el que la Alhambra alcanzó su máximo esplendor, desde una descripción que hunde sus raíces en el orientalismo decimonónico de reverencias, poder, religión, pasión, ejecuciones, crueldad. Todo un mundo olvidado, aunque nunca existió como tal. Tampoco importa mucho, pues la imaginación llena los espacios en blanco de lo desconocido.

El gorrión se ha transformado simbólicamente, ha sido descrito por sus acciones normales, las de un ave, pero ahora “afirma su condición de soberano detentador de los más ocultos y vastos poderes”. ¿Cuáles son estos?, los de “celador de un pasado abolido”, ¿el de la Alhambra o el del poeta? Estas potestades permiten al gorrión ascender en la escala simbólica en un “mísero presente” que discurre con el fondo de un tropel de bárbaros. Un presente que todavía no ha sido alumbrado por la experiencia decisiva. El mismo tiempo, que también es espacio, en el que está instalado el poeta. Una nueva correría de esos “invasores sin rostro, sin norte, sin consigna”, cuando “irrumpe el rebaño de turistas”, “rompe el encanto” y el pájaro escapa. La palabra “encanto” nos sitúa en el territorio de lo maravilloso, un mundo de silencio solemne y luz custodiado por el gorrión; de él procede el “velado sortilegio” y por este, se convierte en taumaturgo, capaz de general el ambiente propicio para la maravilla.

¿Cuál es esa maravilla producida por encantamiento? La vida, definida primero desde lo negativo: muertes, olvidos, derogaciones, suplicios de máscaras y falsedad, mezquinas alegrías que intentan adormilar al espíritu en una realidad deleznable.

Pero es en el encuentro con el gorrión cuando el instante pasa a ser de dorada plenitud, como el bruñido de los mocárabes que siguen brillando en la Alhambra con la pátia del tiempo. El encantamiento provoca la liberación de lo negativo que arrastra la existencia, con “las fieles señales que, a mi favor, rescatan cada día al ávido tributo de la tumba”. A partir de ese momento, el poema va a desarrollar, mediante imágenes, la autobiografía del poeta la infancia, la amistad, la muerte, el amor, la literatura. Los recuerdos de la niñez y la amistad son la culminación del alumbramiento producido desde la contemplación del gorrión, que concluye en la recuperación de lo más puro que yace en todo ser humano.

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“La fiebre atrae el canto”

Comentario

Nocturna
Álvaro Mutis

Portada Libro Álvaro Mutis Nocturna.

La fiebre atrae el canto
de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.

Oswald Wirth, uno de los grandes conocedores del proceso de indagación en el mundo de lo trascendente, en El simbolismo hermético en la alquimia y la masonería, define el hermetismo como la confluencia de símbolos que pueden ser contemplados desde distintas lecturas, pues “están destinados a despertar las ideas que dormitan en nuestro entendimiento”, actuando en él mediante la sugestión después de una lectura atenta que, según Nietzsche (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), es la definición básica de Filología. Desde un punto de vista de la estética literaria, lo hermético se expresa, sobre todo, en el enfrentamiento entre el bien y el mal o la luz y las tinieblas (Luis Beltrán Almería, Estética de la novela).

En la oscuridad de las posibles interpretaciones me encontraba en el momento en el que decidí leer con atención filológica el nocturno de Álvaro Mutis “La fiebre atrae el canto”, que vuelve a publicarse en el hermoso libro con el que se conmemora el centenario de su nacimiento. Este texto es el primero de Nocturna. En la Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía reunida, con el título de “Nocturno”, aparece entre las composiciones de Los elementos del desastre, publicado en 1953 por la Editorial Losada de Buenos Aires. Es en este libro en el que apareció por primera vez Maqroll el Gaviero. Y pido perdón por este recordatorio, pero es que se me hace prácticamente imposible hablar de la literatura de Álvaro Mutis sin tener un recuerdo para este eterno andariego, sufridor de empresas, más que aventurero.

Uno de los rasgos que caracterizan el espacio tiempo de la poesía del escrito colombiano es la noche. Este es el motivo que ha elegido Gonzalo García Barcha, cuidadoso editor e hijo de Gabriel García Márquez, para la realización de esta antología, Nocturna (Zalipoli-Libros del Kultrum, Barcelona, 2023), con motivo del centenario de Álvaro Mutis (1923-2013). El libro comienza con un prólogo en el que, desde las experiencias vitales del antologista e impresor, se perfila al poeta. Su voz estentórea como rugido de tigre, su amor por la literatura, la capacidad para encontrar en el presente ocultos rasgos que explican la historia. Todo ello para homenajear con el recuerdo a un hombre que en sus versos mostró que “la poesía anda suelta a nuestro alrededor”, como “un bálsamo cotidiano” que calma la existencia mediante la contemplación desde la desesperanza; esta no deja de ser una forma de clarividencia, aunque sea desde la indagación en lo nocturno, porque, al fin y al cabo, la luz del verso procede de la llama interna que es la vida. Nocturna es un hermoso libro para recordar a nuestro hermano el Gaviero.

Confieso que me encontraba totalmente confundido a la hora de interpretar un cierto primer estremecimiento que me producen estos textos escritos en y para la noche. Oscuro, pero a la vez, pura luz, aunque para llegar a ella se haga necesaria una indagación que es el encuentro con el uno mismo. Por eso he decidido seguir un camino parecido al del buscador en la filosofía hermética. Algunos datos extraídos según el proceso aprendido en los estudiosos de lo oculto, mediante tablas que poco a poco van mostrando una serie de rasgos que, al final no dejan de ser una interpretación personal mediante ese principio que es la lectura lenta, el encuentro sosegado con el texto, el establecimiento de un diálogo que enriquece al buscador de verdades absolutas en los versos.

En “Nocturno” predominan los nombres (veinticinco) ante los ocho verbos y los siete adjetivos calificativos. Sustancia, sustantivo, ahí está la esencia de las palabras contenidas en este poema, no en las acciones, ni en las cualidades, sino en lo absoluto de la morfología, en aquello que pretender dar palabra a la realidad, convertir en realidad lo que no tiene esencia material, pero existe; o nombrar el universo. Este proceso va a culminarse mediante una estructura cerrada por el paralelismo que se produce entre los dos primeros y últimos versos. Este asunto no es de exaltación sino de degradación, pues nos hallamos en Los elementos del desastre. Desde la claridad que supone el encuentro con el canto de un pájaro andrógino, símbolo de la totalidad. ¿Por qué es así? Su definición como andrógino no nos está planteando una rareza en lo natural, sino que nos anuncia la individualidad esencial y arquetipica. Este proceso de degradación tiene que ver con un estado alterado de consciencia cuyo origen está en la fiebre; malestar que aparece con cierta frecuencia en la obra de Álvaro Mutis; recordemos el que puede considerarse como su ejemplo más significativo: la narración del ciclo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, La Nieve del Almirante (1986). Desde el contacto erótico con una indígena aparecida de la oscuridad de la selva, Maqroll, que ha poseído la tierra de su cuerpo, se adentra en un abismo febril que le conduce hacia otra noche, que es la de la muerte. En “La fiebre atrae el canto”, se encuentra tal asimilación en la visión de la tierra como un cuerpo que se cruza.

El proceso febril que comienza con el canto de un pájaro, la voz del cielo, de lo alto, de la luz, de lo trascendente acaba en el desastre de otro sonido, el del agua atropellada que arrastra los desperdicios hacia las alcantarillas. Del pájaro andrógino al resumidero. De la luz al desecho.

(Foto G. Andrango)

Pero el libro al que pertenece este poema no es solo del desastre, también contiene la primera parte del sintagma, los elementos. Y ahí están los cuatro más el vacío, o éter, que viene a ser la culminación de recorrer los otros. La Tierra, que son cuerpo e islas; el Agua, sin la cual no puede explicarse la geografía poética de Mutis; el Aire, que es el pájaro, aunque éste también podría ser el Fuego, pero dejémoslo para la fiebre. Peregrinación por las cuatro esencias que conforman el mundo para alcanzar la quintaesencia del vacío, expresado en el proceso de perderse en la trascendencia que es, tanto la iluminación del canto del pájaro andrógino, como el atropellado remolino de las aguas que arrastran los desperdicios. Separación de la realidad transformada en símbolo de viaje, desde el pájaro, por la mujer que es la balanza, equilibrio de justicia y terror de caderas que provocan el viaje del deseo hacia su expresión, de la mujer o el agua.

Hay una obra de la producción poética de Álvaro Mutis que me atrae de una manera especial, Los emisarios, obra en la que cada poema es un enviado que transmite un mensaje dirigido hacia lo más profundo del lector, desde los principios del hermetismo, palabra que, no se nos olvide, procede de Hermes, el alado legado de los dioses, protector de los viajeros, de aquellos que indagan en la palabra un atisbo de verdad que pueda iluminarles. Ahí, en Los emisarios, se encuentra el poema de “Un gorrión entra en el Mexuar” de “Tríptico de la Alhambra”, equiparable a este pájaro andrógino.

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TRES POEMAS

De Cuaderno de caligrafía y vida de Antonio Joaquín González

Homenaje a Álvaro Mutis
en el Centenario de su nacimiento

Álvaro Mutis (retrato en tinta G. Andrango)

Uno

Pasada la mitad del camino,

nuestra vida (Dante)

Sabrás que has cruzado una frontera,
una más, el día que descubras que te da igual
alargar el camino cinco minutos
para escuchar el trinar de los pájaros
entre la madreselva.
Cinco minutos, una eternidad, Leopardi,
Mutis o el monje Virila
perdidos en una mirada, pozo
más allá de la inocencia.
Sabrás que has cruzado una frontera,
ya sin retorno, cuando en la soledad,
de la meditación, una luz veas
y volutas de humo blanco.
Vela en la ventana del caravasar,
esencial hospitalidad para un espíritu vagabundo.
Sabrás que has cruzado una frontera
al interpretar un panfleto caído,
con palabras que no dice y tú sabes,
pues callar no significa obedecer,
callar es guardar esa libertad
que estaba al sur de la frontera.

Dos

Ilona llega con la lluvia

A Álvaro Mutis

Vuelvo a leer ese relato.
Panamá, Maqroll y Larissa.
Villa Rosa
y el sol de la tarde, silencio de insectos,
música en la lejanía, saciedad del amor
en la tormenta del trópico,
es la luz de un tiempo nuevamente vivido.
Te vas de nuevo, Ilona, con la lluvia
que se anuncia en el horizonte
envuelta en un fuego que no entiende
tiempo, épocas, Venecia del XVI,
la caballería ligera de la Guardia,
caricias que fueron aprendidas
en el paso de los siglos,
ceremonia de la carne,
hospitalario sexo para el cautivo,
manos de fantasma que recobran la vida
rodeando unos senos palpitantes.
Y no me queda el recurso
de apurar el vaso de ron que queme
la garganta para cauterizar el sollozo
por tu muerte, Ilona.
Y no me queda ahora el recurso
de pensar que un día podré,
de nuevo, sentir el cálido saludo
de aquel que me llamó su hermano,
no de sangre, de tristezas aprendidas en Un bel morir.
Y no me queda ahora el recurso
de contemplar lejos el horizonte,
de llegar a la cascada de los Infiernos,
o adentrarme en Amirbar
en la ignorancia del tiempo.

Tres

Brisa de mar
«Le chair est triste, hélas»
(Versión del poema de Stéphane Mallarmé)

A los hermanos Álvaro Mutis y Hugo Pratt

Foto. G. Andrango

Hoy, la tristeza es la carne, todos los libros
ya han sido leídos.
Necesidad de huir lejos.
huir lejos
Huir.
Lejos, hasta donde sienta a las aves
ebrias de espumas,
hasta donde los cielos sean desconocidos.
Nada.
Nada.
Ni esos antiguos jardines
reflejados en mis pupilas.
Nada
retendrá a este corazón añorante
de una forja que es el mar.
Que despierte el sentimiento, la vida,
la fuerza en la fragua,
fuego, espuma, sol.
Nada
ni sa albura del papel
defendida por la lámpara,
solitario cerco de luz.
Nada
ni esa joven madre, casi adolescente
que, con seno desnudo, amamanta a su hijo.
Nada…
¡Partiré!
Lo repito
¡Partiré!
Steamer de oscilante mástil
recoge anclas.
Navega rumbo a las islas
lejanas, más allá de la última Thule,
donde el mapa solo es selva
y océano de monstruos,
blanco desconocido,
incógnita tierra.
Hastío que es desolación,
cruel esperanza del adiós definitivo.
Definitivo adiós de ondeantes pañuelos,
lo último que los ojos vislumbraron
en la distancia.
Quizá esta gavia, desafío al rayo,
arrogante al trueno,
esté llamada a rendirse en el naufragio
encarando la tormenta.
Quizá la nave, desarbolada quede pecio
entre corales
de la anhelada orilla.
Tierra fértil que permanece virgen
a los ojos muertos del ahogado.
Mas
mi pecho escucha el canto del marino,
hay que partir.
J´ai lu tous les livres,
mais

mi corazón comprende
el canto del marino.

Portada de libro Cuaderno de Caligrafía y vida.

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RENACIMIENTO DEL SINTOÍSMO PURO.

(Del Libro «Sintoísmo el Camino de los Dioses». Fragmento del Capítulo XIV. Decadencia del Sintoísmo. Sus sectas modernas).

Portada libro Sintoísmo (El camio de los Dioses)

RENACIMIENTO DEL SINTOÍSMO PURO. El siglo XVII fue testigo de un gran renacimiento del aprendizaje del chino en Japón. Abarcó no solo el estudio renovado de los clásicos antiguos de Confucio y Mencio, sino también los escritos filosóficos de Chu-hi y otros escritores escépticos de la dinastía Sung (960-1278). Los samuráis, o casta gobernante de la nación, se dedicaron a estos estudios con asombroso celo y entusiasmo, con gran descuido del budismo, que de aquí en adelante se dejó sobre todo para la gente común. Este movimiento alcanzó su momento culminante en el siglo XVIII, cuando se produjo una reacción. Kada, Mabuchi y otros eruditos patrióticos, resentidos por la preponderancia indebida permitida al pensamiento chino, hicieron todo lo posible, por medio de tratados de comentarios y exégesis, para llamar la atención hacia los monumentos de la literatura antigua nacional como el Kojiki, el Nihongi y el Manyôshiu, que habían sido descuidados durante tanto tiempo y que, en parte eran ininteligibles, incluso para los hombres que habían recibido una buena educación. Bajo su discípulo y sucesor, Motoöri (1730-1801) este movimiento asumió un carácter religioso. Sus prejuicios patrióticos hacían que sintiesen como una ofensa los elementos extranjeros que encontraban en el ryôbu y otras formas prevalecientes del sintoísmo, mientras que la doctrina del Sung de un «Gran Absoluto» no sólo les resultaba odiosa a causa de lo ajeno de su origen, sino porque fracasaba en satisfacer el hambre de un alma por un objeto de culto más personal. Por lo tanto, volvió a la forma más antigua del sintoísmo. A su propagación, mediante conferencias y libros, dedicó muchos años de su vida y no sin éxito. Tuvo numerosos seguidores entre las clases más educadas.

Grafico del Libro «Sintoísmo, el camino de los Dioses».

La obra principal de Motoöri es el Kojiki-den, un comentario sobre el Kojiki, en el que no pierde ninguna oportunidad de atacar todo lo chino y de exaltar las antiguas costumbres japonesas, el idioma y la religión con un espíritu de ardiente e indiscriminado patriotismo. Parece haber estado completamente ciego al hecho de que las religiones y filosofías exóticas, cuya intrusión en el sintoísmo hacían que estuviese amargamente resentido, contienen elementos mucho más valiosos para la humanidad que el ritual del Yengishiki y los mitos del viejo mundo del Kojiki.

Su discípulo Hirata (1776-1843) fue menos literato y más teólogo que su maestro. Durante su extensa vida, escribió numerosos libros que alcanzan cientos de volúmenes, y pronunció innumerables conferencias, insistiendo en la reivindicación del antiguo sintoísmo. Sus enseñanzas fueron tan exitosas que, al final, atrajeron sobre él la atención del gobierno del Sogún, quien, al descubrir que su propia autoridad estaba siendo socavada, por la preeminencia otorgada a los derechos soberanos de iure de los descendientes de la Diosa del Sol, prohibió sus conferencias y lo desterró de su provincia natal de Dewa. Los prejuicios anti-extranjeros de Hirata no le impidieron creer en la inmortalidad del alma, doctrina de origen budista, o de tomar prestado de China un culto a los antepasados muy diferente de cualquier elemento que esté en el sintoísmo. Adoptó el mandamiento chino de «piedad filial» y realizó extenuantes, pero inútiles, esfuerzos para encontrar apoyos de tales elementos en el Kojiki y en el Nihongi. Aunque dice que los kami detestan el budismo porque nos enseña a abandonar al señor y al padre, a la esposa y al hijo, por lo tanto es destructivo de la moralidad, porque aquellos que son sus seguidores son mendigos inmundos, que se jactan de usar harapos desechados y comer alimentos que les son entregados en caridad, por otra parte, van tan lejos como para admitir a Buda en su panteón sintoísta, con la condición de que se contente con un puesto de condición inferior. Acepta tácitamente el código moral de China, mientras que protesta de que tales cosas son innecesarias, ya que estamos dotados por la naturaleza de intuición respecto al conocimiento del bien y del mal.

La agitación producida por el renacimiento del sintoísmo puro supuso un movimiento retrógrado , que sólo podía concluir en fracaso. Sin embargo, contribuyó. Sustancialmente a la revolución política que en 1868 trajo consigo la restauración del Mikado a una posición soberana, resultado lógico de las enseñanzas de Motoöri y Hirata. La reforma sintoísta, en las mismas fechas, también se debió a su influencia, cuando los sacerdotes budistas fueron separados de los santuarios de ryôbu y, después se efectuó una purificación de rituales y ornamentos. Para obtener una visión completa del renacimiento del sintoísmo puro se pueden consultar los artículos de sir E. Satow en sus contribuciones al T.A.S.J. de 1875; nuestros conocimientos del sintoísmo datan de esta época.

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